Pandur, muerte en escena
Fallece a los 53 años el director de escena esloveno a causa de un infarto mientras ensayaba el «Rey Lear»
Fallece a los 53 años el director de escena esloveno a causa de un infarto mientras ensayaba el «Rey Lear»
Víctima de un infarto mientras ensayaba con el Teatro Nacional de Skopie, en Macedonia, el «Rey Lear» de William Shakespeare, fallece el director esloveno Tomaž Pandur, célebre por su personalísima forma de entender el teatro como un arte en el que la dimensión estética del espectáculo había de primar ante cualquier otra consideración. Su apuesta por lo sensorial e intuitivo en los montajes le había permitido, a lo largo de su carrera, conectar con un público plurinacional y forjarse un reputado nombre –con un sello propio– en cualquiera de las disciplinas de las artes escénicas. Del teatro de texto a la ópera, pasando por el ballet, cada uno de sus trabajos alcanzaba una notable repercusión internacional, y su nombre era siempre un atractivo reclamo en la programación de muchos teatros europeos.
Graduado en la Academia de Teatro, Cine y Televisión de la Universidad de Liubliana en 1988, pasó un año después a ocupar en su país la dirección artística del Teatro Dramático Nacional de Maribor, hasta 1996. Tras esta etapa, iniciaría un periplo artístico que le haría recalar en Grecia y Alemania antes de fundar en 2002 su propia compañía, Pandur. Theatres, junto a su hermana, la dramaturga Livia Pandur. Con una decidida vocación internacional como seña de identidad, llegaría a nuestro país en 2005 para estrenar en el Centro Dramático Nacional su particular aproximación al universo de Dante; el montaje, titulado «Infierno», permitía al público español empezar a familiarizarse con un novedoso lenguaje escénico en el que su firma como director parecía ocupar mucho más espacio que la del propio autor.
Un español más
A partir de entonces, su relación con España iría estrechándose –hasta tal punto que acabaría fijando su residencia en Madrid– mientras sus trabajos aquí se sucedían aproximadamente cada dos años. Con «Barroco» (2007) y «Hamlet» (2009), ambas protagonizadas por Blanca Portillo y Asier Etxeandia, Pandur se consolidó como uno de los directores de referencia en nuestro panorama teatral. Pero, aunque su nombre sonase en aquellos años ya con fuerza atronadora, el público parecía cada vez más dividido a la hora de recibir sus propuestas: lo que resultaba maravilloso para algunos no era más que un superficial y artificioso juego para otros, si bien todos reconocían el poderoso magnetismo que emanaba de las escenas que el esloveno ideaba siempre sobre las tablas.
Ese verano de 2009, Pandur llegaba al Festival de Mérida con una aplaudida «Medea» –de nuevo la Portillo rpetía como protagonista, y con Etxeandía como secundario– que parecía competir en grandiosidad con las propias piedras del Teatro Romano. Y, una vez más, su contemporánea y vanguardista lectura de un texto clásico no lograba satisfacer a todos de la misma manera.
En 2011 volvió su mirada al cine de Visconti para trasladar a las tablas «La caída de los dioses». Aquel montaje de corte fetichista resultó tan anodino en lo dramático como impactante en lo sensitivo, y dejará para siempre la inquietante escena en la que Belén Rueda, enfundada en un precioso vestido de gala y con guantes de látex, cortaba repollos con extrema violencia sobre una gran mesa.
Probablemente, harto de que se pusiese en tela de juicio su fidelidad a la literatura de la que partía, el arisco Pandur se encargó muy mucho en su siguiente colaboración para el CDN de remarcar la ingente cantidad de veces que había leído «Fausto» en su vida. Sin embargo, aquel preciosista montaje, el último que dirigió en España, impedía ver de forma nítida a Goethe en el horizonte y dejaba un generalizado regusto de aburrimiento, eso sí, dentro una vez más de un espectacular marco visual.
Su triste fallecimiento desbarata ahora su previsto reencuentro en el teatro con Belén Rueda para 2017. Hubiera supuesto su regreso a un Festival de Mérida cuyo director, Jesús Cimarro, ha lamentado la pérdida de «un hombre con mucha experiencia que podría gustar o no gustar, pero que no dejaba indiferente a nadie con sus puestas en escena».