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Luis Landero: "La diversión está mercantilizada"

El escritor regresa con «Lluvia fina», una novela que nació a partir de una noticia y que se convierte en un juego de relatos opuestos que indaga sobre el hombre y la familia.

El novelista trenza con maestría un habilidoso eco de voces en esta obra íntima y dura
El novelista trenza con maestría un habilidoso eco de voces en esta obra íntima y duralarazon

El escritor regresa con «Lluvia fina», una novela que nació a partir de una noticia y que se convierte en un juego de relatos opuestos que indaga sobre el hombre y la familia.

Las familias son como los ice-berg: el noventa por ciento de la superficie permanece hundida. Inspirado por la lectura de una noticia, Luis Landero ha saqueado la trastienda de una de ellas (la que se formó en su cabeza a partir de la realidad) para sacar a la luz el amplio puzle de rencores, silencios y diversos secretos que separan, pero que, paradójicamente, también cimentan el reducido ecosistema de hijos y padres. «Es igual que con los amigos y los amores, que solo mostramos una parte de nosotros, la que es más de escaparate. Pero, de vez en cuando, salen los demonios que llevamos por dentro. El arte de convivir es el arte de la discreción. Tenemos que serlo para mantener un mundo privado y secreto al que no tenga acceso nadie».

El autor publica «Lluvia fina» (Tusquets), una obra dura, sombría, pero brillante; un malabarismo literario sostenido en una hábil arquitectura de voces bien pespunteadas y contrapuestas por ese protagonista común de sus libros que es una prosa depurada y elegante. «Quien dice secretos dice demonios: rencores, heridas o pequeños agravios que en ocasiones proceden desde la infancia. Los sentimientos son fuertes, pero, a la vez, frágiles y pueden romperse con facilidad cuando salen los demonios. Es cuando se desata la tragedia familiar». Sobre un espacio temporal reducido, seis días, y el trasfondo argumental de una reu-nión familiar en el que van asomando sus más y sus menos, proporcionan al autor la ocasión para adentrarse por los meandros de las procelosas relaciones humanas. «Las mentiras piadosas son importantes. Y los silencios, que son otra manera de mentir, o mirar hacia otra parte. Las mentiras, siempre que no entrañen un mal moral, que no hagan daño al prójimo, son saludables, engrasan la convivencia». Luis Landero es un escritor vivencial, que viene de lo visto y lo vivido. «El escritor es alguien que observa el mundo. El arte de escribir es el arte de observar», asegura. También afirma: «La imaginación sin vivencias no existe. Ni en las películas de Walt Disney. El motor de arranque de la imaginación es una vivencia; la imaginación pura es una entelequia».

Sobrevivir

Landero comenzó a trabajar en su adolescencia, una primera juventud que, probablemente, no recibía todavía ese nombre, y, por eso, comprende bien el cambio que en los últimas décadas se ha dado entre los progenitores y sus descendientes. «Mi generación ha crecido bajo una disciplina muy férrea, en que nuestros padres no nos consentían nada, ni victimismos ni chorradas. Había que sobrevivir y dejarse de tonterías. En la medida que esta sociedad se ha convertido en una sociedad del bienestar, los padres nos hemos desquitado de nuestra niñez mimando a nuestros hijos, dándoles lo que nosotros no tuvimos. Y, por eso, son más consentidos».

–Ha usado la palabra victimismo. ¿Hoy somos victimistas?

–Es una sociedad narcisista, llena de víctimas, donde todo el mundo se queja.

–¿Y qué le parece?

–Me pusieron a trabajar pronto y luego tuve que pagarme los estudios. Pero hay un ejemplo en el que veo claro el contraste. Está en la diversión: a mí me daban cinco duros los domingos. Con ellos iba al cine, tomaba una caña... el único entretenimiento era ir al cine o hablar. Pero hoy en día la diversión depende del dinero. Se ha mercantilizado la diversión. La gente no sabe divertirse sin dinero. Es un empobrecimiento y una dependencia de los grandes mercaderes del ocio. No en vano se llama industria del ocio. Parece que la diversión hay que comprarla constantemente. Pero uno puede gestionarse bien hablando con amigos delante de una cerveza o paseando. Pero hoy si la gente no tiene dinero se aburre».

En esta novela, Landero juega con los recuerdos, las verdades y las mentiras. Y advierte: «La realidad siempre es poliédrica. La verdad está hecha de pedacitos que aportan matices, reparos, discrepancias. Las verdades no son ajenas a las incertidumbres. Las verdades absolutas, para quien las quiera, no llevan a ningún lado y son peligrosas».