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Marcos Isamat: «Barcelona se puede acariciar cuando se deja»

El autor publica «BCN.GAT», un insólito recorrido por la capital catalana de la mano de los más diversos gatos literarios y artísticos

Marcos Isamat
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El autor publica «BCN.GAT», un insólito recorrido por la capital catalana de la mano de los más diversos gatos literarios y artísticos.

Marcos Isamat se ha propuesto ofrecer una mirada divertida, nostálgica y crítica de Barcelona. Lo hace con un libro titulado «BCN.GAT» (Ajuntament de Barcelona) don de recorre lugares como el Raval, el Eixample, la Barceloneta o las Ramblas, sin olvidar a aquellos personajes –reales o imaginados– que han forjado el pasado más reciente de la ciudad. Por eso estos gatos de tinta imaginados por Isamat hacen referencia a Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza , los hermanos Ana María y Terenci Moix, Isabel Coixet y El Perich.

–¿Por qué los gatos como excusa para invitarnos a pasear por Barcelona?

–La ciudad de los gatos es Madrid. La idea surge de manera fortuita. Me encontraba mirando el mural de Chillida que hay a la salida del Macba. Jugando un poco a hacer un tetris mental, moviendo algunos baldosines, me salió un gato que sale en el libro. Me quedé con ese divertimento y fui transformando esculturas de la ciudad, como la jirafa de Granyer. Esto fue cogiendo carrerilla y vi que podría ser un pequeño libro de ilustración. De allí pasé a buscar personajes que fueran referentes culturales o artísticos de la ciudad.

–Hay muchos homenajes.

–Sí, pero también alguna crítica y denuncia. Por ejemplo, había uno muy fácil que era el gato Félix y el Palau de la Música.

–En estas críticas estoy pensando en cómo adelgaza en uno de sus dibujos al gato de Botero que está en la Rambla del Raval.

–Sí, porque puedes narrar una historia al ser una escultura que ha cambiado tantas veces de ubicación. Además, los gatos del Raval seguramente no están tan gordos como los de Pedralbes, algo que también es consecuencia de la falta de recursos que ha tenido el Raval a lo largo de su historia.

–Hay mucha literatura.

–Sí. Aparecen Mendoza, Rodoreda, Vázquez Montalbán y, sobre todo, de forma quizá más subversiva y como gran homenaje es El Perich. Conocí a su gato que se llamaba Mao y aparecía en sus viñetas. Ese gato tenía una personalidad muy marcada en su sátira. Era muy taxativo y hacía unos juicios de valor con una expresión mínima en el dibujo, siempre con una frase que tenía un gran peso.

–En contraposición a ese felino tan sencillo está el de Ibáñez, ya sea Mortadelo disfrazado o el que tenemos en la azotea del 13 Rue del Percebe.

–Cuando Mortadelo usa ese disfraz es el gato que ha llegado a más hogares en toda España desde Barcelona. Lo del 13 Rue del Percebe me sirvió para trazar un «skyline» con unas azoteas a la manera de Francisco Ibáñez, alguien que es un referente de varias generaciones, un tipo con una trayectoria bastante amplia.

–Donde hace una de las críticas más contundentes es en el Gran Teatre del Liceu. A mí me ha recordado a esos dibujos de Opisso del siglo pasado.

–Sí, tiene algo. Dentro del libro hay varios registros de dibujo, como los de línea sencilla, como puede ser el dedicado a Cobi 25 años después de los Juegos Olímpicos. Después están aquellos muy elaborados donde recupero el volumen de esculturas de hierro forjado a base de tramas. Respecto a la sátira que me comenta y que puede tener algo de Opisso, en el Liceu, como institución que en su momento tenía un peso social que poco a poco se ha ido diluyendo, podía haber puesto gatos por sus balcones al estar en un barrio en el que existía una gran diferencia social entre los habitantes de éste y los asistentes del teatro. Trasladar las pieles a pellejo de gato me hacía acercar esos dos mundos que ahora están mucho más cerca. En eso hemos ganado.

–¿Es también su libro una manera de hablar de una Barcelona perdida?

–Hay una parte que sí que habla de la Casita Blanca, la Barceloneta, el Museo de Arte Precolombino... Son lugares que ya no están.

–¿Es crítica o nostalgia cuando hace referencia a esa Barcelona?

–Es un poco nostálgico. Pero es que después me he dado cuenta de que hay muchos dibujos que pueden llegar de una manera inmediata al que los ve, pero, por ejemplo, si enseño uno que se refiere a El Perich a alguien con veintitantos es que no sabe quién es. Me parece muy injusto porque fue uno de los sátiros políticos más importantes que hemos tenido.

–El gato o, mejor dicho, los cuatro gatos de Picasso parecen inevitables.

–Cuando ves el dibujo original suyo para la cervecería Els 4 Gats hay más de cuatro personas, pero yo lo reduje y lo transformé intentando mantener el estilo de esa época.

–Para «BCN.GAT» se ha tenido que adoptar en alguna ocasión al estilo de Picasso, Ibáñez o Ponç. ¿Cómo se siente vistiéndose esos trajes?

–Muy cómodo porque tengo bastante interiorizados esos estilos. Por ejemplo, el de Joan Ponç lo pensé, casi sin mirar referencias a él y salió de manera bastante natural. Pero también están Tàpies o Miró.

–Todo esto, ¿habría funcionado con otro animal?

–Hay gente que dice que el gato ideal es un perro, pero eso no es así porque un gato es un gato y un perro es un perro. Los gatos tienen unas características como especie que son muy propias y se pueden reconocer en otros felinos. No son nada sumisos y buscan lo que quieren. Son un tanto codiciosos. Por ejemplo, no están siempre pensando en ratones, pero cuando ven uno solo piensan en eso. Es un animal muy obsesivo.

–¿Barcelona también es así?

–Barcelona se puede acariciar cuando se deja. Que a mí me guste vivir en Barcelona, no necesariamente quiere decir que me guste. Es una ciudad que tiene muchísimas virtudes y donde la vida puede ser francamente agradable, pero yo elegí volver a Barcelona.

–A los gatos se les ha dado un valor literario.

–España ha sido muy antigatuna. Eran animales que se tenían en casa para que se comieran a los ratones, pero está claro que han evolucionado con el ser humano, igual que los perros y otros animales.