Tócalo otra vez, Sonny Rollins
El genial saxofonista pasó en el puente neoyorquino de Williamburg dos años. Quería alejarse de la fama y tocar mirando al cielo. Su ejemplo lo han seguido un puñado de músicos callejeros que viven la música en ese monumento de hierro.
El genial saxofonista pasó en el puente neoyorquino de Williamburg dos años. Quería alejarse de la fama y tocar mirando al cielo. Su ejemplo lo han seguido un puñado de músicos callejeros que viven la música en ese monumento de hierro.
Parece mágico tocar en el Puente de Williamsburg como hizo el saxofonista Sonny Rollins, de 86 años, en los años 60. Desapareció sin más un día. Y lo encontraron ahí, en la estructura en suspensión que estaba esperándole. Dos años estuvo tocando en la zona peatonal. En cambio, como la mayoría de las rutinas de Nueva York que se convierten en leyenda, rodeadas por un halo de no se sabe bien qué, el músico de Harlem lo hizo por una mera y simple cuestión práctica. Después, es cierto que le encantó. Y no se quería marchar. Pero de nuevo, como todo en la ciudad de los rascacielos, «money talks» (el dinero habla) y abandonó su escondite del cielo en la tierra en este puente con ocho carriles de automóviles y dos vías de metro. Ahora no sólo quieren cambiar el nombre de este puente sobre el río Este que une Manhattan con Brooklyn, sino que se ha convertido en un lugar al que los músicos van a tocar, lo que descubre otro problema que sufre, sobre todo, Manhattan: ¿dónde se puede tocar sin molestar a los vecinos por un buen precio de alquiler?
Mi querida Lucille
Hace dos años en un artículo en «The New York Times», Rollins reconoció que «no tenía lugar en el que practicar. Mi vecino en la Calle Grand era el baterista Frankie Dunlop, y su mujer estaba embarazada. Un día me encontraba en la calle Delancy y subí las escaleras del Puente Williamsburg y experimenté una gran sensación expansión. No había nadie. Era precioso. Me dirigí al puente a practicar cada día durante dos años. Tocar al cielo mejora tu volumen», reconoció Rollins entonces. «Caminaba por la calle Grand, dos manzanas hasta Delancy, y de allí a la entrada del puente. (...). Podía haberme quedado para siempre en aquel lugar. Pero tenía que volver a trabajar. No se puede estar en el cielo y en la tierra al mismo tiempo», admitió de aquella época en la que su esposa trabaja en la Universidad de Nueva York, y corría con todos los gastos. No le podía hacer aquello a la bella Lucille, no.
Hasta entonces había solucionado uno de los grandes problemas de los músicos en Nueva York: ¿cómo ensayar sin molestar a los vecinos? Ya entonces, para algunos, era complicado alquilar un lugar para ensayar. Para los músicos de la ciudad, ensayar sin la interrupción del vecino golpeando en tabique de la pared o el techo parece imposible. Por eso, algunos practican en el metro, otros en los parques o, incluso, en las iglesias. Pero, la idea de tocar al cielo, como describe el saxofonista, parece imposible de rechazar. Mario Martz, que toca en el puente, no ha vuelto a una sala de ensayos desde finales de los 80. Da la sensación de que se ha leído todas las entrevistas de Rollins porque repite sus palabras: «Tocar al cielo mejora tu volumen» (¿Les suena?), explica como si la frase fuese suya. Quizá, sea la explicación que daría cualquier músico. Ahora las quejas llegan, paradojas de la vida,cuando no toca lo suficientemente alto. Caminamos atravesando el puente majestuoso de hierro y por el camino, se ve a músicos que tocan el violín y otros instrumentos. Incluso, también se ha visto alguna vez a cantantes de ópera. Son remedios que no nacen de la inspiración, sino, como la mayoría en Nueva York, desde la desesperación más absoluta.
Rollins publicó 21 álbumes completos entre 1953 y 1959. Y, de repente, el saxofonista –brillante, según Miles Davis–, el músico tenor del saxofón decidió parar. Se había hecho un maestro en el arte de la improvisación. Mientras, tocaba temas y fragmentos inventaba melodías. Las desarrolló de una forma que hicieron al improvisador convertirse en un artista consumado. Un compositor sobre la marcha. Porque no era composición en el sentido de sentarse y escribir, sino composición mientras ocurría en el momento.
Pero, ¿dónde se había metido Rollins? Parecía haberse esfumado sin dejar rastro. Prácticamente cada día entre 1959 y 1961 iba al puente. Se colocaba adyacente a las vías del tren en esta estructura en suspensión que lleva a Brooklyn justo a un lado del paso de los peatones. A veces, ni le miraban los neoyorquinos, que se enorgullecen de considerar lo más normal del mundo algo que es lo más extraordinario del planeta. Cosas de esta ciudad. En el documental de la BBC «Who is Sonny Rollins» el genial artista recuerda la atmósfera de aquel lugar: «Normalmente, no presto mucha atención al tren. Me absorbe lo que hago. De forma inconsciente cambio y mezclo mis notas con el sonido del tren», explicó después de que el crítico Ralph Berton en la revista de jazz «Metronome», dirigida por Leonard Feather y Barry Ulanov, los dos únicos escritores blancos de jazz de Nueva York a los que respetaba Miles Davis. Y así, le descubrió: «Cuando escuché por primera vez el sonido, pensé que lo había imaginado. Era improbable poder oírlo en medio de ese puente porque era el sonido de un tenor del jazz flotando hacia mí en forma de recurrentes fragmentos a través del aire del puente vacío, como notas a pie de página».
Hace un año el músico Ken Vandermark colocó una foto en la red social Instagram del puente con el siguiente pie: «Para mí, es todavía el puente de Sonny Rollins». Fue entonces cuando Jeff Caltabiano, que se ha mudado de Los Ángeles a Nueva York en parte para estar cerca del Tonic, el legendario club de música jazz y experimental, empezó a trabajar en la iniciativa de solicitar a la ciudad que cambien el nombre del puente Williamsburg por el de Sonny Rollins. En el fondo, se conformaría con una mera placa conmemorativa.
Calentarse con coñac
En 1962, el músico editó un álbum llamado «The Bridge» con el que puso fin a sus años de silencio público y con el que rindió homenaje a un lugar donde se refugió de su inesperado ascenso a la fama. La crítica se dividió pero el público le aplaudió. El puente se mantiene como uno de los lugares emblemáticos de Nueva York, un mirador que regala grandes vistas. En los 90 las escaleras empinadas de hierro que Rollins utilizaba para subir al paso de peatones se cambiaron por una rampa más cómoda para los viandantes. Ahora es más fácil ver a otros músicos hacer lo que Rollins. Todavía así, Caltabiano no se atrevía a cerrar nada con el Ayuntamiento de Nueva York sin consultárselo primero al músico de Harlem.
Tiene 86 años, está retirado pero se le pueden mandar cartas a un apartado de correos en Germantown (Nueva York) que alguien se encarga de recoger. ¿Es verdad que tocaba entre quince y dieciséis horas diarias? ¿Qué hacía con la comida? ¿Cómo iba al baño? ¿Dónde se colocaba exactamente? ¿Qué hacía cuando llovía? Y sobre todo: ¿Cómo se protegía del frío a temperaturas bajo cero? Dicen quienes le veían tocar que se calentaba con coñac. Pero, Caltabiano prefiere que sea Rollins, el que le explique todos estos detalles. Y si no desea hacerlo, que sus años en el hierro de Williamburg queden como lo que fueron, una leyenda.