Flórez: desquite con despropósito
Obras de Duparc, Mozart, Rossini, Donizetti, Leoncavallo y Tosti. Tenor: Juan Diego Flórez. Piano: Vincenzo Scalera. Teatro Real. Madrid, 16-XI-2015.
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No parece que el Teatro Real sea una de las salas preferidas de Juan Diego Flórez. En los últimos años le hemos escuchado un intachable «Barbero de Sevilla», un correcto «Orfeo y Euridice», unos algo frustrantes «Pescadores de perlas» y dos recitales, el primero de ellos con incidencias. El tenor achaca sus dificultades madrileñas a la sequedad del ambiente y, aunque en esta ocasión no se vio perjudicado, bien se encargó de recordarlo sacando un spray vocal. Fue una de esas acciones destinadas a buscar complicidades. Hubo bastantes más, como el parón en la última propina, «La donna è mobile», justo antes del célebre «pensier» final. Y logró que el público, que llenaba el teatro, se enganchase a pesar del disparatado programa y terminar con cinco propinas que se prolongaron entre aclamaciones más que toda la brevísima segunda parte. Allí estuvieron los nueve «do» de «La hija del regimiento», «Una furtiva lágrima» e incluso «José Antonio», una canción peruana para la que se acompañó de guitarra y que supuso la única afortunada salida del repertorio. Lo anterior no quita que el planteamiento del recital fuese un despropósito. De entrada por el simple acompañamiento con piano. Para eso no está el Real sino la Zarzuela. Al Real, con orquesta. Luego el programa de cuarenta minutos la primera parte y treinta y cinco la segunda, una mera sucesión de piezas-propina de la que sólo se salvó la última, el aria de «Lucrecia Borgia», colocada para cubrir el expediente. En la primera tres canciones de Duparc, que el tenor dedicó a las víctimas parisinas cuando previamente se había anunciado la dedicación de todo el acto e incluso guardado un minuto de silencio, en el que se echó de menos la presencia de los artistas en el escenario. El teatro ha de cuidar estas cosas. Flórez deambuló luego por él como por su casa, dejando por ejemplo que el pianista se quedase solo tocando la introducción al aria de esa «Lucia di Lammermoor» que debutará en diciembre en el Liceo, porque allí sí canta ópera.
No le fueron bien los debuts en «Puritani» y «Rigoletto» y en el nuevo Donizetti deberá resolver inteligentemente la pasional escena del contrato matrimonial donde se requiere un centro con más carne. Había micrófonos en el escenario y un espectador se preguntaba si era para amplificar la voz, que ciertamente no es grande, por lo que la tapa del piano estuvo abierta al mínimo. Lo compensó el artista con la siempre musical línea de canto, la impoluta dicción y la facilidad y buena proyección del registro agudo. Un gran cantante que lo sería aún más si lograse una mayor matización dinámica, potenciando la emoción.