Pop

El estúpido club de los 27

Una biografía colectiva trata de encontrar patrones comunes a las muertes de genios de la música a esa edad, pero sólo encuentra uno: la heroína. Winehouse, la última entre los suicidas

Amy Winehouse. Bebía para calmarse antes de cada actuación, y luego durante ellas y también después. Sus relaciones sentimentales le fueron destruyendo y, aunque tomó drogas, la mató la bebida
Amy Winehouse. Bebía para calmarse antes de cada actuación, y luego durante ellas y también después. Sus relaciones sentimentales le fueron destruyendo y, aunque tomó drogas, la mató la bebidalarazon

Tenía que pasar. El día después de la muerte de Amy Winehouse en julio de 2011, los tabloides británicos se hicieron eco de la maldita cifra. La cantante dejaba este mundo a los 27 años, y hoy, si su nombre se ha inscrito en el Panteón de nombres ilustres de la música es por haberse ido tan joven. Su carrera musical, de apenas dos discos, y su vida (mucho menos interesante y profunda que la de otras leyendas) no dan para tanto. Pero la muerte sienta bien a los jóvenes artistas. Cuarenta años después de que, con esa edad fallecieran Joplin, Hendrix, Morrison y Jones, el periodista y escritor Howard Sounes se propone una investigación, una especie de biografía colectiva que trata de buscar patrones comunes que conduzcan a músicos bellos e inteligentes a la membresía de lo que la madre de Kurt Cobain, ilustrísimo al detener su reloj a esa edad, denominó «ese estúpido club».

Oportunismos aparte, las biografías de los héroes del rock & roll rara vez encuentran un término medio entre las «autorizadas» (y por lo tanto controladas) y las descaradamente amarillas que abundan en el malditismo. Algunas, escritas para fans, hablan de Jimi Hendrix y no mencionan ni una sola vez que el guitarrista consumiera heroína y LSD, por ejemplo. En este caso, el libro de Souness está más cerca de lo contrario, ya que todo se analiza a la luz de su muerte, es decir, que el autor busca en sus peripecias, declaraciones y en cualquier testimonio de un personajillo secundario los lugares oscuros donde, a su juicio, late el impulso suicida que es, al cabo, lo que trata de demostrar: que los «seis grandes» nombres del club en realidad eligieron la muerte por acción u omisión. Lógamente, en el caso de Cobain, que se disparó en la cabeza con una sobredosis de heroína corriendo por sus venas, esto queda fuera de dudas. Los atípicos relatos de la vida de estos genios casi obvian lo musical, si no es como palanca de sus sufrimientos y de los impulsos negativos. Una crueldad que, por cierto, es especialmente incisiva en el caso de Brian Jones.

