Un Quijote del pop
Un diario lleno de sinceridad y fantasía redentoras en clave de humor. En una biografía sentimental y satírica, Giles Smith narra el fracaso de su carrera musical y la maravillosa odisea de amar el pop
inguna forma de creación artística influye tanto en sus receptores. La música pop (entendamos en ese epígrafe todo lo que va del rock al hip-hop o la electrónica) define la ética y la estética de millones de personas desde hace décadas, y constituye para muchas de ellas desde las vivencias más poderosas al guión de vida cotidiano. Y lo lleva haciendo desde hace décadas. Aún más, ofrece, como cuenta Gilles Smith en su autobiografía musical, «oportunidades ilimitadas para reinventarse a uno mismo. Yo las he aprovechado todas y cada una de ellas desde el primer día». Para Smith, la música ha sido la armadura con que salir a defender sus sueños y el alimento de sus mayores delirios, contados todos, con una tonelada de humor en este libro, que podría llevar por subtítulo «crónica de un fracaso por llegar a ser Sting».
Estamos en Colchester, Essex, Inglaterra. Probablemente la única ciudad de las islas en la que nunca ha ocurrido NADA relevante en la historia de pop. Ni siquiera una parada de los Beatles en la gasolinera para orinar (aunque una leyenda diga que compraron caramelos). Allí se crió Smith, alimentando la pasión musical del menor de varios hermanos, agarrando frente al espejo de su habitación una raqueta con la que «tocaba» los celestiales solos (aunque no los hubiera) de T-Rex. Sin embargo, su camino no le llevó hacia la guitarra, sino hacia el humilde (y deprimente) piano. ¿Quién se fija en el teclista de un grupo? «Lo mejor que puedes hacer es pasar desapercibido y con la dignidad intacta». Smith es un adolescente. «Pasabas horas en el dormitorio, tumbado boca arriba, con un disco puesto y una aflicción inconmensurable. Esos eran tus ''años Samuel Beckett''. Y en ocasiones el pop lograba sacarte de ese estado, aunque a menudo te hundía más en él, que es donde de verdad querías estar».
Sin autocomplacencia
La música trae descubrimientos hilarantes al narrador. «No hay muchas cosas tan francas con la emotividad como el pop, y tampoco hay una afición como ésta para sacar al bibliotecario que llevas dentro», cuenta sobre su obsesivo método de clasificación de vinilos. O: «Todo el mundo sabe que la música no es como la familia o un equipo de fútbol. No permaneces a su lado en lo bueno y en lo malo. Casi siempre estás en los buenos tiempos, sabiendo que, cuando lleguen los malos, no pasa nada por comprar los discos de otro. Esta es la fantástica democracia del pop». En el diario de la pasión de Smith por el pop no hay autocomplacencia. No tiene empacho en confesar que despreciaba a Neil Young como músico porque «tenía una voz ridícula, como de niña». A David Bowie lo descartó porque «sus seguidores eran todos gilipollas». «Mis actos de desdén, como el de Bob Dylan, con el que me mantuve en estado de pura ignorancia, florecieron a lo largo de los 70, creo, en parte, por la velocidad a la que sucedían las cosas. Cada vez que comprabas un disco el mundo parecía cambiar de forma y el pasado parecía enrollarse detrás de ti como una alfombra, aunque ahora soy menos osado porque hay menos donde elegir». Y es que a Smith quien realmente le apasionaba era Stevie Wonder: «Sus declaraciones sobre la paz mundial eran incongruentes. ¿Pero qué importa que él no fuera capaz de unir a los pueblos si logró unirme con mi madre musicalmente?», cuenta con el tono de ternura y franqueza que utiliza durante todo el libro, y que arranca varias carcajadas. El narrador no oculta sus placeres culpables (musicales) más penosos, ni sus mayores delirios por ser estrella y adquirir un grotesco patrimonio inmobiliario. Que incluya una isla, preferentemente. El problema es que contra el sueño de convertirte en una estrella del pop no hay una realidad terca que le dé al protagonista una patada en la espinilla, como sí hizo con sus aspiraciones de ser centrocampista del Chelsea o astronauta. «Envié cientos de cintas a discográficas y sólo recibí silencio. Pero no dejaba de pensar que, de un momento a otro, iba a convertirme en estrella. ¿ Quién podía negar eso? Sin embargo, en algunos momentos de sombrío autoanálisis llegué a desear la vuelta del servicio militar obligatorio sólo para mí. A ver si se me quitaba la tontería», confiesa.
Llega su proyecto musical, Cleaners From Venus, que forma con una especie de ermitaño anarquista que odia la industria musical (mientras Smith sólo tiene una palabra en su cabeza: Bahamas) y que, tras cinco capítulos cada cual más disparatado, simplemente se esfuma. Y aparece esa odiosa frase: «Madura, hombre». Y las relaciones afectivas: «Los discos fueron la moneda de cambio de mi relación con mi chica. Álbumes que quería que tuviera y que le gustasen porque a mí me encantaban; o cuando quería que escuchase palabras que nunca me habría atrevido a pronunciar. Por ejemplo, me sentía incapaz de acercarme a su oído y decirle: "Haces que mi alma arda como una hoguera". Pero no tenía problema en regalarle el álbum de Stevie Wonder "Hotter Than July"y decirle que escuchara "All I Do", cara A, canción dos». Irónicamente, fracasado el intento de ser estrella de la canción, Smith tuvo delirios con serlo de la literatura con la publicación de este libro, en 1995. «Me di cuenta de que no era así cuando a mis presentaciones venían sólo tres de mis amigos».
Sobre el autor
Giles Smith (en imagen) es periodista de «New Yorker» y «The Times», y autor de «The Midnight in The Garden of Evel Knievel», un libro sobre el deporte en televisión. Obtuvo un premio al mejor columnista del año sobre el género deportivo. Su carrera musical, en Cleaners From Venus duró un disco, pero fue un sueño cumplido.