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Angélica Liddell: «Con esta obra me vengo de Peter Pan»

Con esta pieza, la autora cierra su trilogía sobre China
Con esta pieza, la autora cierra su trilogía sobre Chinalarazon

En China, esa poeta, dramaturga y niña asustada que grita mientras señala con el dedo que conocemos como Angélica Liddell, ha encontrado una tierra prometida. Lleva dos piezas estrenadas, «Maldito sea el hombre que confía en el hombre: Un proyecto de alfabetización» y «Ping Pang Qiu», y con su nuevo estreno, esta semana en el Festival de Otoño a Primavera, cierra la trilogía. Pero hay mucho más en una obra que ha titulado: «Todo el cielo sobre la tierra (el síndrome de Wendy)». Para empezar, un ajuste de cuentas con «Peter Pan»; y además, un arranque inspirado en un suceso terrible, la matanza de Utoya, esa carnicería que un extremista perpetró en 2011 en una isla donde se reunían las jóvenes promesas del socialismo noruego. Una atentado que sucedió cuando la dramaturga comenzaba a escribir. El resultado es esta producción de su compañía Atra Bilis, con actores de confianza, desde Sindo Puche a Lola Jiménez y Fabián Augusto Gómez, y música del compositor Cho Young Wuk, creador de bandas sonoras para películas como «Old boy». Tras pasar por el Festival de Aviñón, llega a Madrid.

- En «Todo el cielo sobre la tierra» cierra una nueva trilogía sobre China, pero la idea partió de la matanza de Utoya. ¿Qué tienen en común ambas ideas?

-Sí, efectivamente creo que se cierra. No podría asegurarlo, pero suelo funcionar por trilogías, parece ser el tiempo que necesito para agotarme en una idea, es mi tiempo de relación con una idea. El vínculo se establece por una asociación simple, justo después de la matanza de Utoya me marché por primera vez a China, a Beijing y Shanghái. Siempre que trabajo utilizo mi vida como cuaderno de apuntes, le doy oportunidad al azar. A veces las casualidades son más poderosas que lo premeditado. De manera que empezó a establecerse una corriente sanguínea entre Utoya, Shanghái y Neverland, puesto que mi intención era hablar sobre la pérdida de la juventud.

-Es la tercera obra con temática asiática, al menos en parte. ¿Qué le fascina de China?

-No sólo de China, lo que me fascina es lo inexplicable, lo incomprensible, aquello que al intentar comprenderlo o explicarlo se vuelve aún mas asombroso e impenetrable. Eso me hace sentir extranjera y con una sensación de aislamiento que me tranquiliza, el aislamiento que al final se convierte en isla, en Utoya y Neverland. A veces el aislamiento, la soledad, es una conquista, un reino, la paz. Tal vez en China, a causa de lo impenetrable, siento la bondad de la soledad.

-Su teatro se asienta sobre muchos pilares, pero el concepto del dolor podría unirlos a todos. Partiendo de una matanza tan brutal, ¿este montaje será especialmente duro?

-La desesperanza, la soledad y todo lo que te aleja del amor es duro. Pero, a la vez, el sufrimiento me empuja a transformar el dolor en algo hermoso.

-Juega con la idea de «Peter Pan» en este «síndrome de Wendy». ¿Por qué es importante para usted la novela de Barrie?

-Lo importante de esa novela es que «Todo el cielo sobre la tierra» es una venganza contra el «Peter Pan» de Barrie. Finalmente Wendy toma como ejemplo la masacre de Utoya para vengarse de todos los Peter Panes que no la aman. No es una venganza a causa del abandono, sino a causa de la imposibilidad de ser amada por Peter debido a la pérdida de la juventud. La pérdida de la juventud nos aleja del amor, y Wendy elige a Peter para vengarse por ello.

-¿Usted es más Wendy o Peter Pan?

-Soy Wendy, la Wendy de Barrie que le remienda calcetines a Peter para no ser abandonada, que está a punto de dejarse matar por los indios para no ser abandonada, padezco el síndrome del abandono como los perros de los que habla Houellebecq en «El mapa y el territorio». Además soy la Wendy vieja que encuentra a Peter al final de la novela de Barrie. En otro sentido, con respecto al odio a las madres y el carácter antisocial, soy Peter Pan. Todos podemos encontrar en nuestro espíritu lo más bajo.

-Suele ir cerrando ciclos, en progresión como artista. ¿Ha crecido en ese sentido este montaje respecto a «Maldito sea el hombre que confía en el hombre: Un proyecto de alfabetización» y «Ping Pang Qiu»?

-No se crece ni se disminuye. Uno simplemente se expresa. Aunque no fue una trilogía premeditada, al final las tres obras están ligadas por coreografías muy sutiles, por la defensa de la poesía por encima de la barbarie, el elogio del pensamiento por encima de la ideología y por depositar en el individuo y no en la comunidad la conciencia del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Las diferencias no las considero porque me da la impresión de que he escrito una sola obra en toda mi vida. Con todo eso, empezaré a ensayar una Lucrecia en 2014.