¿Es necesario romper moldes? sin tópicos?
¿Está justificada la polémica por el hecho de que La Scala haya elegido para su «prima» a Wagner en lugar de a Verdi?
-Inicialmente todos pensábamos que se trataba de una cuestión exaltada por la Prensa, pero al final se ha visto que sí existe una contraposición entre ambos autores. El público ha acabado dividiéndose, con una inmensa mayoría favorable a Verdi. Es comprensible, el pueblo italiano no es wagneriano; para entender al compositor alemán hay que estudiar desde niño el sentido de la épica germana. Al final Verdi gana siempre, está en nuestro ADN. Esta polémica en cierta forma le ha venido bien a La Scala, pues tapa las posibles deficiencias de los intérpretes.
Los tres protagonistas, René Pape, Jonas Kaufmann y Anja Harteros, son jóvenes y guapos. ¿Prima cada vez más el físico sobre las capacidades artísticas?
-Los tres son grandes artistas, pero no los más grandes intérpretes de Wagner. Hoy se privilegia la imagen, la parte visual se ha comido a la musical. Con una ópera como «Lohengrin» en cierta forma se entiende: para lograr que el público aguante las más de cuatro horas que dura el espectáculo hacen falta cantantes que también sean buenos actores. Kaufmann, por ejemplo, es un tipo atractivo, pero tiene sus límites. Esperemos que hagan todos un buen papel y se alcance un equilibrio. Es una garantía que esté como director Daniel Barenboim. Con él la orquesta y los solistas funcionarán bien.
¿Qué podemos esperar del montaje de Claus Guth?
-Intentará hacer algo provocador y romper los esquemas, aunque será difícil que lo logre, pues ya se rompieron hace al menos 20 años. Espero que la verdadera novedad sea unir la tradición con la innovación tecnológica, como hace con buen tino siempre La Fura dels Baus. No acaban de convencerme los montajes de personajes como Guth. Prefiero mayores coherencias. Hoy tal vez la verdadera provocación en «Lohengrin» sería meter al cisne, algo que no se ve desde hace décadas.