Los tres días que trajeron a España el sol naciente
La apertura al comercio occidental del país nipón con el emperador Meiji permitió a España negociar un tratado de amistad que se comenzó a fraguar con Isabel II en el trono, pero que ratificó la Primera República.
La apertura al comercio occidental del país nipón con el emperador Meiji permitió a España negociar un tratado de amistad que se comenzó a fraguar con Isabel II en el trono, pero que ratificó la Primera República.
A mediados del siglo XIX la apertura de la China de los manchúes, mediante el uso criminal del opio por Inglaterra y del conflicto de ingleses y franceses en las dos Guerras del Opio, era una de las cuestiones que más preocupaban a los europeos de aquellos tiempos. España, con intereses en Filipinas desde 1565, veía con relativa atención lo que estaba ocurriendo en China. En 1840 el primer diplomático español, Sinibaldo de Mas, destinado a negociar un primer tratado hispano-chino, llegó a Cantón enviado por Isabel II. A partir de este momento los gobiernos de Isabel II y los Capitanes Generales de Manila adoptaran una política errática en relación a China y todo lo relativo a la expansión europea por Extremo Oriente.
China aparecía ante el imaginario europeo como un país repleto de enormes y exóticas riquezas, al tiempo que como un mercado inagotable al que venderle los productos manufacturados nacidos de la Primera Revolución Industrial. Las autoridades de Madrid y Manila, las primeras más preocupadas por los problemas interiores de España y las segundas por extender y consolidar su presencia en las siete mil islas filipinas, no quisieron o no pudieron prestar toda la atención que los sucesos que estaban acaeciendo en el Celeste Imperio merecían.
China, un títere
Los emperadores manchúes fueron incapaces de comprender la amenaza que sobre su reino se cernía al menospreciar el poder militar de los europeos. China, una de las naciones más antiguas y pobladas de la Tierra, fue incapaz de resistir la fuerza militar y fabril de Occidente. Entre 1842 y 1912 fue progresivamente convirtiéndose en un títere, en una nación intervenida, en manos de los políticos y comerciantes occidentales. Esta situación fue posible por causa de la incapacidad de los nobles manchúes y de los funcionarios chino, los mandarines, de comprender la terrible amenaza que suponía para su independencia y forma de vida los comerciantes y soldados de Inglaterra, Francia y, tras ellos, de toda Europa.
La apertura de China llevó a que otros territorios de Asia Oriental apareciesen en el punto de mira de los colonialistas europeos; Vietnam, Tailandia, Camboya... y Japón. El archipiélago japonés estaba cerrado a los occidentales desde 1640 por los regentes de la familia Tokugawa. Durante los dos siglos que los Tokugawa gobernaron Japón, la nación quedó parada en el tiempo, viviendo circunscrita a un modo de vida feudal, de guerreros samuráis y campesinos, aislada del mundo, de todo lo que ocurría fuera de sus islas. Entre 1844 y 1854 flotas de guerra y buques de comercio europeo y norteamericanos se acercaron a las costas japonesas con la finalidad de lograr la apertura de Japón al comercio y para lograr establecer relaciones diplomáticas con las autoridades niponas.
Las noticias que llegaban de China a Japón llevaron a las autoridades niponas, compuestas básicamente por soldados, a abrir el país a Occidente y firmar en 1854 el tratado de Kanagawa, un primer tratado con los Estados Unidos que suponía la apertura voluntaria de Japón al mundo. Los japoneses eran conscientes de que la oposición a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con los occidentales podía llevarles a correr la misma suerte que China. Las espadas de los samuráis estaban condenadas a ser derrotas por las armas de fuego de los occidentales.
Una legación express
Contra todo pronóstico, la apertura de Japón terminó por apartar del poder a la familia del entonces doceavo Shogun Tokugawa Ieyosh para dar paso al regreso del 122 emperador y Dios viviente Mutsuhito, que procedió a una rápida y exitosa occidentalización del país. Comenzaba la Revolución Meiji, una revolución industrial, política, militar y social que iba a cambiar el futuro de Japón. España, ante las noticias que llegaban de Japón que informaban de que resultaba fácil y barato firmar acuerdos con el emperador Meiji, decidió enviar una legación para negociar un tratado. El 12 de noviembre de 1868 el diplomático español Heriberto García de Quevedo, tras tres días de negociaciones, lograba la firma del primer tratado de amistad entre la España de Isabel II y el Japón del emperador Meiji. Inmediatamente se encargó al segundo secretario de la legación, señor Otín, que partiese para España para gestionar la ratificación del nuevo tratado.
Cuando llegó a Madrid se había producido un cambio político de enorme importancia en España. La Revolución Gloriosa apartó del poder a Isabel II el 30 de septiembre de 1868, dando paso a la etapa de la Historia de España conocida como el Sexenio. En el momento de la firma del tratado con Japón, Heriberto García de Quevedo era enviado plenipotenciario de un gobierno de Isabel II sin saber que 43 días antes la monarquía isabelina había pasado a la historia. El plenipotenciario español firmó un acuerdo con el Mikado en nombre de una monarquía que ya no existía.
Cuando se planteó al Gobierno Provisional español el problema de la ratificación del tratado con Japón, un texto firmado por una reina que en el momento de la firma ya había sido derrocada, las autoridades españolas pensaron que resultaba muy difícil y costoso explicar los avatares de la política interior española al Mikado, la monarquía más antigua del mundo, y que, incluso, podía suponer tener que negociar otra vez todo el tratado.
Finalmente, lo ratificó el general Serrano el 13 de octubre de 1869 y se publicó en la «Gaceta de Madrid» el 31 de enero de 1871, un tratado que aparecía firmado por una monarca sin corona. Hace 150 años que con esta anomalía política España abrió sus relaciones amistosas con Japón.