Rocky Marciano, el dios invicto del boxeo
El accidente aéreo que le quitó la vida hace 50 años permitió que perviviera siempre joven e invencible en la memoria.
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El accidente aéreo que le quitó la vida hace 50 años permitió que perviviera siempre joven e invencible en la memoria.
El rey de Massachusetts, el monarca del nocaut, el Aquiles del pugilismo, el único peso pesado que abandonó el cuadrilátero sin besar nunca la lona. Jamás conoció la derrota, ni siquiera cuando retó a la soldadesca durante su estancia en el ejército americano, una milicia que no está formada precisamente de pusilánimes, piernas o pringados. El tipo había nacido con manos como palas y una pegada de cemento. Y una nariz delatora que no dejaba dudas a nadie de cuál era su oficio. Rocky Marciano. Un italoamericano, un espagueti de esos que nacían en las calles estadounidenses cuando Estados Unidos aún estaba acuñando leyendas sobre la mafia y el contrabando. La dulce era del boxeo, cuando los preparadores aún recordaban aquellos «match» míticos a veinte asaltos y sin bucal que dejó el siglo XIX, y muchos de los combates organizados eran una riña sentimental entre el amor propio y la reconfortante bolsa de los amaños.
Rocky Marciano comenzó practicando béisbol, pero pronto comprendió que resultaba más fácil batear cabezas con los nudillos que pelotas con un palo. Lo suyo en la tarima era una suma de corazón y talento. Una combinación imbatible. En su carrera profesional dejó una nómina de 43 K.O. en una lista de 49 combates y 49 veces que levantó los puños. Navegó por el éxito como otros se arrastran por la cotidianeidad. Una felicidad acuñada a golpe de sangre, coraje y champán.
Es cierto que lo de Marciano resultó una casualidad, un error lingüístico en un mundo de músculos y huesos. Después de encadenar una racha larga derribando gigantes se encontró con un energúmeno, un árbitro, que no sabía pronunciar su apellido italiano. Aquel incidente se saldó con un acento de comedia y un bautizo improvisado: a partir de entonces se llamaría Marciano.
Todo héroe cuenta con su propia «Iliada», y él también la tuvo. Dos veces: una contra Don Mogard, conocido como «La roca». Uno de esos fulanos que no conocen el horizonte de sus límites. El tipo puso intensidad. Pero sobre todo resistencia. Fue el primer boxeador con suficiente entereza de terminar los diez asaltos sin desplomarse como un juguete ante el nuevo y reluciente ídolo del público. Una épica que sirvió de poco, salvo para que esa noche, en su casa, se dijera delante del espejo lo mismo que le dijo a Frazier su entrenador: «Nadie olvidará lo que has hecho hoy». Acababa de ser derrotado por Muhammad Ali.
Todo Aquiles tiene su Héctor
Una de las grandes pruebas de Rocky Marciano resultó Roland La Straza. La cosa se dirimió a puntos en un enfrentamiento en el que hubo tantos para los dos. Una caída decantó la balanza a favor del mito. Pero todo Aquiles tiene su Héctor, y este era Joe Walcott, un gigante con mejor boxeo que él. Algo que no supuso un inconveniente para un chico que boxeaba con el naipe de la suerte en sus guantes.Pero que nadie se confunda. El boxeo es un deporte de gente dura y valiente, pero con sentimientos. En la vida de Rocky Maricano también hubo lágrimas. Y no dulces, sino amargas. Fue un día aciago, cuando él mismo puso fin a su ídolo, a su guía, a quien le había empujado en su carrera. Sí, el pecado mortal de Rocky Marciano fue enviar al fondo de la tarima, a la sima de la derrota a su inspirador: Joe Louis. Dicen que el invicto lloró como un niño al ver caer a su estrella.
Voló alto Rocky Marciano, sí. Pero no lo suficiente para esquivar a la muerte. Murió en un accidente aéreo (en efecto, también los famosos mueren fortuitamente) en el verano de 1969. Algunos podrán aducir errores y causas. Pero el verdadero motivo es que los dioses no podían permitir que envejeciera uno de los suyos. Rocky Marciano vivió para pervivir siempre joven.