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Soledad Puértolas: «Utilizar “alumnos y alumnas” o “compañeros y compañeras” no sé adónde lleva»

Soledad Puértolas es una abuela feliz y orgullosa de serlo. No es amiga de prisas. Escritora y académica entró en la RAE en 2010. Dice que jamás hubiera querido ser ministra de Cultura y no conoce a Màxim Huerta. Y pide que «seamos menos rígidos con el lenguaje inclusivo».
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Soledad Puértolas es una abuela feliz y orgullosa de serlo. No es amiga de prisas. Escritora y académica entró en la RAE en 2010. Dice que jamás hubiera querido ser ministra de Cultura y no conoce a Màxim Huerta. Y pide que «seamos menos rígidos con el lenguaje inclusivo».
Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) es una maña a la que le encanta ejercer de abuela. Y es más, nos corrige: «No es que ejerza, es que lo soy», dice con orgullo. Lleva una vida tranquila, a su aire, con su ritmo, y da la sensación de que solo le perturban las cosas que realmente merecen la pena. Y esas son su círculo íntimo y quizá un poco más, pero poquito. Escribe con calma y está a punto de entregar un nuevo «hijo», un libro que verá la luz en 2019 y en el que tres generaciones de mujeres se ceden el testigo y la palabra. Sus nietos han pasado unas horas con ella y después de que se marchen de su «follonera» casa, que así la define la académica, hablamos con tranquilidad de mujeres, del nuevo Gobierno, de la RAE, del lenguaje inclusivo y de un ministro de Cultura al que no conoce. Pero todo se puede enmendar.
–Disfruta como abuela.
–Es una etapa estupenda y hay que disfrutarla. Se vive de una manera totalmente distinta a la de ser madre. Es una relación más de igual a igual porque no tienes que dar directrices. Es una convivencia más agradable, otra historia.
–¿Cuántos nietos tiene?
–Tres del mismo hijo. Los dos mayores de 9 y 6 años, y una pequeña de 1.
–Para abrir el fuego no se me ocurre nada mejor que preguntarle por el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. ¿Qué le parece que haya más ministras que ministros?
–Está bien. Me parece un detalle significativo porque es necesario ampliar la sensibilidad, pero no los conozco a fondo como para hablar de ellos. No puedo juzgar. Habrá que darles un plazo para poder opinar. Hay que primar los valores y a las personas por encima de las cuotas.
–Hemos terminado una semana intensa.
–Esta transición se ha hecho del modo en que se ha hecho, pero yo creo que debería de haber elecciones cuanto antes. A mí, desde luego, me habría gustado que se hubieran convocado y que las cosas hubieran sido de otra manera. Espero y deseo poder tener un Gobierno elegido democráticamente en las urnas y que sea en el menor tiempo posible.
–Dentro de ese gabinete, ¿qué le parece la elección de Màxim Huerta para Cultura?
–No tengo ni idea porque no lo conocía. El jueves se comentó en la Academia un poco antes de la reunión. Es lo que nos pasa a los que no vemos programas sociales y no estamos al tanto de la vida periodística. Ya veremos. Lo único importante es que tenga criterio y que sea razonable.
–Deduzco que no ha leído sus libros.
–No, ninguno. Y ahora me pica la curiosidad, pues sabiendo lo que escribe sabré lo que tiene en la cabeza. Más adelante me plantearé su lectura.
–Sobre la mesa va a encontrarse con temas importantes. ¿Alguna recomendación para que no salga huyendo el ministro Huerta?
–Yo le pediría que se trace un programa de prioridades, que vea lo que está pendiente de solucionar. Quizá debería el Ministerio replantearse, de entrada, el valor de la cultura. Si hay algo que me preocupa, y mucho, es la educación, quizá porque está más ligada a la sociedad.
–Los miembros del gabinete de Sánchez siguieron una fórmula: «Consejo de ministras y ministros». ¿Qué le parece?
–Entiendo esa fórmula y dado el momento tan tremendamente sensible que atravesamos, no me parece extraño. A mí, el inclusivo no me ofende. No tengo una opinión negativa al respecto, aunque tampoco positiva y hasta me parece lógico. Pero no creo que fuera algo espontáneo, sino que se trató de una fórmula intencionada. Son cosas políticas. Partamos de la base de que el lenguaje no lo hacen ellos, que tiene y utilizan uno suyo propio. Si fueran los medios de comunicación quienes lo usaran ya sería otra cosa.
