Juan Scaliter

Música en spray: El futuro sonará (y se compartirá) así

Brian Eno o Massive Attack ya han publicado sus trabajos bajo la influencia de las nuevas tecnologías como la IA o el ADN pulverizable

Música en spray: El futuro sonará (y se compartirá) así
Música en spray: El futuro sonará (y se compartirá) asílarazon

Brian Eno o Massive Attack ya han publicado sus trabajos bajo la influencia de las nuevas tecnologías como la IA o el ADN pulverizable.

Probablemente quien lea esto hoy, en 2035, esté haciéndolo a través de una pantalla de cristal o unas gafas conectadas al móvil. Retrocedamos en el tiempo. En 1995, Madonna y los Backstreet Boys comenzaban a dejar de lado las cintas y los CDs se convertían en una tendencia definitiva. Napster se hacía oír en todo el mundo como sistema de difusión alternativo y la industria de la música comenzaba una crisis. Dos décadas más tarde, la música existe en la Nube, los CDs son cosa del pasado pero como somos consumistas, le hemos dado la bienvenida (otra vez) a los discos de vinilo.

Vuelta a 2035, la industria de la música ha comprendido que se debe aliar con la tecnología de forma definitiva. Y lo ha hecho en varios sentidos.

Si internet representó un cambio completo en todos los sentidos, la siguiente ola revolucionaria fue la inteligencia artificial. Mediante el uso de algoritmos de aprendizaje profundo, los sistemas artificiales han aprendido a componer música de manera independiente de la misma manera que lo hacemos los humanos y a veces con un paso por delante. Los sistemas realizan un análisis científico de la teoría de la música, estudian todas las composiciones de la historia a la vez y encuentran patrones en los éxitos para igual o al menos imitar las piezas más sonadas. Al mismo tiempo tienen las herramientas para ser creativos y desarrollar sus propias piezas. Y que estas evolucionen con el tiempo, algo que bastante pocos habían pensado.

En 2017, el álbum «Reflection», de Brian Eno, salió a la venta con una aplicación que utilizaba algoritmos propios de IA para cambiar constantemente cada canción una vez que se escuchaba. Tal y cómo lo expresó Eno (si os suena U2, Coldplay, Genesis, Phil Collins, etc. es por su culpa) su deseo era «hacer música sin fin, música que estuviera allí todo el tiempo que quisiéramos. También quería que esta música evolucionara de manera diferente todo el tiempo». Fue la primera vez que una pieza musical mostraba una clara diferencia a lo largo del tiempo, casi única para cada oyente, sin necesidad de ser interpretada por otro artista.

Hoy, esto es una tendencia habitual en la que también intervienen los consumidores al poder seleccionar la evolución de la canción hacia diferentes estilos (rock, clásico, punk...) transformando la música en una pieza interactiva, un diálogo entre artista y oyente en el que ambos aprenden.

Cuentas microscópicas

Y entonces llegó la segunda etapa revolucionaria. Podríamos decir que surgió en el año 2018 gracias a dos creaciones distintas. La primera de ellas fue un lanzamiento realizado por el grupo Massive Attack que, para celebrar el vigésimo aniversario de su obra maestra Mezzanine, lo reeditó en un formato impensable e innovador (sinónimos ambos en muchos sentidos): ADN pulverizable. Así es, este grupo inglés codificó el álbum en fragmentos de ADN encerrados en cuentas de vidrio microscópicas y lo ubicó en una lata de pintura en aerosol que contiene alrededor de un millón de copias del disco. En aquel momento, Robert Del Naja, uno de los miembros del grupo señaló que «las cuatro bases de ADN se codificaron en audio digital binario. Si rociáramos la pintura sobre la pared y la analizáramos en las condiciones correctas, podríamos reproducir el álbum. El problema es que aún no existe este reproductor».

Hoy ese reproductor sí existe y está embebido en la mayoría de los teléfonos móviles, de modo que es posible usar un spray (una colonia, desodorante o una pintura en el cuerpo), pasar el lector del móvil y escuchar y compartir la pieza.

El segundo avance fue conocido como «biohacking». También en 2018 los científicos Joseph Malloch e Ian Hattwick desarrollaron un dispositivo conocido como The Spine, una vértebra sobresaliente que distorsiona y retrasa el sonido a medida que el artista se dobla y tuerce. A partir de esa idea, comenzaron a surgir nuevos hackeos al cuerpo humano, como pestañas para los oídos, moduladores injertados en el cerebro que actúa como cajas de resonancia o instrumentos de viento en los dedos. Exactamente: cómo hemos cambiado.