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Luis Eduardo Aute: «Hasta aquí he llegado intentando no dejar de soñar»

Publica una caja recopilatoria con su obra esencial y afronta una gira en la que celebra sus 50 años en la música que pasa por Madrid.
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Publica una caja recopilatoria con su obra esencial y afronta una gira en la que celebra sus 50 años en la música que pasa por Madrid.
Si hay una palabra que defina a Luis Eduardo Aute es «artista». Durante cinco décadas ha plasmado un universo personal lleno sensibilidades y reflexiones materializadas en forma de pintura, canciones, poesía... siempre a la búsqueda de la belleza y el compromiso. Cincuenta años en el mundo de la música que ya ha comenzado a celebrar con «La Gira Luna», por toda España y Suramérica. Hoy lo hará en el teatro Circo Price de Madrid. El espectáculo abrirá con la proyección del mediometraje de animación, «Vincent y el giraluna», compuesto y dirigido totalmente por él. «Al alba», «Rosas en el mar», «Las cuatro y diez»... un recorrido antológico con lo más significativo de su carrera.
–¿Dónde está el secreto?
–El secreto es que no hay secreto. No me acordaba hasta que un amigo me recordó que fue en 1966 cuando grabé mis primeras cuatro canciones. Si acaso, el secreto es tiempo, trabajo e intentar disfrutar con lo que haces.
–Es la memoria sentimental de dos generaciones
–Una pareja me decía en Murcia que se enamoraron con una canción mía. Me trajeron a su hija Alba, por la canción. Lo que más agradezco es que alguien me llame para darme las gracias porque estaba hundido y le ayudé a salir del agujero. No se puede pedir más, eso es el máximo.
–¿Qué es una canción?
–Básicamente, un estado de ánimo, una manera de condensar emociones. Una descarga capaz de emocionar, de no sentirse solo. El secreto para tocar la fibra es que sea verdad. Cuando en los conciertos intento entender cada palabra que digo, hay comunicación. Si las digo por rutina, la comunicación se rompe.
–¿Cómo lleva una persona intimista el ruido de una gira?
–Me pongo otro chip, cambio de registro. Intento mantener lo esencial, el trato personalizado, sociable. Hay que ser agradecidos, valorar el esfuerzo que hace la gente para verte. Eso lo valoro mucho y procuro corresponder.
–¿Qué balance hace tras 50 años?
–Estoy bastante satisfecho, aunque siempre hay luces y sombras. Prevalecen los buenos recuerdos, los lugares, las personas, las experiencias vividas, pero creo que tengo aún mucho por aprender, canciones escritas pendientes de grabar y cosas por hacer.
–¿Le preocupa la falta de tiempo?
–Me agobia. Tengo
2 años. Antes no tenía conciencia, ahora sí cobra importancia y hay que aprovecharlo al límite.
–Antes que la canción fue la pintura
–Empecé a pintar al óleo con ocho años. Mis padres me regalaron un estuche de pinturas porque se me daba bien y mostraba interés. Me interesaban los libros de pintura, sobre todo porque había desnudos femeninos y era la única forma de verlos.
–¿Cuál es su proceso creativo?
–El motivo es algo vivido, que me hayan contado. Algo que me ha impactado y me invita a reflexionar. No es instantáneo, lo dejo sedimentar y, en un estado de ánimo determinado, esa idea comienza a tomar forma en cualquiera de sus manifestaciones, poema, cuadro o canción.
–¿Cómo distribuye los tiempos para pintar, componer, grabar, actuar...?
–No tengo móvil (risas). Trabajo caóticamente y de aluvión. Puedo estar un mes parado, se me amontonan los motivos y empiezo a trabajar con ellos de forma caótica, con varias cosas a la vez. Pero si quiero acabar con algo, entonces me centro y meto la directa. Necesito la presión del tiempo y la urgencia. Si es urgente terminar me encierro hasta que acabo.
–¿Cuál es leitmotiv de su obra?
–Lo implícito al ser humano. Ese bicho que de repente se encuentra aquí sin pedirlo y se hace preguntas sin respuesta, que persigue una felicidad que raramente llega y de pronto acaba sin saber adónde va. Y mientras, tiene que convivir con otros que están en el mismo dilema. En el fondo, no somos más que unos pobres desgraciados intentando ser felices y que nos quieran, y encima nos permitimos la estupidez y venir con ínfulas.
–¿Se considera un soñador?
–Peco de ese defecto. Hasta aquí he llegado intentando no dejar de soñar ni de imaginar.
–¿Qué valores le definen?
–He procurado vivir con verdad y coherencia, con dignidad y, sobre todo, con respeto a mí mismo y a los demás. Un valor tristemente en desuso. Si tú no te respetas, no esperes que lo hagan los demás. Trato de ser sensible al otro. Sin él no tiene sentido la vida propia. Tratarlo con los mismos valores que quiero que me traten.
–¿Qué le preocupa?
–Soy incapaz de pensar de aquí a 25 años cómo va a ser el mundo en todos los sentidos, porque, esto mismo a más, no me cabe. Es imposible no ser escéptico con este panorama, pero no hay que izar la bandera blanca de la rendición. No ya por nosotros, sino por nuestros hijos. Es imperdonable el mundo que les vamos a dejar.
–¿Qué le queda de aquel niño que miraba al mar?
–Sigo intentado que algo del alma de ese niño siga en mí.