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Un futuro feliz pero aburridísimo

larazon

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Es un clásico de toda distopía futurista, desde «Un mundo feliz» de Aldous Huxley, que el protagonista de esa sociedad ultra hedonista, en la que la alienación se impone por encima de la libertad, se rebele contra ese igualitarismo liberticida que lo somete a la droga de la felicidad. La otra cara sería el totalitarismo comunista de las dos novelas de George Orwell en las que satirizaba la utopía socialista: «Rebelión en la granja», y la distopía estalinista: «1984». Un segundo momento distópico es la ruptura posmoderna que supone la sumersión de lo real en lo virtual de «Matrix» (1999) y en los realities tipo «Los juegos del hambre», protagonizada por grupos de jóvenes, generalmente encabezados por un ungido o una heroína aguerrida, punta de lanza de la rebelión contra el mundo adulto. El modelo es Peter Pan y Wendy en ese país de Nunca Jamás poblado por niños perdidos enfrentados a temibles piratas.
La infantilización de la sociedad, la pérdida de referentes morales, el amoldamiento al estado del bienestar y la ausencia de ritos de pasos reglados serían algunos de los síntomas del «laberinto generacional» que han puesto de moda la distopía como romance de amor y revolución. Una fantasía de un mundo oprimido en la que jóvenes «divergentes» inician un violento peregrinar por mundos salvajes o laberintos virtuales dispuestos a recuperar la libertad arrebatada.
La singularidad del enfoque distópico adolescente es la fobia antidemocrática de sus jóvenes protagonistas. Los nuevos modelos son «dictaduras populares» como la venezolana, y la ideología opresora a batir es la democracia liberal que esconde en su seno una perversa dictadura financiera. Esta inversión de la distopía comunista por la democracia liberal como Némesis es el salto en el vacío más importante del enfoque posmoderno de las distopías juveniles, que anuncian un cambio global bajo la percha de un nuevo paradigma revolucionario, anunciado el 15-M.
El último ejemplo es «Sin alas», de Muriel Rogers, un relato distópico de un futuro feliz pero aburrido, donde la procreación se hace en laboratorios (criaderos) y la gente vive en nidos. Como sacado del futuro que Peter Sloterdijk imagina en «Normas para el parque humano», en el que se imponen la ingeniería genética y la biología evolutiva. En ese «mundo feliz», el «soma» alienante como escapatoria es un programa de realidad virtual llamado «El otro lado», donde se viven las experiencias aventureras que el mundo reglado de esa sociedad opresora no permite.

Alicia y el conejo blanco

La novela de Muriel Rogers aúna estos elementos comunes de la aventura distópica: una heroína «elegida» para rebelarse y desmontar con piratas «divergentes» ese Matrix alienante, en una red virtual que ha ocupado el lugar donde se resuelven imaginariamente los conflictos generacionales. Las referencias a Alicia al otro lado del espejo, el conejo blanco y el mundo paralelo de Matrix y su lucha contra los algoritmos es un buen resumen de los ritos iniciáticos de madurez que cada generación encuentra en la cultura pop para conjurar sus miedos en la sociedad de consumo, que es la que confiere sentido e identidad a dicha fantasía.
Esta mezcla de novela romántica, de acción y videojuegos forma parte de la globalización de los distintos recursos narrativos que los jóvenes utilizan a diario y que «Sin alas» sabe recuperar con acierto y grandes dosis de acción, romance y buena literatura.