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Tomaž Pandur, por partida doble y en esloveno

Carme Portaceli rinde homenaje al autor fallecido hace menos de un año con sus dos últimos montajes: «Fausto», de Goethe, e «Inmaculata», de Colm Tóibín, cuya versión dejó inacabada
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Carme Portaceli rinde homenaje al autor fallecido hace menos de un año con sus dos últimos montajes: «Fausto», de Goethe, e «Inmaculata», de Colm Tóibín, cuya versión dejó inacabada
Se resiste Madrid a olvidar a Tomaž Pandur. La ciudad a la que el esloveno prometió amor eterno: «La primera vez que llegué, en 2004, lo que me llamó la atención fue el cielo. Un cielo azul español, conocido hasta entonces sólo por las pinturas de Diego Velázquez, y arriba, altos en la oscuridad, ángeles negros bailando en los tejados de Madrid. Desde entonces, esta imagen me acompaña allí donde voy, incluso cuando cierro los ojos. En Madrid he encontrado una nueva fuente para mi creatividad y mi inspiración, un nuevo hogar sacado de mis sueños (...) Gracias por dejarme ser uno de vosotros». Son estas palabras, junto a su teatro –evidentemente–, las que hacen que Carme Portaceli haya apostado por él para abrir su primera media temporada en el Español. Un autor, muy ligado a la ciudad –llegó a tener casa aquí: «Madrid le transformaba el humor. Era feliz», cuentan sus allegados– y exponente, como pocos en Europa, de la ruptura con lo clásico; y un hombre del que todavía no se ha cumplido el primer aniversario de su desaparición –el 12 de abril de 2016, mientras ensayaba «El rey Lear» en Macedonia–. «Fue fundamental desde el punto de vista de aportar nuevos lenguajes del siglo XXI a los textos clásicos», defiende Portaceli. Es por ello que la recién estrenada directora del Español ha considerado oportuno rescatar sus dos últimos trabajos –«Fausto», del 2 al 5 de febrero, e «Inmaculata», del 10 al 12, que no llegó a terminar– como homenaje; además de una exposición en la plaza de Santa Ana durante los días de las representaciones que también le rendirá tributo. Y lo hace de la mano de su compañera de creación y hermana, Livija Pandur. Siempre juntos, no había posibilidad de que otro nombre continuara la obra del dramaturgo: «Se leían los pensamientos. Antes de hablar uno, el otro ya sabía lo que iba a decir», recuerdan.
En la retina todavía queda lo más inmediato: el «Fausto», de J. W. Goethe, que trajo en 2014 al CDN. Temas potentes y la guerra que vivió siempre presente a través de la angustia y el dolor del ser humano. «La esencia de aquel estará en el que se trae. Y, aunque veamos algo parecido, seguro que no será una copia exacta porque era un creador nato y cada vez que levantaba un montaje rompía con parte de lo anterior –para empezar, llega en esloveno, con subtítulos en castellano–», recuerda quien se pusiera a sus órdenes entonces, Ana Wagener. Aquella pieza también tuvo, en el papel principal, a Roberto Enríquez, que continúa así la línea abierta por su compañera de reparto: «La primera vez que trabajé con él, en ‘‘Infierno’’, ya lo había montado en Alemania. Estuve viéndolo y eran muy diferentes. Eso sí, tenía una norma interna de no repetirse, pero sus temas y estéticas son inevitables de ver siempre».
El «Fausto» que ahora llega con su compañía mantiene los pilares del poema dramático de Goethe: basado en la leyenda medieval de un hombre que vendió su alma al diablo, aborda el sentido de alienación del hombre moderno y su necesidad de llegar a un acuerdo consigo mismo y con el mundo que vivimos. Una historia madurada a lo largo de los siglos hasta convertirse en un mito arquetípico de las aspiraciones del hombre y los dilemas con los que se enfrenta cuando intenta comprender su lugar en el universo. «Pandur crea un proceso alquímico, en el que todo lo que está en el espacio escénico se transforma y construye su propio lenguaje, poesía y verdad», presentan una pieza en la que, esta vez, el agua inundará el escenario. Batalla entre el bien y el mal que, según Goethe, «lleva a la humanidad hacia delante» y que los hermanos Pandur rescatan de la mano de sus protagonistas:
–Fausto: «Bien, y ahora dime, ¿quién eres?».
–Mefistófeles: «Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y el bien siempre crea».
- La madre de Cristo
La segunda parte del homenaje se reserva para el texto de Colm Tóibín, «Inmaculata»: hace dos mil años que comenzó la escritura de la biografía de María, la madre de Cristo. Descrita y representada en innumerables ocasiones, todas las versiones reparan en lo mismo: el motivo de una mujer que perdió a su hijo. Un viaje al borde del abismo en el que las heridas nunca se cierran. «Se va a poder ver a una mujer a la que le ha caído encima otra imagen –en palabras de Portaceli–, la de ser la madre de Cristo, pero ¿qué le pasaba a ella por la cabeza? ¿Qué sentía?...».
La historia no escrita de los individuos. Sobre todo, del «segundo sexo» –Simone de Beauvoir–. Es el silencio de María –representada por Nataša Matjašec Rošker–, quien, en su exilio, trata de recordar partes de la historia. «En las grietas de este texto, en su espacio mental, intuimos capas que han sobrevivido al tiempo y representan una prememoria ontológica, mientras su verdad sigue siendo un enigma. Queda malentendida, sola, diferente, divina y mortal. Pero se ha convertido en heroína, icono, ídolo... Una de esas mujeres que inspiran constantemente el arte (...) La confesión de María, su imaginación, su amor incondicional, su soledad, su duda, su miedo y su coraje en la búsqueda de la verdad a nivel emotivo, sociopolítico, religioso y mítico, desvela una corriente mental polifacética de la percepción y recepción del tiempo actual, de los gestos irracionales e imágenes arquetípicas pintadas por la civilización de hoy», explica Livija Pandur.

En el riesgo está la creación

Pese a ser un hombre extremo, la inmensa mayoría de los que trabajaron con Tomaž Pandur le recuerdan con cariño. Aunque también los hay que chocaron con él, como Antonio Gil, que quince días antes del estreno de «Fausto» en 2015 fue reemplazado de uno de los papeles principales, Mefistófeles, por «diferencias artísticas». Aun así, la energía que dejó en la escena madrileña posee un color mucho más favorable. Ana Wagener recuerda cómo, bajo sus órdenes, «volé más alto que nunca»; mientras que Roberto Enríquez guarda «la atmósfera que creaba en los ensayos. A través de la música y las luces, desarrollaba una improvisación pactada que fluía y llevaba cada interpretación por su camino», explica. Por su parte, Portaceli, como directora del Español, reconoce que hay mucho que aprender de su riesgo: «Que es donde está la creación».
- Dónde: Teatro Español. Madrid.
- Cuándo: del 2 al 5 de febrero («Fausto») y del 10 al 12 («Inmaculata»).
- Cuánto: de 5 a 22 euros.