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«La flauta mágica»: Mozart se queda mudo

La producción que hoy llega al escenario del Teatro Real es una lección de magia y uno de los títulos, sin duda, de esta temporada. El tenor Joel Prieto, que interpreta a Tamino, desvela las dificultades del montaje y su pasión operística
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La producción que hoy llega al escenario del Teatro Real es una lección de magia y uno de los títulos, sin duda, de esta temporada. El tenor Joel Prieto, que interpreta a Tamino, desvela las dificultades del montaje y su pasión operística
La maravillosa película en que el director de escena Barrie Kosky (ojo, no confundir con su colegaWarlikovski, por mucho que sus nombres tengan casi idéntica pronunciación) ha convertido «La flauta mágica» de Mozart lleva de teatro en teatro desde 2012, año de su debut en Berlín. La han visto en Los Ángeles, Cantón y Edimburgo, por sólo citar tres ciudades. Y lo que le queda. La puesta en escena promete ser inolvidable. En ella los cantantes interactúan de manera permanente con una proyección que no ven y von la cual tiene que adaptar sus movimientos milimétricamente para que todo encaje. El regista ha vuelto a los años del cine mudo y rinde homenaje a los maestros de ese arte sincopado y gestual que forma parte de la historia del celuloide. No se extrañen, pues ésa es la intención, si lo que ven les recuerda a Buster Keaton, Chaplin o Nosferatu. Incluso Pamina tiene todo el aire de Louise Brooks, uno de los rostros más famosos del cine mudo de los años veinte. Ellos están allí sin estar. ¿Y Mozart, qué? «A él le habría encantado», responde sin dudarlo el tenor Joel Prieto, que encarna en el primer reparto al enamoradizo Tamino. Tiene 34 años y una larga y muy prometedora carrera frente a sí. Este año celebra diez en la profesión y otros tantos que canta este papel. Se lo sabe de corrido, pero en este peculiar montaje ha habido que emplearse a fondo.
Llevan ensayando desde el 1 de diciembre «porque es muy difícil y tenemos que emplearnos a fondo. No hay objetos ni una escenaografía como tal sino que se interactúa directamente con la pantalla. El mundo existe en la perspectiva del espectador y si el cantante se pierde, el efecto también desaparece. Es, efectivamente, como el cine mudo de los años veinte. Vamos sujetos con arneses y la precisión ha de ser milimétrica. Nos hemos empleado a fondo», explica. Nació en Madrid pero pronto se trasladó junto a su familia a Puerto Rico. A los cuatro años pidió un violín de regalo y le compraron uno de juguete. Se enfadó tanto que sus padres tuvieron que reunir deinero para hacerse con uno de verdad. Lo tenía muy claro. De ahí saltó a Estados Unidos y se preparó en Nueva York. Plácido Domingo le dio la oportunidad de su vida: «Ha sido definitivo y fundamental en mi carrera. Le respetaba mucho antes de conocerle, pero al tratarle, aún más. Da, y da mucho y me hizo ver la importancia que eso tiene. Lo mismo que el trabajo en común: si todos brillamos es mejor», dice. Y con este reparto lo han conseguido. Hay nueve cantantes que debutan en el Teatro Real y 16 que son españoles, aunque como dice Joan Matabosch, director artístico del coliseo, «no es porque sean españoles sino porque sencillamente son los mejores». «Hemos formado un buen equipo. Tenemos hasta un grupo de Whatsapp. En diciembre salíamos alguna vez a tomar una copa, pero ahora no hay distracción que valga, aunque nos reunimos para comer y cenar», asegura.
Con Tamino lleva diez años, «un hombre que está en ese momento entre la adolescencia y la madurez y que busca sin saber qué. Pasa por las pruebas a que le someten Sarastro y los sacerdotes sobre el silencio, el respeto y la contemplación para merecerse el amor. Nunca estamos suficientemente preparados para vivirlo. La experiencia del primer amor a veces trae mucho dolor», comenta.
En el patio de butacas
Y una cuestión peliaguda: ¿estará el público más atento al montaje que a las voces? «Como espectador puedes ver y escuchar, pero no cabe ninguna duda de que Mozart y su música son los protagonistas. La magia del montaje es la que supo imprimir él y seguro que no le iba a defraudar», dice. Cada día se aprende algo nuevo, dice, y no puede estar más satisfecho del resultado. Ha visto como espectador en el patio de butacas al segundo reparto. Y disfrutó mucho. «Éste es de los montajes que te hace ver que vale la pena seguir en esta profesión», comenta.
Se ha mirado en los grandes a la hora de concebir su carrera. ¿A qué voces admira? «Las de Kaufmann. Es muy elegante y pone sentimiento en lo que hace, aunque tengamos repertorios totalmente diferentes. Imagino que yo pasaré en algún momento por alguno de sus personajes. También Dimitri Hvorostovski y René Fleming, Juan Diego Flórez», responde. ¿Y de los históricos? Y aquí Joel Prieto hace un divertido guiño, que no terminamos de saber si es equivocación o no: «¿De los histéricos?», se ríe. Y cuando parece que pasamos a otro tema advierte: «Hacemos nuestro trabajo y merecemos un respeto por ello, pero también te lo tienes que ganar. Para mí Plácido es el ejemplo. No hay que abusar de la posición que se tiene, sino hacerse respetar y sacra el mayor partido. ¿Por qué pasarlo mal con histerias y divismos si podemos disfrutar?», deja la pregunta en el aire.
Hoy estará en el escenario del Teatro Real, donde debuta. Coincide, como cada cantante, director de orquesta, de escena, o escenógrafo que aterrice en Madrid en que es un lugar donde el buen ambiente se respira y se contagia. Dice que hay que vivir el momento, y él lo hace. Le aguardan algunos papeles esperando a que les ponga voz. Seguro que volvemos a hablar antes, pero si no fuera así, lo haremos dentro de unos cuatro años (se me antoja demasiado largo) para preguntarle por el debut de Rodolfo de «La Bohème», de Romeo o de Werther, a los que desea hincar el diente. Y termina con una frase de esas que se escuchan antes de que caiga el telón: «Mozart siempre será parte de mi vida».

La primera ópera masónica

De esta producción de la Komische Oper de Berlín habrá doce funciones en el Real. El director musical es Ivor Bolton, quien aseguró en la presentación que se trata de la «primera ópera masónica. Mozart sabe captar la idea de paso del oscurantismo a la ilustración» y dijo también que es la producción de la que más ha disfrutado. Pasó un verano entero en Glyndebourne junto con Barrie Kosky trabajando en esta «Flauta».