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Pesimismo para alcanzar la felicidad

«El mundo como voluntad y representación» de Schopenhauer, que cumple 200 años, nos deja valiosas enseñanzas para nuestra sociedad

Schopenhauer
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Se cumplen 200 años de la publicación de «El mundo como voluntad y representación», obra fundacional del pesimismo filosófico que influyó en la Generación del 98, el existencialismo, el psicoanálisis y, en la actualidad, en Houellebecq

El pesimismo goza de mala fama, pero en este mundo de abundantes felicidades efímeras, probablemente la única vía para alcanzar la felicidad, sin adjetivos y de manera plena, es entregarse en brazos de lo que llaman el optimismo bien informado, o sea, el pesimismo. Existen obras de gran alcance filosófico que la gente reconoce únicamente a través de su reducción popular, por una generalidad desprovista de profundidad. De Schopenhauer ha trascendido la imagen de un pensador huraño y arisco, de temperamento difícil y de ideas que invitan a la melancolía, quizá por extractos descontextualizados como el siguiente: «Siempre me resultó un obstáculo en mi vida y en todo lo que emprendí que hasta una edad bastante avanzada no fuera capaz de formarme una idea lo suficientemente clara de la pequeñez y miseria de los hombres». Una afirmación que para el homo sapiens actual, frecuentador de grandes superficies y consumista insaciable de modas, resulta de una tristeza inasumible. Pero los tópicos, una anticipación temprana de las «Fake News», no responden jamás a un marco de verdades. Y no estaría de más revisar la imagen y el pensamiento del filósofo aprovechando que este año se cumple 200 aniversario de la publicación de su obra cumbre: «El mundo como voluntad y representación» (ahora editado en Alianza). «Es el libro fundacional del pesimismo filosófico», comenta el editor y filósofo Carlos Javier González.

Esta obra se publica en 1818, pero con fecha de 1819, que es la que ha quedado establecida a nivel mundial para celebrar su edición. El texto ha repercutido de manera especial en Cioran, Freud, Emilia Pardo Bazán, Unamuno y Baroja, entre otros grandes nombres de la filosofía y las letras. ¿Pero qué es lo que cuenta este título? Carlos Javier González lo glosa de una manera sencilla: «Fundamentalmente que somos lo que conocemos del mundo. Pero este conocimiento no es directo. Está mediado por los sentidos, las emociones y los sentimientos. Por otro lado, hay algo que subyace bajo esta visión parcial, o equívoca, que es lo que Schopenhauer denomina “lo que es en sí”, y que es la voluntad, lo que domina el mundo, una fuerza devoradora siempre en puja consigo misma. Lo que él puso en liza es una lucha constante en el mundo, tanto laboral como biológica o inorgánica, porque todo lo que no tiene vida también está en puja: los planetas dando la vuelta al sol. Todo está en tensión para él. Y no hay victoria sin lucha. Es lo que viene a contar». Pero existe un aspecto que Carlos Javier González acude a matizar de manera urgente para evitar malentendidos y quitar prejuicios:«Él nunca justifica el suicidio, aunque dice que hay profundidades abismales en el corazón humano, asegura que hay que intentar negar esta voluntad. La vida es aprender a negar esa constante que nos domeña».

En esta sociedad de pragmatismos, donde todo debe tener una utilidad, y de memoria olvidadiza, nada ocupa nuestra atención de una manera duradera, conviene resaltar cuál puede ser la mayor enseñanza de Schopenhauer para los hombres de hoy: «Schopenhauer -explica Carlos Javier González- pensaba que la voluntad era un mecanismo cósmico por el que todos estamos controlados por el lado biológico. Eso se puede transportar a nuestros días por las multinacionales, las farmacéuticas y la gigantesca influencia del aparato publicitario al que todos estamos expuestos. Es la voluntad capitalista. La voluntad metafísica se ha convertido en una voluntad neoliberal. La actualidad de su pensamiento está en eso. Hay que aceptar un estoicismo activo, porque, según él, lo último que hay que hacer en la vida es estarse quieto. A todo este síndrome de dependencia se suma la obligación de ser felices. Todo el rato se contamina nuestro pensamiento con la idea de ser feliz. Pero Schopenhauer nos dice que no hemos nacido para ser felices, sino para estar en el mundo y aprovechar los momentos de alegría que se nos den. El error del ser humano es creer que nacemos para ser felices. Esta idea, de todas maneras, lo toma de Baltasar Gracián. De hecho, los alemanes leen las obras de nuestro escritor en la traducción de Schopenhauer».

El filósofo, como otros, fue malinterpretado por el Tercer Reich, como recuerda Carlos Javier González. Los nazis cogieron el concepto de voluntad y lo manipularon para que respondiera a sus intereses, como demuestra un filme, «El triunfo de la voluntad». «Hitler leyó este libro. El concepto “voluntad” tiene mucha fuerza en alemán. Hitler se apropió de esa idea para aplicar a la supremacía de la raza aria. Toda esa película muestra la grandiosidad de la voluntad nazi, cuando Schopenhauer en realidad hablaba de otra cosa». La influencia de la obra está presente en el movimiento existencialista, desde Sartre hasta Camus, nutre a los escritores de la Generación del 27, pero también a Freud y el psicoanálisis porque «esa voluntad es inconsciente y es la vida». Pero no termina ahí. La obra del niño terrible de las letras francesas, Michel Houellebecq, está impregnada de las ideas de Schopenhauer. «Houellebecq reivindica la actualidad del pensador. Su obra está llena de corporaciones que se quieren apropiar de nuestro pensamiento y solo quieren que seamos felices. Incluso su última novela tiene en el título el nombre de un componente bioquímico para que nuestro cerebro pueda ser feliz. Todo el discurso de Houellebecq está impregnado por Schopenhauer. Pero en el sentido de reivindicar un sano pesimismo. Schopenhauer y Houellebecq hablan de la huida de la sociedad, en un movimiento gregario. La única manera de escapar es que cada persona reconozca su individualidad. De lo contrario, sigues siendo uno más de la masa. Houellebecq afirma que estamos metido en ella y que hay que atreverse a pensar por nosotros mismos».