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¿Qué gran misterio descubrió Einstein que todavía ignorábamos?

El físico hablaba en sus cartas de una «fuerza que lo explica todo y da sentido con mayúsculas a la vida», que pedía no revelar hasta que la sociedad estuviese lo «suficientemente avanzada» como para comprenderla
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El físico hablaba en sus cartas de una «fuerza que lo explica todo y da sentido con mayúsculas a la vida», que pedía no revelar hasta que la sociedad estuviese lo «suficientemente avanzada» como para comprenderla
¿Quién no ha oído hablar de Albert Einstein (1879-1955), uno de los hombres más inteligentes de la Historia, descubridor de la Teoría de la Relatividad y Premio Nobel de Física? Sin embargo, desconocemos aún qué pensaba exactamente este simpar científico alemán, nacionalizado suizo y estadounidense, sobre la existencia de Dios. Persiste todavía hoy un gran desconcierto sobre esta trascendental cuestión que todo ser humano, más tarde o temprano, debe abordar.
Si nos atenemos a la carta datada en Alemania en enero de 1954, un año antes de su muerte, dirigida por Einstein al filósofo Erik Gutkind y subastada por eBay hace tres años con un precio de salida de tres millones de dólares, no albergaríamos la menor duda. Bastaría así con leer este breve y contundente párrafo: «La palabra de Dios –escribía Einstein– es para mí sólo la expresión y el producto de la debilidad humana. La Biblia es una colección de leyendas honorables, pero todavía primitivas, que son, no obstante, bastante infantiles. Ninguna interpretación puede cambiar esto».
- ¿Sin fe?
¿Un hombre sin fe...? Pese a su innegable importancia, no olvidemos tampoco que esa carta era sólo una de las casi 12.300 que escribió a lo largo de su vida. La epístola nada tiene que ver así con esta otra redactada también de puño y letra de Einstein, el 12 de julio de 1925, a su colega italiano Giovanni Giorgi, profesor de la Universidad de Sapienza, en Roma. Una sola frase en este caso, tanto o más lapidaria que el párrafo entero anterior, nos confirma el sentido trascendente de la vida para el científico: «Dios creó el mundo con más elegancia e inteligencia», aseveró. Basta con eso.
¿Creía entonces Einstein a pies juntillas en la existencia de Dios, como el único y gran creador del Universo? ¿Acaso su formación hebrea, afianzada en el Antiguo Testamento, logró troquelar con firmeza esa convicción interior? Tan importante misiva se vendió el 15 de febrero de 2015 en Estados Unidos, en la casa de subastas RR Auction, a un comprador anónimo, cómo no, por 75.000 dólares. Rubricada en italiano («Suo, A. Einstein»), dado que su autor hablaba y escribía con fluidez en ese idioma desde su estancia en Pavía, al norte de Italia, iba dirigida, como decimos, a Giovanni Giorgi, toda una autoridad académica en electromagnetismo.
Y llegamos por fin a la misteriosa carta de Einstein a Lieserl, la hija extramatrimonial del científico con su futura esposa Mileva Maric, nacida supuestamente en 1903. Misteriosa, decimos porque su autoría ha sido cuestionada y se desconoce incluso cuándo y dónde se escribió.
Por si fuera poco, el destino de Lieserl sigue siendo hoy un enigma: ¿fue dada en adopción por la pareja antes de la venida al mundo de sus otros dos hijos, Hans Albert y Eduard «Tete», en 1904 y 1910, respectivamente? ¿Murió acaso la niña de escarlatina cuando sólo tenía un año, como se ha afirmado?
Sea como fuere, hay quienes aseguran también que la carta de su padre a Lieserl fue donada por ésta a la Universidad Hebrea de Jerusalén a finales de los años 80, incluida en un lote de 1.400 misivas; lo cual confirmaría, entre otras cosas, que la mujer no falleció en su más tierna infancia. En el Archivo de Albert Einstein de la citada Universidad no he podido localizar tan interesante epístola, pero tampoco eso significa que no exista.
- El gobierno del amor
En cualquier caso, la belleza y trascendencia de la carta es indudable a la luz de estos dos párrafos: «Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el amor...».
«El amor es luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El amor es Dios, y Dios es amor».
¿Creía entonces Einstein en la existencia de Dios? Un experto de la firma de subastas RR Auction respondía a esta cuestión: «A pesar de que no creía en un Dios personal, Einstein no era reacio a hablar de Dios es un contexto científico». Ahí queda eso.
La historia de la misteriosa hija de Einstein, Lieserl, a quien supuestamente el gigante de la ciencia escribió una carta rindiéndose ante el infinito poder de Dios, ha intrigado a novelistas españoles y extranjeros, hasta el punto de convertirla en protagonista de sus relatos. Pero retomando ahora la reveladora carta de Einstein a Lieserl, destacamos estos otros singulares párrafos: «Cuando propuse la Teoría de la Relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los prejuicios del mundo. Te pido, aun así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que explico a continuación [...] Esta fuerza lo explica todo y da sentido con mayúsculas a la vida». Y esa fuerza no es otra que el mismo Dios, creador del universo.
@JMZavalaOficial