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Lola Beccaria: «Es doloroso arriesgarse a amar, pero también darle la espalda»

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No conocía a Lola Beccaria en persona. Y no sabía que la autora de «La debutante», «La luna en Jorge» (finalista del premio Nadal 2001), «Una mujer desnuda», «Mariposas en la nieve», «El arte de perder», (Premio Azorín) y «Zero» era una mujer tan divertida. Sin embargo, cuando comencé a leer su última novela «Mientras no digas te quiero» (Planeta), como no poder dejar de esbozar una sonrisa al enfrentarme al texto, tuve la sensación de que congeniaría especialmente con ella. Y así fue. Algo tuvo que ver el hecho de intuir que nuestra conversación sería casi tan terapéutica como su última historia, en la que se ofrecen las herramientas precisas para ser capaces de desbloquear los mecanismos de seducción, cuando están atrofiados. Como lo leen. «En realidad –cuenta Lola– la idea del taller de seducción del Centro de taichi, yoga y otras actividades "Star Bien", de la novela, ni siquiera es de la propia psicóloga encargada de impartirlo, sino del jefe del negocio, que es bastante pesetero y que la obliga a reciclarse, porque dice que no es una ONG, que quiere recibir beneficios y que piensa que esa idea es bastante comercial».
Así nace «El salón de Afrodita», escenario principal de «Mientras no digas te quiero», que pilota la psicóloga Iris, a quien no le queda otra opción más que la de reciclarse como sea para seguir trabajando, pese a no ser, precisamente, una experta en seducción. «Ella es un desastre en el amor. Pero como no le queda otra, decide embarcarse en la aventura porque piensa que a lo mejor es la solución a sus propios bloqueos emocionales». De esa forma, seis mujeres, además de la psicóloga, se reúnen en ese improvisado espacio de seducción, para intercambiar sus miedos y sus debilidades y ver cómo sus vidas van cambiando día a día. «Y eso que son mujeres muy distintas, con personalidades muy diferentes, aunque muy reconocibles en la realidad. Yo quería que fueran muy reales, para que cualquier lector pudiera identificarse con ellas. Por eso hay desde una ''personal shopper'', Denise, divorciada, obsesionada por no ser tan servicial como era en el tiempo en el que descubrió que su marido le ponía los cuernos; hasta una viuda, Eva, que confiesa que ella va para pillar marido; pasando por Sonia, cuyo marido va a morir en pocos meses y quiere hacerle recuperar la ilusión el tiempo que le quede por vivir; Carla, que es una monja jovencita recién salida del convento; Julia que piensa que, si un imbécil te deja detrás vendrá un dios que te recoja; y Anita, que es la informática que no quiere hacerse mayor».
Las voces de esas siete mujeres y los hombres que van pasando por sus vidas resultan especialmente didácticas y abocan a la reflexión del lector sobre su propia existencia, mientras camina por una aventura literaria repleta de erotismo, ternura, intriga y humor, bastante parecida a la vida diaria y en la que la sinceridad de la autora queda reflejada en todos los personajes y en las situaciones que viven, pero muy especialmente en el de Iris. «Yo me identifico mucho con ella. En realidad he escrito la novela desde mi propia incapacidad para construir una relación emocional. Precisamente el hecho de anhelar una relación y no ser capaz de realizarla me ha llevado a tratar de encontrar respuestas. Escribir es un proceso de búsqueda. Se sabe cómo se empieza pero no se sabe cómo se va a acabar. La propia escritura construye un espacio que ni uno mismo conoce y que resulta revelador cuando los personajes cobran vida, se van moviendo y van enseñando cosas. Iris decide organizar el taller porque se da cuenta de que es doloroso arriesgarse a amar, pero sabe que también lo es vivir de espaldas a las emociones». No es raro que Lola Beccaria se desnude en sus libros y ponga el alma en cada texto que escribe. Para ella son «desnudeces honorables» que no quieren decir otra cosa más que que está igual de perdida que los propios lectores. «Escribiendo aporto mi granito de arena. Mis conocimientos de psicología y mis propias experiencias me han servido para hacer una reflexión muy profunda sobre lo que necesitamos los seres humanos y sobre los conflictos con los que nos vamos encontrando cuando vamos en su busca. Y creo que esas reflexiones pueden aportar luz a esa oscuridad que ahora reina en el mundo de los afectos». Se diría que la oscuridad afecta más al amor que al sexo, si se atiende a esa frase del libro según la cual «el sexo ya no tiene secretos para nosotros. Sin embargo, el amor es cada vez más misterioso».
Lola Beccaria lo explica diciendo que para ella el sexo también es primordial, pero que ya no hay represión sexual, que el sexo ya no está proscrito y que por eso ahora le interesa más hablar del amor, que sí lo está. «No estamos dispuestos a reconocer las necesidades emocionales. Son incómodas. Y como no queremos reconocer ni asumir que necesitamos amor, recurrimos a ese sucedáneo que es el sexo». Y de ahí el miedo a comunicarnos, a confesar nuestros sentimientos, a expresar ese amor que puede conllevar un rechazo y a pronunciar esas dos palabras, «te quiero», que tanto significan y que parecen tener siempre nefastas consecuencias. Mejor evitarlas porque, según se desprende del propio título de la novela, nada ocurrirá «Mientras no digas te quiero».

Personal e intransferible

Lola Beccaria nació en Ferrol. Dice que mejor pasar de decir el año, que ya tiene una edad en la que hay que empezar a quitársela... pero luego me confiesa los que tiene entre risas y me pregunta: «¿A que estoy fenomenal?». Pues sí. Está divina. Y soltera. Y sin hijos. Y orgullosa de ser la persona que es. Sólo se arrepiente «de no haber comprado un bolso en una web esta mañana ¡me lo han quitado!». Dice que es muy rencorosa y que sólo perdona si le piden perdón y que «me cuesta bastante olvidar». Le pregunto que qué se llevaría a una isla desierta y me cuenta que una vez, escuchando a Valdano le oyó responder a la misma pregunta «pues a mi mujer y a mis hijos... Sobre todo porque me estarán escuchando». Y luego añade: «¡Y yo qué sé qué me llevaría a una isla desierta! Pues a Carlos». No me dice quién es Carlos, pero no importa. Lo que importa es que le gusta comer de todo y el vino, muchísimo. «Pero pon mejor paella y ''champagne''. Me gusta beber ''champagne''». Como manía confiesa el síndrome de Diógenes: «No tiro nada». Sueña «que viene un dios a recogerme, pero sobre todo Dionisos, que es el dios del vino» y supongo que también sueña que escuchan «Fly Me To The Moon», de Sinatra, que es su canción favorita. De mayor querría ser «la mujer de Dionisos» y si volviera a nacer «pues, sería yo, porque dejarlo al azar... Mejor lo conocido, ¿no?».