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Soledad Lorenzo: La galería entra en el museo

El Reina Sofía expone sesenta obras de la colección de la galerista que forman parte del depósito legal realizado al centro en 2014. Palazuelo, Tàpies, Soledad Sevilla, Badiola y Uslé están presentes
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El Reina Sofía expone sesenta obras de la colección de la galerista que forman parte del depósito legal realizado al centro en 2014. Palazuelo, Tàpies, Soledad Sevilla, Badiola y Uslé están presentes.
«Me gustaría pensar que he contribuido a que los artistas encuentren su lugar, que es el de educarnos». Lo dijo Soledad Lorenzo en su multitudinaria cena de despedida en noviembre de 2011 ante más de 300 personas. Cerraba su galería en el número 5 de la calle Orfila, pero no decía adiós al mundo del arte. Su colección que fue haciendo sin intención quedaba como un legado. Era su legado. «Nunca me he sentido coleccionista porque he sido muy galerista. Me he ido quedando con obras que los artistas exponían en mi espacio o alguna que compraba a otra galería. Me decía algo así como “si no he vendido, me lo quedo”», recuerda. Y se quedó con bastantes que ha dejado en manos expertas, las del Museo Reina Sofía en forma de depósito (temporal con promesa de legado es la fórmula jurídica: ella es la propietaria en vida) de 385 piezas de autores nacionales y extranjeros, el más importante realizado en un museo español, aunque no todas se expondrán. Habrá dos tramos y dos inauguraciones. La primera, el martes, que reunirá 60 obras de 15 artistas españoles. «Lo hago con mucho gusto. Si no hubiera sido al Reina no lo habría donado porque quería que estuviera en el museo nacional de todos los españoles. Es el lugar de mi colección. ¿Dónde mejor si no? Es de cajón», asegura la galerista. En su primera exposición, con Alfonso Fraile, cuando llenó la calle y apareció la Policía para ver qué estaba pasando en la calle Orfila. Y la última, con las obras de Victoria Civera, Vicky como la llama ella, la sexta que hacía en la sala. La del adiós. O quizá, la del «hasta luego».
Soledad no tiene hijos. Sobrinos, sí, pero explica que no quería que sus obras, ese museo vivísimo, supusiera para ellos una carga «porque son muchas. Yo no era consciente de lo que tenía. Me enteré cuando cerré la galería. Mi caso no es el de Helga de Alvear porque ella sí colecciona. Yo no, pero he ido comprando, y es lo que tengo». Llevaba hablando un tiempo con el Reina Sofía, le estaba dando vueltas a la idea de dejarle una herencia artística única. Y habló con su director. En el museo ya están ella y su escudería. La exposición está montada. Apenas faltan las cartelas que señalan las obras. Se extiende por varias salas de la cuarta planta, «en una zona que yo creo que está asociada a la colección. Lo hemos hechos así para que se vea y para que esté bien integrada en el espacio», explica Manolo Borja-Villel. «Sole no es una coleccionista al uso. Ella ha trabajado con un montón de artistas y ha tenido muy buen ojo», añade. A pesar de las dimensiones del Reina Sofía, las obras adquieren cierta intimidad, «la que merece esta donación. Junto a ella se muestra también l trabajo de una profesional dedicada al arte durante bastantes años. Ella es un prisma con muchos perfiles y varias declinaciones y aquí se va a poder ver lo que ha sido». Palazuelo (el mejor representado junto con Juan Uslé), uno de los nortes de la galerista abre el fuego. A su izquierda, lejos pero cerca, Tàpies. Los mundos matéricos y geométricos conviven. «Es el universo de la línea, el ordenar el caos a través de la geometría», nos comenta Salvador Nadales, comisario junto con Borja-Villel.
