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Vallejo y sus enfurecidos repasos

larazon

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En 1960 el gran crítico de arte y literatura Mario Praz publicaba una extraña y fascinante autobiografía, «La casa de la vida», vinculada a un recorrido metafórico y memorialístico por el Palacio Ricci de Roma, en el que vivía. Lejos del tono culto y exquisito de este libro, aunque tomando también como referencia pretextual una casa, Fernando Vallejo (Medellín, Colombia, 1942), autor de «La Virgen de los sicarios», despliega en «Casablanca la bella» toda una batería de opiniones y experiencias en su ya conocida línea de transgresora radicalidad. El título de esta novela no se refiere a la ciudad marroquí, sino a una casa que el narrador-protagonista ha adquirido en Medellín con el propósito de reformarla y recuperar, de paso, las vivencias de una niñez en la que esa pequeña mansión estuvo muy presente. Entre albañiles holgazanes y despistados arquitectos, este flamante propietario repasa, cada vez más enfurecido, la conflictiva actualidad de nuestro tiempo. Prodigando exabruptos, el novelista vapulea incansablemente toda autoridad institucional. En un tono irónicamente panfletario, airadamente crítico, se desarrollla una crónica demoledora de los poderes establecidos. Bajo la iconografía estética de un grotesco panorama social, en un estilo divagante, especulativo y deliberadamente tendencioso, esta farsa de una casa en ruinas simboliza las contradicciones de nuestro presente.