Mariss Jansons toma la batuta en 2016
Todo lo que rodea al Conierto de Año Nuevo deja con la boca abierta. Si no, ¿cómo es posible que un acontecimiento que se retransmite cada año puntualmente, después de una larguísima noche de celebraciones como la primera de los nuevos 365 que nos esperan, siga concitando la atención del globo entero? El programa es similar, pero cada uno de los directores que se ponen frente a la Filarmónica de Viena hacen que cada 1 de enero sea distinto. Mehta ha llenado de buenísimas vibraciones, más si cabe, la Sala Dorada, algo que consiguió ya el año pasado Barenboim, pero en esta ocasión, el maestro indio, envidiable en forma y en fondo, ha sabido contagiar el entusiasmo de un casi recién llegado. Ya no quedan como él. Georges Prêtre también nos deleitó con esa explosión de gestos, un catálogo para la posteridad que ha desplegado en cada una de sus intervenciones. Parece que cuanto más cerca de los setenta o los ochenta están estas grandes batutas, más se hacen querer. El año que viene, puntualmente el 1 de enero, tomará el testigo del batuta indio Mariss Janson, que está a caballo entre la euforia desbordada y la solemnidad academicista. No será la primera vez para el maestro letón nacido en 1943, como no lo ha sido para este impetuoso Mehta, que ya se enfrentaba al primero del año por quinta vez, –quién lo diría–, también. Será su segunda ocasión, tras haberlo dirigido ya en 2006 y 2012. Jansons nació en Riga y es hijo del director Arvid Jansons, quien ya desde niño le introdujo en el mundo musical. Su madre, que era judía, lo alumbró a escondidas después de que su progenitor y su hermano (respectivamente, el abuelo y tío maternos de Mariss Jansons) fuesen asesinados en el ghetto de Riga. En 1996, el director estuvo a punto de fallecer sobre un escenario mientras dirigía «La Bohème», pues sufrió un ataque al corazón en plena representación del que se recuperó. Como consecuencia de aquello se le insertó un desfibrilador.