Picasso y Lautrec en la «arcadia sucia»
El Museo Thyssen confronta la obra de los dos maestros, conectadas en forma y temática, una relación que nunca antes había sido objeto de una exposición.
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El Museo Thyssen confronta la obra de los dos maestros, conectadas en forma y temática, una relación que nunca antes había sido objeto de una exposición.
Cuando se menciona la relación entre Pablo Picasso y Henri de Toulouse-Lautrec, hasta el menos informado en arte baja los párpados y concede la obviedad. «Sin embargo, es chocante que nunca antes se había organizado una exposición que probase la relación entre estos dos genios», afirmó ayer Guillermo Solana, director artístico del Museo Nacional Thyssen Bornemisza, que inaugura hoy la primera exposición que enfrenta la obra de ambos pintores. «Su sintonía se manifiesta como reencarnación en la penumbra entre lo que termina y lo que empieza», señaló Solana.
Como saben los bachilleres, Picasso vivió en París unos pocos y decisivos años olfateando el aroma en el aire de Tolouse Lautrec, ambicionando su estilo, pisando sus ambientes, como el joven admirador que era. Fueron años decisivos, porque entre 1901 y 1904, Picasso encontró a Picasso. Por primera vez, el malagueño firma con su segundo apellido en la capital del Sena, donde nunca llegará a conocer personalmente al contrahecho pintor francés, pues apenas coinciden un año en la misma ciudad.
«Zonas de sombra»
«Son dos trayectorias, una que comienza y otra que se apaga. Esta exposición es intrigante y apasionante porque se centra en la intersección entre ambos, que se aprecia, en primer lugar, en el dibujo», destacó Solana, que definió la muestra como una exploración de «las zonas de sombra». La confluencia en el estilo se aprecia en el trazo, en la utilización del pincel «como un lápiz de carboncillo o una pluma» y también en técnicas que no cubren toda la superficie pictórica de forma deliberada. «En la pintura occidental la norma era cubrir por completo todo el lienzo para crear la ilusión coherente de estar asomándose a una ventana. Sin embargo, aquí, vemos el papel, el lienzo y el cartón (que en sí mismo ya es un soporte en penumbra a medio camino entre uno y otro) que quedan en blanco. Podría dar la impresión de que es una tentativa, pero no se engañen», señaló Solana en referencia a una incipiente libertad en el arte que marcará la contemporaneidad.
La co-comisaria de la muestra (juto a Francisco Calvo Serraller) Paloma Alarcó la exposición permite comprobar el papel pionero de ambos artistas en la modernidad también por el «sentido caricaturesco y la mirada humorística, sarcástica y mordaz», así como por la atracción que sentían ambos hacia el «erotismo prohibido» y el mundo de la prostitución que, si bien Lautrec abordaba de un modo «simbólico y delicado», a la manera de Degas, según la comisaria, el joven Picasso le daba un tratamiento «casi pornográfico». París es, en el arco de la exposición, el personaje principal. Los cinco apartados en que se divide la muestra tienen a la ciudad, que a comienzos del siglo pasado se levantaba sobre bajos fondos como una «arcadia sucia», según recordó la comisaria, de protagonista absoluta. Las cinco estaciones del recorrido dejan constancia de los burdeles, cabarets, cafés concierto y vapores alcohólicos que impregnan cada pintura de ambos en estos años: «Bohemios», «Bajos fondos», «Vagabundos», «Ellas» y «Eros recóndito» son las temáticas predilectas de ambos y en el caso de Picasso, que continuó siete décadas más trabajando, hasta el final de su producción, como recordó Francisco Calvo Serraller. Entre las 112 obras procedentes de 40 países y 60 colecciones de todo el mundo está, por ejemplo, un tapiz de «Las señoritas de Aviñón» (1907), otra pieza inspirada en un lupanar prestada por Bernard Ruiz Picasso, nieto del artista. «Si Lautrec se había consagrado como pintor de la vida moderna, Picasso se consagra como pintor de la modernidad», señaló Alarcó. Sin embargo, en sus primeras obras, Max Jacob, Guillaume Apollinaire y André Salmon se burlaban del joven artista: «¡Aún demasiado Lautrec!», le decían al ver sus trabajos en París.