Un desorden canalla
Javier Reverte ya lo dice en el breve prólogo a este libro de Javier Brandoli, que refleja su vida durante cinco años como corresponsal en el sur de África: «Su autor nos enseña su África sin rubor, con cierto ánimo crítico, apasionadamente y, al mismo tiempo, sin recias ataduras sentimentales, sin tópicos, sin ocultar su extrañeza ante un continente que nos enamora y nos pervierte, que nos enloquece, que nos resulta extraño e, incluso, en ocasiones, nos repugna». Esa África que se vuelve imán para tantos grandes viajeros, como el último Paul Theroux, que volvió al continente y sintió la desazón de cómo había cambiado a peor. Y lo peor no se oculta en la estupenda crónica vivencial de Brandoli, que vislumbró lo que tienen de realista-mágico Suráfrica y Mozambique, donde montó una empresa de viajes, y de otros países que atravesó y «en los que nunca me aburrí de no entender casi nada».
Ése es uno de los encantos del África de «El Macondo africano»: lo incomprensible y a la vez fascinante expuesto a partir de la descripción de leyendas, como la de los musulmanes agitando colas de hipopótamos para que no llueva, asuntos de burocracia o la relación con los lugareños cuando Brandoli toma los mandos de un hotel cuyos servicios turísticos quiere renovar. Y qué decir de la guerra, cuyas atrocidades escucha el autor, y la miseria de los niños ante la que hay que levantar un muro, pues «sin esa egoísta defensa no habría forma de aguantar el desorden canalla y cabrón de esta tierra».