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«Peer Gynt»: A golpe de imaginación

larazon

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Autor: Henrik Ibsen. Director: Jorge Eines. Intérpretes: Juan Díaz, Carmen Vals, Daniel Méndez, Carlos Enri... Teatro Infanta Isabel. Madrid. Hasta el 26 de noviembre.
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La verdad es que no está nada mal la idea de ir al teatro un fin de semana en una sesión matinal y salir de ver la función justo a la hora de tomar el aperitivo, o incluso de comer, en el centro de la ciudad. Resulta bastante comprensible e inteligente esta iniciativa que han puesto en marcha algunos teatros madrileños de programar, a horas que hasta hace poco eran consideradas intempestivas, para lograr eludir la feroz competencia en los horarios convencionales que hay en una cartelera como la de la capital, que desde hace tiempo, como ya hemos advertido en alguna ocasión en estas páginas, está preocupantemente sobredimensionada. Y en esta nueva oferta matinal es donde se sitúa este atípico montaje de una obra, en sí misma, ya bastante atípica. Efectivamente, «Peer Gynt», de Henrik Ibsen, constituye casi una rareza –aunque no es la única– en el corpus dramatúrgico de un autor que, fundamentalmente, pasó a la posteridad por la proyección social de unos dramas de gran penetración psicológica perfectamente construidos en virtud del canon realista que imperaba en su época. «Peer Gynt», sin embargo, es más bien un cuento fantástico-épico, una fábula escrita originalmente en verso que se aleja del realismo y del teatro «bien construido» para aproximarse en clave más poética al alma humana, y situarla a merced de los caprichos del destino y de una voluntad que tiene serios problemas para conducirse con rectitud moral. Con mucha valentía, por la dificultad que entraña poner esta obra en escena –en realidad Ibsen la escribió para ser recitada, y no representada–, Jorge Eines se ha puesto al frente de este proyecto que intenta, y a fe que lo consigue, dar entidad dramática al texto original. Lejos de apartarse de la imaginación de la cual se nutre el texto original, el director se alía muy provechosamente con ella, e incluso la espolea para crear un espectáculo desbordante de fantasía en el que todos los elementos escénicos –vestuario, sonido, música, atrezo...– se funden con los propios personajes de la obra para conformar un todo sensorialmente rico y estimulante. Esto obliga a los actores, en un trabajo arriesgado, diferente y complicado del que salen todos felizmente airosos, a interpretar no solo a los personajes que a priori encarnan, sino a configurar ellos mismos la viviente escenografía en la que ha de desarrollarse toda la acción.

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