Alfredo Sanfeliz: “Frente a ansiolíticos y antidepresivos, Dios es la mejor medicina"
El autor publica “Qué suerte creer en Dios”, un libro que narra su proceso vital para llegar a la fe salvando la fuerte resistencia de la razón
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“Lo mío no se puede decir que sea como la caída del caballo de San Pablo, mi arraigada fe es fruto de veinte años de tesón, de búsqueda y de escepticismo también, de un proceso de enfrentamiento personal y de superación del racionalismo como mayor enemigo de la fe”, esto afirma el abogado y empresario Alfredo Sanfeliz, que ha publicado “Qué suerte creer en Dios” (Editorial Kolima), prologado por Jesús Higueras, párroco de Santa María de Caná (Pozuelo de Alarcón). Sanfeliz ha escrito varios ensayos analíticos sobre la sociedad actual, pero con esta publicación ha dado un paso más para adentrarse en el terreno de lo vivencial y en su personal experiencia de fe. “Un recorrido vital donde la fe empieza siendo casi algo rechazado, desde la juventud hasta casi los 40 años –ahora tengo 62-, estuve casi 25 años sin pisar una iglesia, siendo un cierto discutidor –no digo activista-, pero una persona antirreligión que defendía con la razón el sinsentido de la religión, que me parecía algo absurdo, además de ser muy crítico con la Iglesia”, explica. Su conversión fue un proceso gradual. “Hubo un mal momento profesional, las cosas no iban bien y lo estaba pasando mal y me ayudó una persona que hizo casi de psicólogo y me llevó a descubrir nuevos ámbitos de mí mismo. Al final me decía, “veo unas carencias en ti en el campo de la espiritualidad muy grandes” y me recomendó comenzar a ir a la iglesia los domingos, sólo a escuchar, en silencio, a ver qué te dice, a ver si el Espíritu Santo te susurra algo. Además -prosigue Sanfeliz-, estaba el colegio de mis hijos, su catequesis…y así, de forma progresiva fui entrando, comencé a hacer retiros, a ir a la renovación carismática, aunque de modo pasivo, y poco a poco las cosas fueron calando hasta llegar a tener magníficas experiencias de fe”.
Si algo comprobó Alfredo Sanfeliz en su experiencia es que racionalismo y fe no son términos contrapuestos. “No tienen por qué serlo, si la razón que Dios nos ha dado la utilizamos mal y pretende rechazar todo aquello que no entiende, entonces se convierte en una enemiga, pero si la usamos bien para entender aquello que está dentro de lo concebible con la dimensión humana, entonces es una aliada y encaja perfectamente –afirma-. En el libro hay diálogos interiores entre razón y corazón que se entienden y dialogan perfectamente, que demuestran que en esa lucha, ambos tienen argumentos para convivir en perfecta armonía. Lo que ocurre es que en este mundo tan racionalista y utilitarista, el ser humano se ha sumido en una especie de arrogancia científica, y a veces la razón se convierte en un freno para creer aquello que uno no es capaz de concebir, que es el más allá de la ciencia, porque siempre habrá un territorio misterioso al que la ciencia no llegará porque termina allí, no es capaz de traspasar la frontera del misterio y ahí es donde tiene sentido la fe”. Es decir, “la autosuficiencia racionalista y utilitarista ha colonizado e impregnado todas las actuaciones y decisiones de nuestra sociedad, dejando un reducidísimo espacio a la espiritualidad y la trascendencia”, afirma.
Sin embargo, el autor es consciente de que la fe es un don gratuito de Dios. “He vivido muchos años sin creer en Dios, sin contar con la suerte de conocerlo y de sentir que ese don se nos ha dado y yo no tengo el mérito, si acaso haber puesto cierto tesón por buscar, por estar abierto, pero la fe es una concesión gratuita que es una suerte tener y que agradezco –explica-. Eso no significa que las personas que no la tienen, como yo mismo hace 25 años, sean infelices, sino que la calidad de felicidad, la plenitud que uno adquiere, la satisfacción y esa paz interior cuando se conoce y vive con Dios, para mí es un diferencial -subraya Sanfeliz-. El ser humano necesita sentirse querido y el gozo de verse aceptado y querido siempre con un amor incondicional, te da sosiego y una paz interior enorme, además de ser una referencia para la vida, porque, aparte de querernos, Dios es la única verdad y luz en este mundo de tantísima confusión, manipulación y mentira, de tantos intereses y deslealtades. La verdad de Jesucristo y del amor como criterio y pauta de funcionamiento en todos los ámbitos sociales e individuales, me parece lo único viable en esta sociedad tan compleja a la que nos hemos acostumbrado, pero que está tremendamente necesitada de espiritualidad, una sociedad tan adicta a los ansiolíticos y antidepresivos, que ha perdido el sentido porque ha abandonado la espiritualidad en manos de un sistema socioeconómico que la arrastra al materialismo excesivo y creo de verdad que Dios sería una extraordinaria medicina”, concluye