Festival de Cannes

Tarjeta roja a la alfombra de Cannes

Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, ha decidido suprimir los «selfies» en la alfombra roja

La modelo Petra Nmcová en la alfombra roja del festival de Cannes, donde se ha prohibido sacarse «selfies»
La modelo Petra Nmcová en la alfombra roja del festival de Cannes, donde se ha prohibido sacarse «selfies»larazon

Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes, ha decidido suprimir los «selfies» en la alfombra roja.

Antes teníamos el «espejito mágico» como ejemplo de egos y vanidades y ahora tenemos la pantalla del móvil, que se ha convertido en la metáfora luminiscente de nuestra vanagloria. Las cámaras de fotos se popularizaron para que el personal recordara sus diversos turistajes cuando le sobreviniera el alzheimer, la vejez o cualquier otro temblor memorístico. La óptica de los «smartphone», en cambio, la improvisaron cuatro tahúres tecnológicos para que la peña se autorretratara, probándose así que hoy lo relevante no es el lugar que se visita, sino este hombre del siglo XXI hacia el que hemos evolucionado y que nos amarillea de jactancia. La educación contenía el Narciso escondido que todos albergamos dentro, pero, ahora, las cámaras digitales nos han sacado este monstruo, convirtiendo el mundo en una pesadilla muy Dorian Gray con miles de rostros sonrientes y bellos mirándonos desde los distintos plasmas de nuestra vida. El cine, que siempre va por delante de las demás artes en cuanto a absurdos, ha extendido el hábito de que sus estrellas se saquen «selfies» en las alfombras rojas, o sea, que el megalómano ocasional que pase por allí se fotografíe con el primero que vea, que hace muy bonito cuando los foteros de las agencias y los diarios los pillan de esa guisa tan natural y espontánea. Thierry Frémaux, que es el delegado general de esa cosa que es el Festival de Cannes, ha decidido suprimir los «selfies» en la alfombra roja, no porque sea un uso entre bobo y ridículo, y esté preocupado por salvaguardar la imagen de sus ínclitos huéspedes, sino porque se le va al traste el horario de las proyecciones, lo que debe de ser un hecho intolerable para un tipo con las trazas de un economista del FMI. Lo mejor de este lince es que los ha decidido prohibir, lo que roza en las más espléndidas ingenuidades, porque, a ver, qué va a hacer si, pongamos por caso, Nicole Kidman, Denzel Washington, Meryl Streep o Jennifer Lawrence les da por pasar de él y, en una rebelión «soft», se inmortalizan con los reporteros gráficos. ¿Es que acaso los va a multar? Y en ese caso, ¿va enviarles la notificación a su mansión particular de Los Ángeles o se la entregará allí mismo en mano un picoleto? Y si no pagan la infracción, ¿los llevará a juicio? ¿Acaso les impedirá la entrada en las salas de proyección hasta que hayan resuelto su deuda con las autoridades del certamen? ¿Es que no se da cuenta de que su cita, sin la presencia de las estrellas, no vale ni medio real? Frémaux pertenece a esa escuela de que la letra con sangre entra. El ángel no repara en que la ley jamás ha sido sustituto de la educación y que el imperativo nunca se emplea para reemplazar la fórmula del «por favor». Puede que tenga éxito en su campaña o que le suceda como a los organizadores de los Goya, que piden discursos de treinta segundos y el personal como que pasa.