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Poderoso alegato por la paz

Karen Kamensek dirigió la “Misa Latina” de Roberto Sierra
Yossi Zwecker
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Roberto Sierra: «Missa Latina» («Pro Pace»). Soprano: Katerina Estrada Tretyakova. Barítono: James Cleverton. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Directora: Karen Kamensek. Auditorio Nacional, Madrid, 23-XII-2022.
Esta obra sacra del portorriqueño Roberto Sierra (1953), estrenada el 2 de febrero de 2006 en Washington (con motivo de la guerra de Vietnam), revela sin duda la preparación de su autor, antiguo discípulo de Ligeti pero cultivador de una estética muy diferente en la que concurren elementos de diverso signo, en primer lugar los provenientes del folklore de su país y otros aledaños, a los que se añaden los derivados de un eclecticismo poblado de luces, culto y sensato, sensible y detalladamente trabajado. En la “Misa” se dan cita los variadísimos elementos que suelen jugar en la música del autor, bien estudiados por Martín Llade en sus documentadas notas al programa (que no pueden ser leídas en papel, sino que es necesario localizarlas a través un móvil: un problema para los que no utilizamos esos modernos ingenios).
En el “Introitus”, de música mansa y balanceante, escuchamos ya a la soprano solista, que canta sobre volutas de aire oriental en tempo muy lento subrayado por los timbales y por un coro discreto. Solemnes trombones abren el “Kyrie” y dan paso al barítono. Los aires caribeños aparecen en el “Gloria”, donde se lucen los parches y las láminas y otros instrumentos de percusión, que han de ir apareciendo: congas, bongos, timbales cubanos, por ejemplo. El tejido se puebla de nuevas combinaciones y surgen repetidas células rítmicas, con predominio, como destaca Llade, del tresillo ternario. Alternado y sandunguero discurso, trabajo detallado sobre las mismas ideas, pasajes polifónicos de excelente factura. Secciones melismáticas y cierre por todo lo alto.
El “Credo” no da tregua y nos muestra el amplio y variado lenguaje y el oficio de Sierra, que no desdeña los pasajes atonales en una curiosa y bien trabajada fusión de estéticas. Aparecen breves compases “a cappella” (“Don de Dios”). El gran gesto sinfónico no rechaza las secciones danzables. El “Et incarnatus” abre un dúo de los solistas y la Orquesta prorrumpe poco después en impresionantes acorde fortísimo en “Et homo factus”. Luego disonancias extremas y dramáticas en la voz de la soprano, que ha de trinar como los ángeles (“Crucifixión”). Con la Resurrección resurge el gran aparato.
Tras una imponente introducción orquestal el “Offertorium” (novedad) da paso a la soprano, que canta sigilosamente sobre lecho coral. Y en “Laudate Dominum”, nuevo aire de danza, que se extiende, con ligeros comentarios, hasta el cierre para abrir enseguida el “Sanctus”. Escuchamos una suerte de corrido mexicano hábilmente imbricado en el discurrir de la música. La soprano se luce en el “Benedictus” y accede a un espectacular Do sobreagudo. El barítono abre con una vocalise el “Agnus”, que da paso a un nueva gran frase coral; enseguida un pasaje “a cappella” con la solista; uno de los momentos más bellos de la obra. Los acordes dramáticos del piano nos ponen sobre aviso. Como era de esperar el “Aleluya” postrero da cauce a otros compases danzables. Final victorioso y nuevo sobreagudo de la solista.
Estamos ante una composición muy variada, bien ensamblada, amena y bien escrita; nada fácil. Pero tuvo, nos pareció, una muy buena interpretación. En primer lugar por la eficaz labor de la directora estadounidense Karen Kamensek (Chicago, 1970), mujer de muy pequeña estatura, activa, móvil, clara de gesto, con una expresiva mano izquierda y un sentido de la agógica ejemplar, que mantuvo a todas las fuerzas en vilo de principio a fin. Actuación ajustada y afinada de los conjuntos (el coral a las órdenes de Mireia Barrera), incluso en los pasajes más aristados y de mayor complejidad. En cuanto a los dos solistas vocales, nota baja para el barítono, de pequeño tonelaje, esforzado, engolado y asfixiado más de una vez; y alta para la soprano, una lírico-ligera de emisión franca –con boca desmesuradamente abierta casi siempre-, de timbre satinado, de potente caudal y de segura afinación. Maleable y flexible, expresiva y firme.

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