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La poética del dolor

larazon

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T de Teatre aterriza en el Pavón de Madrid para presentar su último espectáculo, «E.V.A.», y festejar que han superado los 25 años como compañía.
Apoyado en el sofá del salón de su casa –entendido como una de las salas de El Pavón Teatro Kamikaze, no creo que pase menos tiempo en éste que
en su domicilio–, Miguel del Arco mira con envidia y presenta a las chicas y los chicos de T de Teatre. Los catalanes han cumplido los 25 años –ya superados– al pie del cañón y el director –que tampoco va por mal camino para alcanzar dicha cifra– les ha abierto las puertas del Pavón para que monten del 1 al 11 de marzo la pieza-celebración con la que llevan festejando la efeméride desde que estrenasen el verano pasado, «E.V.A.». Una obra que, como en todo este tiempo de actividad de la compañía, pasa de la comedia al drama, «porque ha sido un largo viaje que ha tenido de todo», reconoce Marta Pérez. «Es una reflexión de cómo te veías de mayor a los 25 años», apunta Àgata Roca. ¿Pero de qué va? «Difícil», suspira Julio Manrique, aquí director y autor –junto a Marc Artigau y Cristina Genebat–. No es una función que se resuma en una frase. No es un chico conoce a chica, se enamoran, viven una aventura y continúan felices. No. Resume Manrique, como puede:
«Es un mundo muy horizontal, se va abriendo. Digamos que son cuatro mujeres que tienen un pasado común y que en el presente acaban confluyendo», dice con cautela «para no desvelar más». Cuatro historias que se unen «a modo puzle» sobre el escenario y que «invitan a reflexionar sobre el dolor», presentan.
Cuatro vidas que giran en torno a E.V.A., siglas que corresponden a la Escala Visual Analógica del Dolor e iniciales que utilizan para hablar de la poética que acompaña al sufrimiento. Cuatro protagonistas: Paloma (Marta Pérez), una anestesista anestesiada; Àgata (Àgata Roca), una actriz bloqueada; Clara (Carme Pla), una mujer obligada a mirar para atrás para seguir hacia delante y madre de Eva (Carolina Morro); y Lola (Rosa Gàmiz), una agente de la propiedad que nunca ha elegido nada. Alrededor de las cuales pulularán «sus catalizadores», como define Jordi Rico su trabajo y el de Albert Ribalta. «Les hacemos reaccionar, a veces bien y otras
tarde». «¿Es posible objetivar el dolor que sentimos? ¿Podemos medir lo que nos duele? ¿Podemos reducir las emociones a un número?», pregunta Manrique:
«Hablamos de mujeres, de emociones y de neurociencias.Y de otras cosas, por supuesto: de casualidades que quizá no lo son, de amistades que el tiempo modifica, o de aquel concepto del que tanto se habla y en la práctica del que todavía no pasamos de ser unos aprendices bastante torpes: la empatía», cierra.