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Los escritores de Falange vuelven a tomar la palabra

En la imagen, Agustín de Foxá con Manolete
En la imagen, Agustín de Foxá con Manoletelarazon

Las ideologías siempre han sido un refugio para los hombres incapaces de construirse unos principios sólidos a partir de la vida, de lo circundante. Por eso recurren a las ideologías, que es un nombre que lleva implícito el concepto de «masa». Los escritores falangistas llegaron a la literatura cargados de ideología o, quizá, hicieron ideología con la coartada de la literatura. Aquellos hombres creían en la masculinidad, en la juventud, en el progreso y en la individualidad, sin darse cuenta de lo más elemental: que la «individualidad» rehúye del correaje acharolado de los uniformes y los desfiles. El fascismo emergió en una Europa con bastantes resentimientos, temores y frustraciones. Y en sus filas enroló a muchas inteligencias y voluntades, algunas bastante capaces, que terminaron, después, desertando de sus filas, como le sucedió a Dionisio Ridruejo. En 1971, José-Carlos Mainer todavía no era catedrático de literatura en la Universidad de Zaragoza. Pero iba ya tanteando investigaciones y pesquisas. Había publicado dos artículos críticos sobre «Vértice», junto a «La ametralladora», una de las revistas del bando nacional que aún conservaba su padre. Jamás pensó que estas lecturas tempranas le conducirían a «Falange y literatura», un libro que fue bien recibido, pero que, desde que se publicó, no había vuelto a él.

Una obra dentro de otra

Uno de los motivos que le apartaban de la revisión era su relectura. Y parece que sus temores resultaron acertados: «Me lo leí y me horroricé», comenta con humor. De ese libro ha nacido ahora este otro, que lleva el mismo título, pero que ha reescrito totalmente. «Donde había una frase han salido tres». Un volumen más amplio, más acertado, sin las ambigüedades que en aquel momento imponían las coyunturas históricas y más libre de redacción. Una obra, que es diferente, pero en cuyo seno todavía sobrevive el aliento de ese otro primero y anterior. «Intento explicar por qué la gente se hace falangista. Qué lecturas, miedos y frustraciones tienen detrás. El fascismo es una aparente ruptura por el miedo a todo lo que sucede alrededor. Este libro demuestra que es un peligroso infierno del pensamiento». Mainer pone ejemplos: Luys Santa Marina, Giménez Caballero. Pero, también, apunta otros que escaparon, que hicieron, de hecho, de su redención un ejemplo, como el caso de Ridruejo.

-¿Cómo la Falange y el fascismo pudieron seducir entonces a personas formadas, en ocasiones, inteligentes y leídas, como los escritores?

-Había cierta inconsciencia generalizada y sobre el fascismo no pesaba el estigma que existió a partir de 1945. Entonces era una posibilidad. Incluso se llegó a afirmar que el fascismo y el liberalismo debían llegar a un acuerdo. Esto te obliga a reflexionar sobre las cosas que se dicen en ocasiones y que horrorizan a veces.

-Los autores falangistas se apoderaron de la historia y parte del imaginario del país. Algo que luego aprovechó el franquismo. Por ejemplo, de Castilla, el Cid y los Reyes Católicos.

-Ahora, con la serie de televisión, la imagen de los Reyes Católicos parece que está cambiando. Pero la invención de Castilla pertenece a este grupo fascista. De hecho celebraron el milenario de Castilla... El problema es que no ha habido una «desfranquización» en España. No se ha producido una crítica... Lo que me hace gracia es que luego Pujol celebró el milenario de Cataluña. Esto, al menos, me reveló que los políticos actuales no saben nada de historia. Pero el tema de Castilla, incluso, viene de atrás. De Unamuno y de Galdós. Es una pena que la propaganda fascista haya convertido esta tierra en un lugar lleno de sitios de culto. Aunque eso se acabó. La imagen que hoy conoce la mayoría es la de Miguel Delibes».

Mainer desgrana nombres, los matiza. Rafael Sánchez Mazas: «Un escritor interesante, complejo, que escribe poco, porque es un vago. Recuerdo que Martín Gaite me dijo que era un suegro encantador y yo la creo. Él escribió "Rosa Krüger", una parábola del fascismo con aliento nazi». Giménez Caballero: «Desvaría. Era un hombre inteligente y el que inventó el nacionalismo español. Es indigesto». Gonzalo Torrente Ballester: «Era un hombre ambicioso. En las cartas que le escribe a Ridruejo se queja de que no les hacen caso, después de todo lo que han hecho, pero a partir de 1950 se va y borra de su pasado lo que ha ocurrido. Aunque es un gran escritor». Wenceslao Fernández Flórez: «No tiene nada que ver con los falangistas. Ganó la guerra y escribe desde una derecha agnóstica».

Vencedores y vencidos

Mainer, quien reconoce que no ha conseguido que le dejaran reproducir un material literario de Ramiro Ledesma Ramos y José María Castroviejo, explica el propósito que le ha guiado en la redacción de esta obra: «El prólogo es casi una historia de las ideas. Pero también incluye este libro un análisis literario. Creo que ahora, al intentar comprender a estos autores, el libro es más psicológico que sociológico». Pero de lo que no duda es de la recepción que estos escritores han tenido y tienen en la sociedad en la actualidad. «Creo que no han padecido un estigma por ser falangistas. A partir de los años sesenta queda claro que los perdedores han ganado la guerra de la cultura y que a los vencedores, en este terreno, nadie les hace caso. Pero los novelistas falangistas han tenido relativa popularidad hasta mediados de los setenta. Los libros de la literatura los incluyen y no pienso que hayan caído en un olvido o que hayan sido castigados. Pero, eso sí, están incluidos según el valor literario de cada uno de ellos». Entre estos escritores, Mainer reconoce que Agustín de Foxá es un «escritor que me gusta y que releo. Es curioso que cuando tenía todo a favor, en la década de los cuarenta, fracasó como literato porque no lo leía nadie».

Mainer va desgranando nombres. A algunos los saca de la confusión. Eugenio d'Ors: «Puede merecer la pena. Es importante, a pesar de las tonterías que dijo en ocasiones». Jardiel Poncela: «No era falangista. Sobrevivió poco a la guerra. Es igual de bueno que Mihura o Neville. Creo que el olvido en su momento fue injusto». Cela: «Tampoco fue falangista. Es un escritor del régimen. Pero luego se ganó la respetabilidad literaria».