Woody Allen

Desmontando a Woody Allen

De izda. a dcha., Gil, Ruiz, Joven y Calvo, en la comedia de Allen
De izda. a dcha., Gil, Ruiz, Joven y Calvo, en la comedia de Allenlarazon

José Luis Gil y Ana Ruiz llevan a escena la comedia romántica «Si la cosa funciona».

No hace falta ser un genio para saber que Boris es Woody Allen. El protagonista de la película «Si la cosa funciona» («Whatever Works», 2009) es una eminencia de la Física, que odia con fruición el mundo y al género humano –«Lo siento: somos una especie fallida. ¡Y eso sin mencionar a los políticos!», dice en un arranque misantrópico–, está obsesionado con su salud, mantiene una extraña relación de amor-odio con el género femenino –«a mí, de la vida, me gustan sólo dos cosas; la primera, es el sexo, y de la segunda ni me acuerdo», explica Boris/Allen– y otra similar con Dios. Un tipo que tropieza en todo: en la vida, en el amor y hasta en la muerte. «Yo, una vez, intenté suicidarme. Obviamente, fallé», confiesa, sin que sepamos si lo de «obviamente» se refiere a que nos lo está contando o a que hasta eso se le da mal. Su existencia se resume muy bien en una frase: «No piensen que estoy amargado por mis contratiempos actuales. Yo nací amargado». Lo dicho: Woody en estado puro. Y eso que en aquel filme no fue el actor y director de «Manhattan» y «Hanna y sus hermanas» el protagonista, sino que, como viene haciendo en los últimos años, delegó en otro actor, Larry David, para ser él mismo.

Casi 80 años

Ya desde «Todo lo demás» (2003) y en adelante, pasando por la dramática «Match Point» (2005), la fantástica «Medianoche en París» (2011) y varios títulos más –Allen sale a película por año– hasta la reciente y deliciosa «Magia a la luz de la luna» (2015), el director ha ido apartándose de la pantalla de forma voluntaria. Los años van pesando –serán 80 en diciembre– y ya no está para galanes, por más trasuntos de sí mismo que sean. Quizá por eso choque menos pensar en José Luis Gil –el mismísimo Sr. Cuesta para muchos telespectadores– para la versión española del filme, que respeta la ambientación original neoyorquina y los nombres.

Acompañado por Ana Ruiz, y bajo la dirección de un «woodyalleniano» de pro como es Alberto Castrillo-Ferrer, Gil se mete desde esta semana en el Teatro Cofidis Alcázar en la piel de Boris, un tipo descreído al que la vida le pone delante, por azar, a Melody, una joven mucho menor que él venida de la América profunda con la que no comparte nada. ¿Y qué? ¿Y si la cosa funciona? Pues de eso va la «cosa».

La idea de esta adaptación a las tablas, cuenta el director, «es dar al espectador lo que yo he leído con el universo de Woody Allen. No es exactamente hacer la película, sino trasponer a teatro lo que puede ser esta función. Hay cosas que son mucho mejor en teatro, porque el artista está más cercano. Y otras, como todo el ‘‘National Geographic’’ que hace de Nueva York, que se hacen mejor con cámara en mano y cortando planos». Parten, explica Gil, «del más absoluto respeto a la obra, pero no puedes estar haciendo la película en una obra de teatro. Duraría cuatro horas». Lo suyo es «hacer que los personajes sean lo más creíbles posibles». Además, dice con buen criterio y gracia andaluza Ruiz, «para eso ya está hecha la película, ¡vete a verla!». Con su acento, parece imposible pensar que siquiera intente imitar a la pelirroja Evan Rachel Woods. Y añade la española: «Esta función tiene el contenido de Woody Allen, sus reflexiones, cómo refleja a los personajes, su crítica religiosa, política y del sistema educativo americano... con el toque de Alberto, que se ha encargado de cuidar la música y otros códigos. Luego cada uno como actor tiene que defenderlo de otra manera, que es lo bonito».

El espíritu de Allen estará en escena: Castrillo-Ferrer –que se declara muy «fan»– lo imita con gracia. Después matiza: «Sería más problemático si él hubiera sido el protagonista. Entonces sí la gente esperaría tal cosa u otra. Ésa es una suerte que tenemos». Y Gil asegura: «Posiblemente, la mayoría del público no conoce la película. Muchos vendrán a ver una obra de Woody Allen. Y mucha gente no sabrá ni quién es Larry David, y no van a dejar de ir al teatro porque yo no me parezca a él». Y añade, para explicar que no hay porque esperar una copia de lo mismo: «Recuerdo haber visto cinco versiones de ‘‘Arte’’. No se parecían ninguna las otras. Y todas me gustaron».

«Woodyallenismos» al margen, merece la pena acercarse a esta comedia que presenta a dos personajes deliciosos, ferozmente imperfectos, como son Boris y Melody. «Es una chica ingenua, inocente, de Garland, un pueblo de Dallas, con una madre ultracatólica y un padre de la Federación Nacional del Rifle, lo que ya marca un poco el temperamento que ha podido tener. Ha estado acostumbrada a concursos de belleza, que era la prioridad de la madre. Sale un poco de eso y va a Nueva York». Hasta allí la seguirán sus progenitores, Marieta y John, que entrarán como un elefante en una cacharrería en la vida de Boris. Aquí les darán vida Rocío Calvo y Ricardo Joven, acompañados por Beatriz Santana, que interpreta a Jessica, la «ex» del protagonista (qué sería de tantos filmes de Allen sin una «ex»). «Melody va a descubrir un mundo nuevo y se encuentra con Boris, un ser que habla de una manera distinta, palabras y cosas que no entiende. de esa admiración nace el enamoramiento. esas ganas de vivir que tiene lo llevan a él y a la vez la alejan», añade Ruiz sobre este encuentro con algo de la esencia de «Pigmalión».

Un moderno «Misántropo»

Por su parte, cuenta Gil, Boris es un descreído, «ha llegado a conclusiones como el título de la función: si la cosa funciona, sea lo que sea lo que estés haciendo, no dejes de hacerlo, porque la vida es una mierda. Te mueres y todo lo que te vas a llevar son pequeños momentos de felicidad, que son la parte gratificante». El propio Gil se reconoce algo afín a esta idea. Boris, prosigue, «no cree en el amor, ni se lo plantea. Tampoco en las relaciones: con los amigos ya va a discutir, aunque estos ya ni discuten con él». Ruiz es más optimista. «Yo prefiero ver el vaso medio lleno». Para Castrillo-Ferrer, «hay algo de postura vital. Esto no deja de ser una revisión de ‘‘El Misántropo’’, alguien que intelectualmente niega todo, pero se enamora de alguien opuesto a él». Y asegura: «Veo un fondo esperanzado en Woody Allen. Tiene mucho cariño al ser humano, a los personajes».

Tanto a Ruiz como a Gil les va el cine de Allen. «No es que sea una fanática, pero sí me gusta», cuenta la actriz. «Siempre me interesa, pero hay películas y películas», reconoce el actor. «Aun así, las que decimos que no ha acertado, siempre tienen cositas». «Él y Roberto Benigni me parecen caminos a seguir», sentencia por su parte Castrillo Ferrer. Puestos a elegir un título a llevar a escena –aparte de éste, obviamente–, al director le gustaría hacer «Misterioso asesinato en Manhattan» y «Días de radio». Coincide Gil, que añade a la lista «La rosa púrpura del Cairo». Y, de las últimas, «Medianoche en París», aunque ésta es aún más inadaptable. «Pero ésta es más potente, tiene músculo», termina el director.