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"Jauría": Los hombres que siguen sin saber amar a las mujeres

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Autor: Jordi Casanovas. Director: Miguel del Arco. Intérpretes: Fran Cantos, Álex García, María Hervás, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto. El Pavón Teatro Kamikaze. Hasta el 21 de abril.
Jordi Casanovas construye una espléndida obra de teatro documental sobre el mediático juicio a La Manada utilizando exclusivamente en su dramaturgia transcripciones de las declaraciones de los acusados y la demandante, así como de algunas de las preguntas, intervenciones o conclusiones de la defensa, la fiscalía y los magistrados. Es cierto que la simple selección de unos determinados testimonios en detrimento de otros supone ya un posicionamiento subjetivo del autor con respecto al asunto que aborda. Y no es menos cierto que ese posicionamiento es compartido por el director, pues queda manifiestamente expresado en el propio lenguaje escénico de la función durante el primer tercio de la misma, ya que Miguel del Arco, con mucha inteligencia y con gran eficacia, crea sobre las tablas en torno a la víctima una simbólica atmósfera de acoso e intimidación que incita al espectador a solidarizarse con ella prácticamente desde el primer minuto. Podría decirse, en este sentido, que los testimonios y los estados de ánimo de la víctima –soberbiamente interpretada por María Hervás– se refuerzan positivamente en la composición plástica de las escenas, mientras que en el caso de los acusados, a pesar de todo eso de la presunción de inocencia, no ocurre lo mismo. Pero, por fortuna, el director no quiere en ningún momento impartir justicia –«otra» justicia distinta a la de los tribunales– con el espectáculo, sino simplemente hacer teatro. Teatro-documento, sí, de acuerdo; pero teatro, al fin y al cabo. Y eso... lo ha hecho con el extraordinario talento que le caracteriza, porque ha logrado penetrar en la dimensión filosófica, y no jurídica, del conflicto; porque ha escudriñado el alma, tan simple y a la vez tan intrincada, de los personajes y, por ende, de los seres humanos; y porque ha sabido invitar al espectador, con ambición intelectual y belleza artística, a que reflexione no ya acerca de una sentencia y unos hechos concretos, sino acerca de todo el sustrato cultural y social inherente a ellos, en el cual se distingue con sobrecogedora claridad nuestra inveterada tacha moral como hombres a la hora de entender, valorar y respetar la otredad femenina. Porque lo que de verdad deja a uno aterrado tras ver la función no es corroborar que algunas conductas son repudiables, sino comprobar que algunas personas que tienen esas conductas no aciertan a saber del todo qué es exactamente lo que hay en ellas de repudiable. Y eso, sin duda, es un problema social y educativo que nos afecta a todos. Por eso la obra es enorme, por la verdad tan dolorosa y universal que hay en ella. Una verdad que, para hacerse palmaria en el escenario, precisaba del formidable y generoso trabajo que hacen los cinco actores que acompañan a la mencionada Hervás, a quien tiene uno irremediablemente ganas de ir a abrazar cuando cae el telón, y hasta de pedirle perdón en nombre de los que, en estas ocasiones, sentimos cierta vergüenza de reconocernos hombres.

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