Mercedes Ferrer: “Las mujeres tenemos una fuerza distinta, una muy poderosa”
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Tras cuarenta años subida a un escenario, toda una vida, Mercedes Ferrer se desnuda en su nuevo álbum, «Fieras Feroces», para tratar de manera libérrima cinco temas, cinco, que le parece fundamental abordar hoy en día. Sus cinco fieras son «Hacer Parecer», «Supremacía Moral», «Cuenta Vacía», «Fuerza Distinta» y «La Incertidumbre». «Estoy muy contenta, enormemente satisfecha, con este trabajo», cuenta, «es un álbum con vocación de autoayuda, cinco autoayudas en realidad, en el que me he abierto en canal. Son cinco temas que me parecía necesario e importante abordar en este momento que vivimos. He llegado muy feliz a la madurez y ‘‘Fieras Feroces’’ es exactamente el disco que quería hacer. Ni más ni menos que eso. No le falta ni le sobra nada. La primera de ellas, ‘‘Hacer Parecer’’, por ejemplo, habla de esta sociedad ilusoria de las apariencias en la que estamos». Una sociedad esta, la de las apariencias que comenta, y canta, Mercedes, que ha cambiado de forma drástica. «Es un cambio drástico global y eso es alucinante. Y la pandemia ha venido, además, a consolidarlo. En todos los procesos, incluso en los económicos, en la oferta y la demanda, todos se han visto afectados drásticamente y dramáticamente, incluso. Y los procesos de creación, en el caso de los artistas son casi imposibles hoy en día. Antes uno se planteaba un álbum de una manera más tradicional: quedas con tu banda, con tus músicos, ensayas, luego te metes en un estudio y luego te vas de gira. El disco no va a generar mucho beneficio, y lo sabes, porque va ligado a que es en el directo donde se va a dar ese beneficio. Pero ahora ya no es así. Ahora el beneficio es de una venta ‘‘online’’, que todavía tiene muchísimos defectos», comenta. «Ahora pasas de una canción a otra», prosigue, «y la idea “álbum” se está quedando obsoleta. Ha cambiado mucho el modo de consumir la música. A mí me da mucha pena, porque te pierdes propuestas mucho más interesantes e intensas de gente joven que profundiza, y esta especie de moda de lo fugaz les perjudica. Acabas escuchando canciones de gente sin nombre ni cara porque es imposible que recuerdes todos los nombres de la lista que, muchas veces, elige por ti un algoritmo. Y de pronto pasa desapercibido un tema porque se pierde entre un montón de morralla que tienes que tragarte para llegar a eso. Al final solo alguna loca como yo, que me encanta descubrir nuevos talentos y los busco y les escucho. Pero ese algoritmo es muy peligroso, vamos a acabar gobernados por inteligencia artificial, no sé a dónde nos va a llevar. A mí, personalmente, sé a dónde quiero que me lleve. Los que hemos vivido antes el futurismo de los 80 y de los 2000 sabemos a dónde va todo esto, que estaba cantado. Pero porque tenemos una formación. Estamos en el fast food de la música, lo podemos denominar así sin ningún tipo de tapujo. Pero la gente lo consume. Otra cosa es cómo le siente. Todos son inputs a lo bestia y tu respuesta como humano es las ganas de desaparecer, como haría un mago». Sin embargo, hay que estar ahí, reconoce la artista. El cambio de paradigma es el que es y hay que adaptarse. «Las redes sociales, por ejemplo, son muy buenas si sabes manejarlas, si no dejas que sean ellas las que te manejen a ti. Son un medio, una herramienta. Pero no te puedes creer todo esto. No puedes estar expuesto a eso todo el tiempo. Los artistas hoy estamos muy pendientes porque estamos ahí, expuestos. No puedes no estar».
En el cuarto corte del álbum, la cuarta de las fieras feroces de Mercedes Ferrer, habla la cantautora de la fuerza de la mujer, de esa «Fuerza Distinta». «La mujer tiene fuerza», explica. «Lo que ha pasado hasta ahora es que se ha estado mitigando esa fuerza, lo han hecho los poderes supremacistas, que siempre han ido contra las minorías a todos los niveles. La mujer no es minoritaria pero se ha pretendido aminorar esa fuerza suya. Sin la fuerza de todas nosotras no existiría la vida. Todo lo que conlleva ser mujer en la sociedad ha sido tratado de manera muy violenta, lo que es terrible. El hombre ha utilizado la violencia para ganar todas las batallas y ha sido contagiada a todas las esferas de la humanidad. Todo se ha planteado desde ese punto de vista, como si la fuerza estuviese ligada a la violencia. Y convendría separar eso ya, separar la fuerza de la violencia. Y cuando esas dos ideas se separen podremos ver si la violencia es necesaria en la sociedad sin perder la fuerza, porque uno puede ser tremendamente fuerte y poderoso sin ser violento. No necesitamos la violencia. A la mujer se le ha tratado de manera violenta, y eso es terrible. Hay que erradicarla y tenemos que empezar por nosotras mismas, que no debemos aceptar nunca esa violencia. En ningún caso. Nosotras llevamos otra fuerza mucho más poderosa que toda esa violencia. Tengo mi fuerza. Una fuerza distinta. Es necesario reivindicar un espacio de igualdad». Yo con esa fuerza, Mercedes Ferrer se encuentra ahora en plena promoción de sus Fieras, un trabajo del que se muestra muy orgullosa, en el que «me he volcado por completo». Y así, entretenida y satisfecha, anda entre promociones y conciertos (el 13 de octubre estará en La Coruña con Aurora Beltrán, en el ciclo «Ellas son Artistas», a Algeciras, a Cádiz…), con toda su fuerza. Una distinta.
