Vetusta Morla, una extraña sensación
El grupo madrileño experimenta con su sonido en su nuevo disco, «Mismo sitio, distinto lugar», que se publica hoy.
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El grupo madrileño experimenta con su sonido en su nuevo disco, «Mismo sitio, distinto lugar», que se publica hoy.
Hay una coletilla en el mundo de las cultura cuyo uso debería ser causa de inmediata prisión incondicional. La diremos una vez confiando en que sea la última. «Salir de la zona de confort» es esa expresión vacía que se utiliza como si supusiera algún mérito y que cualquier artista puede autoatribuirse, pues, al fin y al cabo ¿quién puede serlo de verdad y sentirse «confortable»? Evolucionar, moverse del lugar, es una obligación para un creador y es la premisa que han seguido Vetusta Morla para publicar su cuarto disco de estudio, «Mismo sitio, distinto lugar», un álbum que sale a la venta hoy y que no explican con el maldito sintagma sino con otros más excitantes: «Sobre el nuevo disco, cada miembro del grupo tenía sus expectativas, pero eran irrelevantes. Había que esperar a hacerlo entre todos», dice Juanma Latorre, guitarrista y compositor del grupo madrileño.
En el arte, como en «El Gatopardo», se trata de cambiarlo todo para seguir igual es la paradoja de un disco que suena a ellos pero en el que flota una sensación extraña de irrealidad, surrealismo o alegoría. «Descubrimos el eslogan que definía al disco en la última etapa, en la mezcla, que por primera vez ha sido decisiva. Cuando le enviamos algunas canciones a Dave Fridmann para que se fuera familiarizando con ellas antes de construirlas, le dijimos que tuviera en cuenta que no sonaban como la banda tocando junta. Y él nos dijo: ‘‘Perfecto, eso es lo que queremos’’», recuerda Latorre. Así que el disco es de Vetusta pero al mismo tiempo no es de Vetusta, sino de sus miembros de una manera nueva.
Abrazar la incertidumbre
«Hemos renunciado a una de las premisas del grupo, que es ser una banda de directo. Nos hemos permitido que no sea así y para eso han cambiado todos los procesos. Por ejemplo, cada uno en el grupo ha abrazado instrumentos que no le pertenecen naturalmente, y nos hemos permitido desarrollar las pistas en casa, copiando, pegando o introduciendo distorsiones», señala el guitarrista. «A veces te olvidas de que no sabes tocar un instrumento o que no lo puedes hacer de manera solvente. Te llevas más allá de tu capacidad técnica. Tomas un sonido y lo programas con el ordenador y no necesitas dominar el instrumento sino que te sirve por lo que aporta a la canción como timbre o lo que aporta a la paleta de colores de una canción y eso te abre otra puerta», añade. David «El indio», batería del grupo que también ha abierto sus horizontes más allá de las baquetas, tiene otro eslogan para definir el proceso: «Ha sido un abrazo a la incertidumbre, porque trabajábamos con temas que estaban incompletos, sin sonidos o partes y eso nos generaba una sensación extraña. Y no pasaba nada, pero la sensación no te la podías quitar». El sexteto, tras una década de local de ensayos antes del primer disco y casi otra década desde entonces, ha desarrollado una creciente actitud meticulosa. «Y no ha cambiado, pero tuvimos que modularlo. Hemos domesticado nuestro perfeccionismo», apunta el bajista Álvaro B. Baglietto.
A pesar del cambio de premisas, el disco lleva impreso el ADN de la banda. Como las metáforas, a veces crípticas, otras surrealistas y también críticas con la realidad, que permanece en temas como «Palmeras en la Mancha». «Lo veo como una narración de personas que se van muy lejos porque ven que hay algo que no funciona en absoluto», comenta el batería. ¿Se han sentido así los Vetusta Morla alguna vez? «¿Y a quién no? Precisamente ahí está la semilla del disco. Hablamos de eso, de ir más lejos con las canciones y de un abanico de emociones que teníamos en el primer día de ensayo. No hemos sacado nada de fuera para este disco, todo procede de muy adentro», añade Baglietto. Emociones como... «ganas de renovación, nostalgia, algunas contradicciones pero ganas de reinventarnos y de renovarnos». Una insatisfacción, en el fondo, que cualquiera podría pensar impropia de la banda nacional número uno libra por libra. «Si te das por satisfecho en cualquier cosa, ya sea una relación personal o en tu carrera, lo mejor es que te preparen la camita y que te eches la siesta», apunta Latorre.
Una burbuja propia
Los Vetusta no han tenido miedo de ser incomprendidos: «Nunca hemos pensado en lo que hay afuera. Antes de publicar el primer disco, construimos durante años un mundo propio, una burbuja en la que nos necesitamos entre nosotros pero no a los demás y desde entonces solo existe nuestro universo interior. Ser honestos con nosotros es la fórmula perfecta para que afuera se entienda», apunta Baglietto. «Pienso que el que entiende nuestra idiosincrasia va a comprender el disco que hemos hecho». Un renacimiento que empezó en Berlín, en los míticos estudios Hansa, que en sí mismos se han reinventado varias veces: fueron un cabaret, pasaron por la guerra y mantienen la vieja mesa de mezclas donde ya se reformularon U2 y David Bowie. «Allí se extendió el proceso de creación de las canciones, se expandió más allá del local», dice el batería. Junto al productor del álbum, Carles Campi Campón, siguieron experimentando. En los disco anteriores, el estudio no era más que la caja negra donde se reflejaban las canciones ya defindas en el local. En este trabajo fue una prolongación, pero no la última. Porque la mezcla, que tampoco solía ser un paso relevante, ha cobrado un peso decisivo en manos de Dave Fridmann, mezclador, entre otros de MGMT o Tame Impala. «Fuimos a su estudio, en Cassadaga, a unas siete horas en coche de Nueva York y cerca de las cataratas del Niágara. Nos dijo que le interesaba el proyecto, pero que sólo lo haría si nos íbamos allí con él y eso nos encantó», dice Latorre. Fridmann llevó las canciones a otro plano, algunas veces, cambiándolo todo. Para seguir sonando como Vetusta Morla.