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Crítica clásica

«Doña Francisquita», puesta al día por Lluis Pasqual

Su reposición, con una dirección de escena rompedora y alejada de la tradición, ha despertado diversidad de opiniones

Sabina Puértolas e Ismael Jordi en la adaptación de «Doña Francisquita» del Teatro de la Zarzuela
Sabina Puértolas e Ismael Jordi en la adaptación de «Doña Francisquita» del Teatro de la ZarzuelaJAVIER DEL REAL

Se reponía esta sonada producción estrenada en 2019. Con diversidad de opiniones ante una dirección de escena rompedora que empleaba métodos y aplicaba enfoques muy alejados de la tradición. Pero tras la apariencia traicionera no cabe duda de que hay un trabajo serio y pormenorizado, un estudio a fondo como base de su desmitificadora –y por ello perfectamente discutible – propuesta. Lluís Pasqual suprime, como primera medida, el texto hablado, que se emplea a efectos estratégicos muy de vez en cuando, y se inventa un personaje, una suerte de hacedor –narrador–conductor que va de aquí para allá, casi siempre desordenadamente y acaba siendo un poco cargante y excesivo. El primero, en esta arriesgada propuesta, se desarrolla en los años treinta, durante una sesión de grabación de la obra. El segundo tiene lugar en los sesenta y describe una grabación para televisión. Y el tercero se instala en nuestros días en el curso de un ensayo de danza.

Ese tejemaneje, que emplea el método tan en boga hoy en día de recrear el teatro dentro del teatro, cámaras incluidas, desvirtualiza la obra original. Se recurre a la proyección de unos fotogramas de la película, hasta hace poco desconocida, «Doña Francisquita», rodada por el director alemán Hans Behrendt en 1934. Y que, la verdad, no venían muy al caso, a no ser que se quisiera establecer una dicotomía o señalar lo anticuado de la obra primigenia. Toda esa parafernalia, esas atosigantes idas y venidas, contribuyen a que el barullo del tercer acto sea considerable. Hay que resaltar la labor que desde el foso, con una buena Orquesta de la Comunidad, desarrolló Guillermo García Calvo, que otorgó animación al conjunto, no siempre del todo preciso, y acentuó con garbo las partes de aroma más folclórico, terreno en el que se desplegó una vez más la innecesaria y rompedora actuación en el «Fandango» de Lucero Tena, que sigue siendo, a sus muchos años, una maestra en el manejo de las castañuelas.

En lo vocal hay que destacar el buen hacer de la soprano lírico-ligera Sabina Puértolas, de tan bello, penetrante y satinado timbre, de agudos tan bien colocados, de agilidades tan bien puestas, que concedió encanto y tersura a su Francisquita y bordó la romanza del Ruiseñor. Ismael Jordi cantó sapientemente regulando, filando, respirando, dando muestras de buen fiato y de elegancia en el decir. El timbre es verdad que no es rico y que los agudos blanquean más de la cuenta, pero se trata de un artista de primer orden. Gran interpretación de la conocida romanza. Muy profesional, un poco fuera de sitio, la antigua soprano, que ahora canta como mezzo, Ana Ibarra. Buena dicción, musicalidad y escaso desgarro y fuerza retrechera. Nos sorprendió la elección para Cardona del tenor Rafael Ferrer, un lírico –más oscuro que Jordi–no muy timbrado, de emisión un tanto engolada, ajeno al estilo del personaje. Santos Ariño, Don Matías, aún conserva algunos de los quilates del buen metal baritonal que lo encumbraron. Muy bien Isaac Galán en el papel de Lorenzo Pérez, para el que anda sobrado. Mención especial para la Doña Francisca de Milagros Martín, que derrochó gracejo en su tan modificada parte. En su sitio, generalmente entonado, el Coro. Excelente labor del ballet, que desplegó la coreografía ideada por Nuria Castejón. El conductor-narrador fue el experimentado y buen actor Gonzalo de Castro.