Lolo Diego: "Ahora, que soy padre, la vida me fuerza a improvisar más"
Es uno de los protagonistas de Jamming, un curioso espectáculo de improvisación que cada fin de semana puede verse en el Teatro Maravillas madrileño.
Es uno de los protagonistas de Jamming, un curioso espectáculo de improvisación que cada fin de semana puede verse en el Teatro Maravillas madrileño.
En pleno corazón de Malasaña, en el Teatro Maravillas, cada fin de semana Madrid late al ritmo de un espectáculo que por original rompe todos los moldes que pudieran estandarizarlo. Cada show de Jamming es único e irrepetible, ya que el guion lo escriben los espectadores en las tarjetas que les entregan nada más llegar. Cuatro ingeniosos actores incrustan, como si de cosquillas en el estómago se trataran, las frases propuestas por el público en una obra en la que todo hila y fluye, en la que se simultanean diferentes estilos y registros, se imitan voces, se recitan versos de Lorca o de Shakespeare, se canta, se baila y, sobre todo, se improvisa. Sólo hay un denominador común: la risa.
–¿Improvisamos o esto podría ser una locura?
–La vida, muchas veces, nos fuerza a improvisar. Más ahora, que soy papá de una niña de casi dos años. Pero en nuestro espectáculo hay bastante trabajo detrás para planificar la temporada. En mi vida personal, me gusta tanto planificar como estar abierto a lo que surja y tener que improvisar.
–¿Qué ha conseguido gracias a sus improvisaciones, al margen de ganarse el sueldo?
–Estar más abierto a otras formas de pensar, a otros puntos de vista de compañeros y a construir juntos. Cuando hay una aceptación de lo que dicen los demás, la vida es más llevadera, y todo resulta más constructivo y ameno. En estos tiempos de tanta individualidad, en los que cada uno va a su rollo, pretendemos conectar a la gente para que pueda disfrutar. Y eso va más allá de lo que se consigue en el teatro.
–Pero, ¿cómo se planea un espectáculo sobre improvisaciones?
–Con mucho entrenamiento actoral y vocal, leyendo, viendo películas y estando confiado para que en el directo surja lo que tenga que surgir.
–¿Qué debería preguntarle para empezar a improvisar?
–Que dónde tenemos la escuela, para aprender.
–¿Y dónde la tienen?
–En la calle Santa Ana.
–Pues una amiga mía se llama Ana, pero de santa tiene poco... Es una broma. Aunque, ¿cuál es el truco más básico?
–La aceptación de lo que diga el compañero. Luego, estar abierto a los impulsos, estímulos e ideas para ir construyendo unos con otros. Y claro, al hacer teatro, tenemos que ir forjando historias, con su introducción, desarrollo y desenlace.
–¿La imaginación para improvisar es inagotable?
–Sí. Tengo la suerte de que mi trabajo es mi hobby, y lo disfruto mucho. Llevamos 15 años y, a veces, es un reto no caer en cosas mecanizadas o detectar patrones que empiecen a aparecer. Si te retas, es inagotable.
–¿Cómo se agiliza la mente?
–Haciendo ejercicios de asociaciones de palabras y de visualización de imágenes. En ocasiones, puede parecer que el espectáculo es muy mental, de ocurrencia, de que hay que ser sesudo... Pero puede ser al contrario y requerir pensar lo menos posible y estar abierto a poner sobre la mesa lo primero que se te ocurra, dándole forma.
–¿Qué puede ralentizarla?
–Desconfiar del otro y creer que la idea de uno es mejor que la de los compañeros. En la vida real, lo que más paraliza es la preocupación y el miedo.
–¿Qué versos les escribiría Lorca si les viera?
–En su época de La Habana frecuentaba sitios de improvisación, tanto de música como de poesía. Le gustaban mucho.
–Venga, anímese, hágale un regalo a nuestros lectores.
–¡Ay lector de LA RAZÓN! Tú que eres como la luna, vente a Jamming y no saldrás hasta la una.
–¿Cuál ha sido la frase de los espectadores que más le ha costado integrar en el espectáculo?
–Recuerdo que una vez dijeron nuestros nombres. Acabamos integrándolos, pero la dificultad residía en que había gente que no sabía cómo nos llamábamos. Al final cada uno hizo de otro. Quienes los conocían lo entendieron pero quienes no, pues no. Lo más complicado se presentan cuando hay un determinado público que tiene cierta información de la que otros carecen.
–¿Cómo son sus quedadas?
–Solemos cenar después del espectáculo y tampoco nos apetece mucho seguir improvisando. Pero lo llevamos en la sangre. Y cuando nos vemos sin haber tenido show siempre estamos con las coñas. Tomarnos las cosas con humor forma parte de nuestra filosofía de vida.
–No debe de ser fácil aguantar la risa cuando se improvisa...
–Sobre todo, con las ocurrencias de algún compañero. Llevamos muchos años juntos, pero me siguen sorprendiendo. A veces no puedes aguantar y te ríes. No obstante, en este tipo de teatro hay otros códigos.
–¿Qué diferencia estos espectáculos de otros?
–Que el público es cocreador de la obra, parte activa, junto a nosotros. Y que cada show es irrepetible.