Principiaban los ochenta cuando Mercedes se trajo París al foro como quien se presenta en una fiesta de andar por casa con un amigo muy distinguido. Quiere esto decir que al volver a su ciudad natal, Madrid, llevaba bien dentro la luz inagotable de la Sorbona, la música ternísima de las bandas de tanteo a las que perteneció, los libros devorados en la intimidad de una buhardilla que a ella se le antojaba el Jardín del Edén, el vino con acento circunflejo que le acariciaba el paladar como ningún ser humano y elevaba la temperatura de su corazón y cabeza.
Pero un día cualquiera, como si hubiera escuchado una voz a la que era imposible contrariar, metió en una bolsa a Marguerite Duras, François Sagan, Édith Piaf, el Campo de Marte y el Pont Neuf y la sepultó en el último cajón del hermoso buró que rescató del Mercado de las Pulgas. Y sin mirar atrás se lanzó a investigar las miles de posibilidades que ofrecía su tierra de asfalto, que ya arrastraba fama de ser un incendio a todas horas.
Hablo de cuando la música no era una chuchería de supermercado sino una noble aspiración y un arte indudable, y la sola imaginación podía transformar el escenario más cutre en un altar mayor. En Madrid se celebraba entonces un concurso de rock organizado por el Ayuntamiento (ah, aquellos tesoros culturales bajo el mandato del Viejo Profesor), y Mercedes se presentó junto a unos compinches y vencieron. Fue aquella llave mayúscula la que le hizo tomar una senda en donde la música iba a ejercer para siempre de santa patrona.
Qué fácil resultaba rocanrolear y aguantar en pie hasta que los párpados caían rendidos. La existencia era un latido en sensurround y aquella veinteañera sedienta de vida tuvo para sí todas las calles. Porque esa década fue una escuela, pero también un cementerio. Y en su crepúsculo, cuando Madrid perdió algo de nervio y la entera inocencia, y la primavera desembocó directamente en el invierno y los vendedores de ilusiones levantaron el vuelo a la caza de nuevas víctimas, Mercedes decidió instalarse en Nueva York para recuperar París. Y a pesar de que extrañaba el pulso de Malasaña, jamás se sintió más música que en esos garitos del East Village en los que tocó con un entusiasmo casi infantil y en donde las guitarras sonaban como el grito de Zeus y la cerveza tenía un sabor más intenso, turbio, cinematográfico. Pero a los tres años regresó a casa, pues es Madrid, y no Roma, ese lugar que resplandece al cabo de todos los caminos.
Pocas artistas han sido tan mimadas por la crítica como Mercedes Ferrer, y durante años, cada vez que alumbraba un nuevo trabajo, le auguraron la segura llegada de audiencias más numerosas. Porque si ha habido una asignatura por cumplir en su dilatadísima carrera ha sido esa, un mayor impacto comercial. Pero ella siempre se ha mantenido firme en el mismo raíl y ha dicho no a cualquier impulso que no le dictase su instinto. Y ahí quedan una decena de robustos discos de creación, sus colaboraciones con músicos que son ya hermanos (Rafa Sánchez, Nacho Cano, Bunbury, Pedro Guerra, Mikel Erentxun…) y el haber visto con su mirada clara el infierno en Ciudad Juárez y el cielo en Belén, pues siempre que le ha sido posible ha predicado en favor de aquello en lo que cree.
Son muchos años en el tajo como para no saber que ahí fuera acechan los monstruos y que las fieras son naturalmente feroces. Pero ella rechaza el miedo y sigue echándose a las calles y remando en busca del mejor puerto, con discos que son el reflejo de sus inquietudes. Por algo es una rubia con alma de morena. Segura, fuerte, con personalidad de titanio. Tan sólida como ese sueño que nunca llegó a tener y que, sin embargo, cumplió.