–Además, al utilizarla el primero –en este caso, la primera, Carmen Calvo, vicepresidenta y ministra de Igualdad–, cualquiera se atrevía a revertir la fórmula...
–El primero es quien puso en un compromiso a los demás porque marcó el ritmo y estableció el tono.
–¿Y si le hubiera propuesto Sánchez la cartera de Cultura la habría aceptado?
–No, ni hablar. Estuve hace años con Javier Solana en un puesto muy cómodo y fue algo eventual. Jamás he tenido vocación política ni me ha tentado nunca. Lo tengo totalmente descartado.
–¿Puede haber influido en esa mayoría de ministras campañas como el «MeToo»?
–Imagino que se trata de algo calculado. Yo no le doy importancia a que haya más mujeres o que haya más hombres. Es un guiño a la sociedad, pero no es una cuestión que me preocupe. Vamos a ver lo que hacen ellos y ellas una vez nombrados. El gesto lo puede hacer cualquiera, otra cosa es el resultado. Y ahí es donde vamos a ver los ideales de la elección.
–¿Teme que el feminismo se acabe politizando en exceso y pierda la raíz de sus reivindicaciones?
–Pasa con todo acto político. El peligro es que lo instrumentalicen los políticos y lo utilicen. Mientras vivamos en sistemas democráticos que implican la existencia de partidos siempre tendremos estos peligros. Forma parte del juego democrático. Te diré, por otra parte, que cualquier tema referido a la mujer irrita más de la cuenta. Se tienen que calmar los ánimos y no ser generalistas ni tampoco fanáticos
–La Real Academia Española no para de tener el foco encima. ¿Piensa que se la mira con lupa y no se le pasa una?
–Creo que la posición de la RAE no es nunca normativa, sino orientativa y no está para dar una opinión. No sé cómo funciona el tema de las preguntas que llegan a través de las redes, pero este es mi parecer y lo subrayo y reivindico. Aunque que se la mire muy de cerca y se la siga no me parece nada mal, ya que demuestra que la sociedad está interesada en la evolución del lenguaje y eso es estupendo. Deberíamos de felicitarnos por ello. Yo le agradezco a la gente que pregunte por lo que crea interesante o conveniente.
–¿Y esos desdoblamientos que cada vez escuchamos más: alumnos y alumnas, compañeros y compañeras...?
–Cansan y se abusa de ellos. No sé adónde lleva.
–Dígame que en el diccionario de la RAE no entrará la palabra «miembra».
–Ay, no lo sé. Por ahora no está. Pienso en la cantidad de cosas que escribió Lázaro Carreter horrorizado y hoy son los lingüistas quienes apoyan esos cambios... Es un tema, el de las «miembras», que no me preocupa. Sí, en cambio, me importa que el lenguaje cultive las expresiones elegantes, bonitas, directas, y que sea lo más transparente posible.
–¿Le podemos dar, entonces, esperanza a Lorenzo Caprile, empeñado en que se le llame modista y no modisto?
–Muchas, yo diría que todas. Si quiere llamarse modista a mi me parece perfecto. Seamos menos rígidos con el lenguaje inclusivo y miremos cada caso en concreto El lenguaje se hace cada día y se va adecuando a los tiempos.
–¿Es la lengua sexista?
–Refleja la sociedad y en esa sociedad existen categorías donde hay machismo y por tanto lo es, refleja ese machismo, sí, es evidente. La lengua en sí no tiene aspiraciones, no es un ente. ¿Quién lo ha formado? La sociedad. ¿A quién debemos culpar, entonces, si es sexista o machista?
–Se adapta.
–Claro, está viva, se hace cada día Por ejemplo, en el siglo XIII «generosidad» significaba riqueza. Hoy entendemos por una persona generosa aquella que da lo que tiene. Eso es la evolución, aunque la lengua vaya siempre por detrás de la sociedad.
–Usted llegó a la RAE cuando había tres mujeres. Hoy son ocho. ¿Se sintió sola?
–Ahora me doy cuenta de que sí. Me parece estupendo que haya mujeres, cuantas más, mejor. Son, además, buenas amigas y ahora me gusta ir más que antes. He agradecido mucho las nuevas incorporaciones. Y que sigan, que aún quedan muchas.