Pasolini y Rigola, duelo de contradicciones
Segunda vuelta, en menos de cuatro meses, el director catalán a los teatros de los que salió huyendo. Arropado, de nuevo, por una caja y por Gonzalo Cunill, esta vez, la obra se centra en el mito italiano.
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Segunda vuelta, en menos de cuatro meses, el director catalán a los teatros de los que salió huyendo. Arropado, de nuevo, por una caja y por Gonzalo Cunill, esta vez, la obra se centra en el mito italiano.
Empezaba el pasado octubre con Àlex Rigola (Barcelona, 1969) a la carrera. Se marchaba de Canal huyendo «de las políticas de los que le habían nombrado director del centro» –junto a Natalia Álvarez Simó, que sigue en el cargo, no se la olvide– sin mirar atrás y dejando un comunicado en redes sociales, que fue todo lo que obtuvimos como justificación. Por delante, esperaba, a poco más de un mes, su versión del «Tío Vania» –de Chéjov– y, ya en 2018, su oda a Pasolini. Pues bien, esa última cita ha llegado y Rigola regresa a los teatros que dirigió por unos pocos días. Me voy, vuelvo y revuelvo. Si, tras su dimisión, no quiso remitirse más que al muro de Facebook y, con el estreno de noviembre, prefirió callar antes de tan siquiera rozar la polémica, esta vez sí ha querido entrar ligeramente en sus idas y venidas.
Le viene al pelo el protagonista escogido en este «Who is me. Pasolini (Poeta de las cenizas)». Habla del director italiano como un ser «contradictorio»: «Católico, creyente en Dios, pero en contra de la Iglesia. Comunista, aunque estos asesinaran a su hermano. Curioso, porque decide abandonar la literatura y centrarse en el cine para no apoyar más la lengua italiana por rechazar a su país, sin embargo, rodó todas sus películas en este idioma. En Mayo del 68 se posicionó a favor de la Policía y no de los estudiantes por entender que estos eran los verdaderos burgueses y los agentes los obreros. Se defendía: ‘’Si quieren pegar a alguien vayan a por los jueces’’», explica un Rigola que se siente «continuamente reflejado. De siempre». Le «harta» hablar de la vuelta a los teatros de la Comunidad de Madrid «porque la cuestión es ir dando pasos. Y, como Pasolini, uno tiene que ser consecuente –antes encarado como incoherente– con uno mismo, sobre todo si se sube encima del escenario y analizar el mundo». Excusa así sus «planteamientos éticos, muy claros», y evita por todos los medios calificar su espantada de error: «Hay que levantarse y continuar». Y como, en esto último, no le falta razón, vayamos al montaje que presentará en el Estudio Centro Danza de Canal en dos tandas: la primera, del 6 al 18 de marzo y, la segunda, del 23 al 27 de mayo.
Iba Rigola por Venecia cuando se topó con «Poeta de las cenizas», un poema en el que Pier Paolo Pasolini (1922-1975) se abría en canal en la fabulación de una entrevista con un crítico de cine americano: «Es una manera de repasarse a sí mismo, su vida y obra, para saber qué quiere hacer con lo que le queda hasta la muerte. Lo que no sabía era que ésta iba a precipitarse pocos años después, en el 73. Esa conversación es la que le permite reafirmarse a así mismo. Un texto en el que termina resumiendo que su gran obra fueron los hechos de su vida».
–Y ¿quién fue más importante, el personaje o su carrera?
–Justamente reclama eso, que no se puede separar una cosa de la otra. Su obra son sus actos. Aun así, para mí, este poema, muy conocido por los expertos y no tanto por el resto, es una de sus piezas clave.
Le sorprendió el texto a Rigola, pero no la figura de un Pasolini que siempre ha tenido como «un personaje emblemático, uno de los grandes de Europa en el siglo XX. Un ser coherente consigo mismo, aunque le llevase a tener hasta 33 juicios durante toda su vida, que es algo así como pasarse todo el día en los juzgados», apunta.
Un tipo necesario
Por ello, el director catalán señala al italiano como un tipo necesario para hoy: «Para comprender esa lucha entre ética y subsistencia y para ver dónde ponemos los límites, en el proyecto de Canal o en el que sea. Cada día uno se encuentra con que tiene que decidir y si algo es Pasolini es una persona fiel consigo. Además de ser un sano provocador, por lo que yo le llamo el primer punk de la Historia». Conclusión a la que Rigola llega tras entender que la obra del protagonista de «Who is me» «no incita a la violencia, sino que su objetivo es provocar con ésta». Se explica: «El problema es que damos por evidentes cosas que no son normales, desde acciones del Estado o nuestros superiores al machismo que impera en la sociedad. Y solo a través de la lucha insistente se producen estos cambios». Por cosas así al director le «horroriza» mirar a Pasolini, «parece que habla de hoy, pero en realidad lo hace de su tiempo, hace mucho. Él vivió un momento de alienación a través de la televisión y nosotros de las redes sociales», explica.
Vuelve de esta forma Àlex Rigola a Canal con ese estilo sobrio, «en el que me siento cómodo», y junto a dos viejos conocidos: Gonzalo Cunill, ya presente en «Vania», y envolviendo todo el montaje en una caja con capacidad para 30 espectadores, la mitad que en su anterior función. «La idea original era vestirlo de Pasolini y entrar en un arca en el que se guardaban obras de arte, entendiendo las palabras del italiano como tal, pero vimos que en dos minutos éramos capaces de que se dejara de ver a Gonzalo sin necesidad de caracterizarle», cierra el director.