El relato vasco
El recorrido se para en la única sala con dos mujeres, las únicas, también en esta muestra, Soledad Sevilla y Ángeles Marco: el trazo dialoga con uno de los nombres renovadores de la escultura. Y llegamos al espacio del «grupo vasco de Soledad Lorenzo», como así lo denomina el comisario, «divididos en dos grupos, Badiola e Irazu, los jovencísimos a los que incorporará después Prego, Jon Mikel Euba y Ana Laura Aláez, cinco autores que se complementan perfectamente sin perder su identidad y crean un relato de conjunto». Imponente la sala. Y del espacio a la figuración con Pérez Villalta (de quien se expone «Los monosabios», de 1989, una obra de la que la galerista se prendó), veterano, y una de las últimas incorporaciones de Lorenzo a su galería, Jerónimo Elespe, «ambas en constante movimiento y cambio, las dos inmersas en el mundo de la neofiguración».
«Yo no he decidido qué obras debían estar o no porque no era mi cometido, pero estoy feliz con el resultado», dice la galerista. Una nube de Manglano Ovalle, bellísima como la de la Fundación Norman Foster, sobrevuela el espacio siguiente mientras Perejaume pone la nota medioambiental. De ahí al broche impresionante de Uslé (atención a la obra azul tirando a klein de 1995, hipnótica) y Adrià Julia, «de las piezas más conceptuales que tiene Soledad», dice Nadales. «Este trayecto cierra el círculo de dos generaciones en las que prevalece el relato sobre el ejemplo. Se trata de un conjunto heterogéneo pero tremendamente coherente», añade. Tanto él como Borja-Villel lo que han tratado es de rendir un homenaje
Gordillo y fraile, después
Este primer tramo de la inauguración se completará con otro posterior en diciembre en el que se potenciará la faceta de profesional que más trabajó con Estados Unidos y que arrancará con Luis Gordillo y Alfonso Fraile. Para el director del Reina Sofía la exposición permite un acercamiento «a un momento determinado de la historia del arte español a través de su galería y que consigue una perfecta imbricación con lo que es la colección del museo». La donación de Lorenzo ha sido, destaca el director, «de una generosidad absoluta, pues no ha querido contrapartida alguna. Lo único que pedía era vivir en el Reina Sofía. Y aquí está, en su casa», declara sin esconder su orgullo.
La selección la han realizado los comisarios, siempre en diálogo con Soledad, «que ha sido super respetuosa con nuestra decisiones». No ha habido ni tiras ni aflojas. Ni obras que deberían estar y no están ni piezas que se echarán a faltar. Son todos los que están y están todos los que son. Además de los ya citados Manu Arregui, Barceló, Broto, Galindo, Susy Gómez, Perejaume, Ugalde, Sicilia. Y Basilico, George Condo, Oursler, David Salle, Schütte, Schnabel, Longo y Catherine Opie. La Ribot, también. «Es lógico que sea una colección grande porque han sido muchos años trabajando. Lleva mi sello», asegura, y añade que «hemos pactado un depósito de cuatro años «porque quiero controlarlos. Es broma. No he pedido ni voy a pedir nada. Solamente que se vea. Manolo es un estupendo director de museo y es ahí donde deben estar mis obras». ¿Y cómo ha sido el trabajo de tantos años con todos esos artistas? En «Soledad Lorenzo. Una vida con el arte» lo expresaba así: «Yo trabajo igual con todos mis artistas. Ocurre, eso sí, que los artistas sonmuy diferentes entre ellos. Digamos que en sus muestras individuales en la galería es cada artista el que decide qué muestra y cómo lo muestra, y ya en eso pueden apreciarse muchas diferencias. Para las ferias, sin embargo, soy yo la que decido quiénes y qué va en el stand, así como en el montaje. En las monográficas manda el artista, en las colectivas manda la galería, porque no puedes tener a diez mandando (...)» Ella concibe la colección como un todo, pero no se expondrá nunca como tal: «Yo lo que deseo es que se visualice no como una monografía, sino para ser utilizada y para que forme parte del museo».
Dice Soledad que está satisfecha de poder entender su vida y lo que debe hacer: «A mi edad sé que de verdad quería hacer algo. Y lo he hecho. No siento en absoluto que esté haciendo un gesto de generosidad. Además, así libero a mis sobrinos de una carga... Resulta complicado mantenerla», comenta. Y destaca una palabra que le ha llegado dentro y que pronunció Borja-Villel cuando dejó las obras en depósito: ejemplaridad.