«Orlando»: Virginia Woolf con retranca
Autora: Virginia Woolf. Directora: Vanessa Martínez. Intérpretes: G. Galindo, P. Huetos, R. Sala, P. Santos y G. Solé. Festival de Teatro Clásico de El Escorial (Madrid). 12 de agosto.
A pesar del rigor y la exigencia que definen el bagaje de esta original compañía, no lo está teniendo fácil Teatro Defondo para que su «Orlando» pueda hacer una temporada al uso en la red de salas habituales. Afortunadamente, el Festival de Teatro Clásico de Cáceres, que sigue creciendo cada año en visibilidad y en calidad, ha asumido con buen criterio ese mínimo riesgo que otros productores y gestores de mayor envergadura no corren y ha decidido incluir el montaje en su 29ª edición. La recompensa, como ocurre tantas veces que las cosas se hacen de verdad con juicio artístico, no ha sido otra que el unánime aplauso. Y es comprensible que así haya sido, aunque esto pueda chocar si tenemos en cuenta que el festival tiene un carácter popular y la novela de Virginia Woolf en la que se basa el espectáculo desprende cierto tufo cultureta; porque, en realidad, la directora Vanessa Martínez ha concebido la propuesta con tantas capas y niveles de lectura que cada espectador puede engancharse en el suyo y disfrutar, a su modo, de una función que acentúa el humor del original y que, desde luego, se desarrolla con muchísima más agilidad que este. Si ya la novela se define, entre otras cosas, como una parodia del género biográfico, podría decirse que, en esta adaptación, la parodia
–no exenta de homenaje– cubre incluso el propósito parodiador de Woolf. Con un ingenio plausible en la composición de algunas escenas –en las que el lenguaje físico suele ser importante–, el elenco hace un complicado trabajo coral para ir incorporando papeles en la conocida historia del caballero inglés –una Rebeca Sala rebosante de frescura– que cambia de sexo de la noche a la mañana y que desafía sin explicación alguna los dictados del tiempo y la edad. Lo esencial de la trama en su clave más realista está sobre el escenario, y prácticamente todas las burlas –algunas de nuevo cuño o más subrayadas que en el original– funcionan muy bien a pesar de su naturaleza casi siempre metateatral o metaliteraria. En el centro de la diana están los problemas de los biógrafos para fechar y documentar, las penurias de los escritores, la supuesta excelsitud del teatro isabelino, el papel de los críticos, las tertulias literarias o la apócrifa modernidad de los poetas. Es cierto que, en este delirante juego escénico, se sacrifica necesariamente la belleza estilística de la prosa de Woolf; pero, parafraseando a RonLalá cuando versionó «El Quijote», quien quiera «todo» el Orlando... que se lea el libro.