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Papel

Palomo Spain: "Enseñar el culo no es nada provocador"

Diseñador de moda

Foto: Alberto R. Roldán
Foto: Alberto R. Roldánlarazon

Alejandro entra en el Club Matador de Madrid con porte de diestro y expande su arte a modo de perfume por la barra clandestina donde nos hemos citado para el encuentro. Pronto se transforma en Palomo, su segundo apellido, firma y sello de su heterodoxia creativa que contrasta con la timidez de sus ojos y el sosiego de su verbo. Él es Spain, mucho Spain. Así lo constata su nombre artístico. También es el responsable de hacernos degustar la moda con una mayor amplitud de miras, sin tabúes.

¿Cuál es la Spain de Palomo?

La España de una cultura rica, llena de luz, de espontaneidad, de facilidades, de gente maravillosa y sencilla; la España que nos diferencia del resto del mundo. De hecho, lo de Spain surge cuando vivía en Londres. Allí la gente es individualista, cuesta un montón quedar con alguien para tomar una caña. Aquí eso no ocurre. En Londres me enamoré de España. No sabemos lo afortunados que somos de vivir en este país, dejando la política aparte, que ahí prefiero no meterme.

Quizá, si pusiéramos alguno de sus volantes o encajes a la política sería mucho más divertida... No nos vendría mal. Nos tomamos las cosas demasiado en serio. Yo tengo mis ideas, pero no me gusta hablar de ello porque vivo en mi propia democracia y poseo el gobierno de mi taller.

Tiene 27 años, acaba de presentar su octava colección en París, ha escrito un libro autobiográfico, las divas (Beyoncé, Madonna, Rosalía...) mueren por un Palomo, pero él habla de ello con una absoluta tranquilidad. «Tengo la suerte de ser un chico calmado, pocas cosas me sobrepasan», confiesa. Aunque en dos años se ha convertido en uno de los diseñadores punteros, su historia comienza muchos años atrás...

¿Cómo fue la etapa en la que trabajaba como camarero en Londres? ¿Tiraba las cañas con el mismo arte con el que hila sus diseños?

La verdad que no se me daba nada mal, mis padres tenían un bar en Posadas y ya iba entrenado porque les ayudaba muchísimo de pequeño. Así que en Londres, los jefes estaban encantados porque estaba en el restaurante como en mi casa.

Aunque reconoce que aquella etapa no fue sencilla y que pasó absolutas penurias...

Un día llegué al súper con una bolsa de plástico llena de monedas de «pennies» que llevaba años guardándolas y allí, en una máquina, las cambié por dinero real para poder hacer la compra. Creo que sumaban como nueve libras. Compré pan, aceite de oliva y pasta, y eso comí durante toda una semana.

Sus diseños han roto los esquemas, hombres andróginos con pedrería y capas muaré. Algunos críticos dicen que provoca. Él disiente.

¿Usted ha puesto fin a la cuestión de género en la moda? ¿Es un provocador?

Hay género en el patronaje, en los cuerpos inevitablemente, pero no lo hay en la estética, en lo que se establece para un sexo u otro. Es ahí donde podemos jugar y divertirnos. Provocar es hacer barbaridades para que la gente mire, yo no hago eso. Yo provoco desde la belleza, desde lo bonito y desde lo humano. Enseñar el culo no es nada provocador.

¿Cómo sería un bañador de hombre en versión Palomo?

Si me lo pongo yo sería con un «print» de leopardo o con lunares, algo muy loco. Si se lo pusiera el chico de mis sueños elegiría un speedo con cristales de Swarovski y encaje.

¿Hace operación bikini o tiene trucos estilísticos para evitar esta tortura? Todo lo que me gusta lo hago a lo grande y comer es una de esas cosas, como la moda. Realmente estoy en permanente operación bikini unas veces me sale mejor que otras.

¿Ha ido ya de rebajas?

No me gusta ir de tiendas ni comprar online, lo que llevo puesto me lo hago yo o lo compro en tiendas de segunda mano. Mi armario es un gabinete de coleccionista en el que hay prendas que significan algo para mí. La ropa es una manera de decir quién eres. Detrás de cada una de ellas hay una historia.

Historias de catacumbas psicodélicas surtidoras de tripis como las que han inspirado su última colección. De momento, y tras el éxito de París, busca hueco para irse unos días de detox a Portugal o a Pompeya, la ciudad que dice conocer en sueños, pero ahora quiere vivirla en tres dimensiones.