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Música
Dulzaro, el folclore castellano es una «rave»
El músico publica «Ícaro», un disco que fusiona jotas, corridos y charros con el ritmo de sintetizadores

Suenan cucharas, panderos, dulzainas y hasta la mítica botella de Anís del Mono. Pero también, atronando, sintetizadores y bases electrónicas con los graves en rojo. Es el sonido de Alberto Domíngez, conocido como Dulzaro, un vallisoletano de 31 años que bucea en el amplísimo folclore castellano para buscar las melodías y las letras tradicionales y acercarlas a un lenguaje contemporáneo. Corridos, charros, seguidillas y jotas de las que se enamoró tardíamente pero en las que ha encontrado su identidad. «Hago esto por amor y porque siento que la música me conecta con el lugar del que vengo y en las letras hay mucha verdad», dice en una lluviosa mañana en Madrid pocos días antes de que se publique su primer disco, «Ícaro», un álbum que fusiona dos universos con el mismo propósito que tenía el folclore en su origen: bailar.
«Nunca tuve una gran relación con la tradición de pequeño –dice Dulzaro–. Escuchábamos en casa algunas cosas de Agapito Marazuela, conocíamos a María Salgado, pero en mi pueblo, Boecillo, no había ni pasacalles ni dulzainas. Pero me fui interesando por ello y empecé a estudiarlo. Descubrí que la música que iba aprendiendo en un pueblo de León se hacía muy parecida en Palencia o incluso en Santander. Aprendí que, además de cantarse para la labranza, la vendimia o para amasar pan, su función era el baile. Ligar, rondar... no era un arte como tal, no estaba concebido como una creación y mucho menos profesionalizado. Pero era esencial para la gente», cuenta este joven artista, que vio claramente quién quería ser cuando se alejó de su raíz. «Fui a Londres a estudiar teatro musical y ahí es donde realmente empecé a indagar a través de los archivos digitales de la fundación Joaquín Díaz y todos esos materiales que me dieron el impulso. Empecé a estudiar los ritmos y me enamoré de todo ello. Quizá necesitaba distancia para coger perspectiva», explica. Regresó y cada vez profundizaba más, haciendo su propio estudio de campo, yendo a los pueblos para escuchar un ritmo, una letra, una melodía autóctona. «Sí, pero gracias a que ya había un trabajo enorme hecho previamente. Yo nací con el Windows XP debajo del brazo y en cambio Agapito Marazuela o María Salgado hicieron la gran investigación. Ahora es muy difícil indagar, porque algunas letras se han perdido y no se pueden recuperar. En algunos lugares se dejó de cantar para que sonase la dulzaina, por ejemplo. Ya no podemos saber cuánto se ha perdido o de dónde vienen las cosas».

Cucharas y sartenes
En su trabajo, Dulzaro respeta los ritmos y se mantiene fiel a las melodías, aunque vayan vestidas con ropajes modernos. Hay, también, referencias a la Castilla «deprimida y austera». «Es un corte de un documental que he dejado porque me gustaba. En Castilla, los pueblos están muy alejados unos de otros, los inviernos son muy duros y hace mucho frío. Eso imprime carácter, porque es una tierra que ha pasado muchas penurias. Pero, a pesar de no tener un duro, te das cuenta de que había ganas de hacer cosas. Eso lo siento cuando toco las cucharas –un instrumento tradicional que no es más que eso–, una sartén o las panaderas –un ritmo de trabajo que es simplemente golpear con la palma o el puño una mesa o cajón–, me doy cuenta de que eso representa la humildad», explica. «Yo, con este proyecto, quiero devolver a la gente su cultura. El 60 o 70 por ciento de los conciertos que doy son en pueblos. Ojalá sirva para que la gente ame su cultura».
Plumas para volar y llegar a la Luna
En el arte del disco, Dulzaro aparece vestido con un traje de las mascaradas (el carnaval) de Mecerreyes. Es un traje espectacular con alas que dio origen a la metáfora de Ícaro: «La ‘‘Jota de la Luna’’ dice: ‘‘Con la Luma madre, con la Luna iré. Con el sol no puedo, que me quemaré». «Me gustaba la idea de la rebeldía, de las ganas de volar, aunque te digan que debes tener los pies en la tierra. Yo sigo las reglas en cuanto a ritmos, pero no me resisto a volar. Y también, claro a reivindicar las plumas».
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