«Barbados, etcétera» (****): Soñando con soñar
A pesar de su formación eminentemente cinematográfica, Pablo Remón ha ido generando cada vez más expectación con sus trabajos teatrales.
Autor y director: Pablo Remón. Intérpretes: Fernanda Orazi y Emilio Tomé. El Pavón Teatro Kamikaze. Madrid. Hasta el 29 de junio.
A pesar de su formación eminentemente cinematográfica, Pablo Remón ha ido generando cada vez más expectación con sus trabajos teatrales y, con solo tres obras estrenadas, se ha convertido ya por derecho propio en un sólido autor y director cuya pista es obligatorio seguir en adelante. Desde su formidable debut en 2013 con La abducción de Luis Guzmán, el estilo escénico de Remón parece haber ido depurándose hasta dar con un curiosísimo lenguaje que toma ciertos elementos de la comedia más surrealista y disparatada para aproximarlos, con verdadera poesía, al mundo afectivo, casi siempre maltrecho, de unos personajes aparentemente atípicos que a la postre se revelan universales. No resulta fácil hablar del argumento de «Barbados, etcétera» teniendo en cuenta la naturaleza simbólica que impregna toda la obra, desde la primera palabra hasta la última. Sin embargo, ese simbolismo no es ningún obstáculo para que el espectador comprenda la función sentado en su butaca; porque el director, de manera admirable, sabe proporcionar al público los útiles necesarios para que encuentre con rapidez, tras el breve desconcierto inicial, un camino diáfano por el que seguir cómodamente el onírico, sorprendente y sostenido diálogo en el que asienta toda la acción. De manera que, cuando todo termina, y tras haber reído inconteniblemente en el transcurso, la gente sale de la sala con la inequívoca certeza de que lo que ha escuchado en boca de esos dos extraños personajes que parecen formar una pareja no es sino su hermoso y desesperado intento en común por reconstruir los ideales vitales a través de la voluntad. Eso es básicamente Barbados, etcétera, un originalísimo y sincero canto a la evocación, o a la ensoñación, o a la más descabellada fantasía, como fórmula viable para reconducir la realidad cuando la felicidad está amenazada; una conmovedora balada –la risa se va transformando en sincera emoción hacia el final de la obra– sobre la capacidad de nuestros deseos para transformarnos a nosotros mismos. Con un neón casi como única escenografía, donde se lee la palabra Barbados –que representa el paraíso soñado y tal vez perdido–, Fernanda Orazi, siempre estupenda y rebosante de frescura, y Emilio Tomé, en un convincente registro que sirve como contrapunto de sobriedad, dan vida y veracidad a esa pareja que se debate entre el fracaso vital de lo real que apenas les une o el maravilloso espacio al que su imaginación puede llevarlos aún juntos.
LO MEJOR
La originalidad del lenguaje teatral que emplea el autor no resta comprensión y veracidad
LO PEOR
En la mitad de la función, el desarrollo se lentifica antes de volver a cobrar ritmo