Buscar la muerte

Al fundador de los Stones le retrata como un tipo vicioso, prepotente, iracible, envidioso y autodestructivo. «Un gilipollas», cita el autor. Sounes es un investigador tenaz y acreditado (ha publicado biografías de Bob Dylan, Paul McCartney y Charles Bukowsky) y los testimonios del volumen están documentados y minuciosamente citados en un anexo, y todos tienden a contar, tanto en el caso de Jones como de los demás, lo deprimente que era su existencia y cuánto abusaban de las sustancias. Esa parece ser la única constante en la ecuación de las muertes de estos grandes músicos: la heroína y el alcohol. Pero por sí solas no sirven para explicar nada: Keith Richards, por poner un caso cercano a Jones, y tantos otros las han usado con alegría y hoy son abuelos. Hay otras líneas que sirven de guía en la senda de la autodestrucción pero que tampoco son concluyentes en nuestra balanza. La presión del éxito podría ser un ingrediente en la muerte de Hendrix, cuyo mánager le exprimió en un plan estajanovista de conciertos, pero no tanto en el de Joplin. A Cobain sí que le pesó, pero cuando Morrison muere, su carrera estaba sugiriendo agotamiento. La relación traumática con los padres está presente en los seis nombres pero en distintos grados y en algunos casos, como el del líder de The Doors no es porque fueran malos progenitores, más bien al contrario. Lo mismo se puede decir de las parejas de algunos de los miembros del club, algo que se puede llamar «el síndorme de Yoko Ono». La presencia de Courtney Love en la vida de Cobain fue nefasta, exactamente igual que la de Blake Fielder-Civil en el de Winehouse: en ambos casos fueron inductores y conseguidores de drogas duras. Pero no es un elemento de peso en el de Morrison o Hendrix. El dinero tampoco fue decisivo, más bien al contrario. En casi todos los casos, nuestros protagonistas llevaron vidas licenciosas, y al contrario que lo que dice la canción de los Stones, «tenían siempre lo que querían», pero disfrutaron de pocos lujos, paradójicamente, al contrario que sus herederos, que han amasado fortunas con sus las leyendas de los ángeles caídos. El libro, por momentos macabro, dibuja los perfiles de unos músicos deprimentes y deprimidos, bipolares, preñados de inseguridades, lanzando mensajes premonitorios sobre sus finales, y los baja del pedestal para presentarles sencillamente como unos colgados. Y lo cierto es que a estos seis chicos, si les quitas su creación, la música, lo que les hizo grandes, quedan directamente como unos idiotas. En todos los casos Sounes despoja a sus muertes, sus obras finales descritas con limpieza, de teorías de conspiración. Para el autor, todos son, en realidad, suicidios. La muerte representó simplemente un peldaño más hacia el abismo, y, aunque fracasa en su intento de hallar un patrón o una causa, logra hacer una lectura entretenida. Aunque sea por el famoso número maldito, vale la pena si los no iniciados se acercan a las leyendas.

Seis jinetes del maldito «caballo»

Janis Joplin

Influida por los «beatniks», enseguida se entregó a la experimentación con drogas y el sexo. Rechazaba su propia imagen y un buen día se inyectó heroína de demasiada calidad.

Kurt Cobain

Quería el éxito, y, cuando lo tuvo, no supo cómo gestionarlo. Introvertido e inseguro según el autor, siempre tuvo inclinaciones suicidas y problemas de aceptación. La droga fue el ingrediente final.

Jim Morrison

Detestaba a sus padres y su propia imagen. Rechazaba el éxito de The Doors: él siempre había querido ser poeta. Su carácter depresivo y su tendencia al exceso con la heroína hicieron el resto.

Jimi Hendrix

Aunque Hendrix había consumido drogas indiscriminadamente, se mató con una dosis 18 veces superior al límite de tranquilizantes. En tres años hizo toda la música por la que hoy se le conoce.

Brian Jones

Con diferencia, el menos carismático del club. Caía mal a la gente, y Sounes le describe como débil e inseguro. Jones terminó ahogado en el fondo de su piscina apenas tres días después de que le expulsaran de los Rolling Stones.

Amy Winehouse

Bebía para calmarse antes de cada actuación, y luego durante ellas y también después. Sus relaciones sentimentales le fueron destruyendo y, aunque tomó drogas, la mató la bebida

El detalle

COURTNEY LOVE ES GAFE

La pareja de Kurt Cobain es de esos personajes que concitan el desprecio unánime, ya que, para el consenso, se acercó a Cobain por interés en su cartera. En el libro, un ex novio la define como «alguien que te puede dejar sin calcetines». Pero su relación con el club del 27 es amplia. Además de Cobain, se relacionó sentimentalmente con Pete de Freitas, batería de Echo And The Bunnymen, que murió a los 27 años. Y su padre, Hank Harrison, fue manager de Pigpen McKernan (Grateful Dead), que también falleció a los 27.

FICHA

«Amy Winehouse y el club de los 27»

Howard Sounes

Alianza

414 páginas. 20 euros, «e-book», 9,99