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Un cheyene en la América de Trump

Llega a España el libro de Tommy Orange que ha copado los primeros puestos de las listas americanas desde junio, «Ni aquí ni allí». Un retrato de la sociedad nativa americana hoy a través de doce personajes que muestran las miserias y reivindicaciones de un colectivo que aprovecha su fiesta, «powwow», para sacar pecho en una sociedad que, según el autor debutante, mira hacia otro lado.
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Llega a España el libro de Tommy Orange que ha copado los primeros puestos de las listas americanas desde junio, «Ni aquí ni allí». Un retrato de la sociedad nativa americana hoy a través de doce personajes que muestran las miserias y reivindicaciones de un colectivo que aprovecha su fiesta, «powwow», para sacar pecho en una sociedad que, según el autor debutante, mira hacia otro lado.
Tommy Orange (Oakland, 1982) prefiere la gorra a las plumas porque ser nativo americano no significa eso, no solo es hacer el indio. Es «ver a mi padre y tratar de aprender nuestro idioma, que nunca nos lo enseñó», pero también significa «asegurarme de que mi hijo sepa quién es». Y es que si Orange tiene algo muy presente es la identidad. Esa misma que heredó de los suyos, los cheyenes y los arapajós, a quienes rinde tributo en «Ni aquí ni allí» (AdN), su novela debut con la que ha sido nominado a los National Book Awards y con la que ha ocupado los primeros puestos en las listas de ventas en Estados Unidos durante meses. Un relato intergeneracional sobre la violencia y la superación, la belleza y la desesperación incrustadas en la historia de una nación y de un pueblo que desmenuza a través de doce nativos americanos. Cada uno con un argumento para asistir a su fiesta, al «powwow», donde se reúnen para celebrar y reivindicar sus raíces: Jacquie Red Father porque ha dejado el alcohol recientemente y ahora lucha por recuperar a una familia que abandonó, Opal Viola Victoria Bear Shield para ver bailar a sus sobrino Orvil, Dene Oxendene por reconstruir su vida después de la muerte de su tío...
Doce caras para representar a «una comunidad sin voz» –dice Orange– y «expresar un rango variado de personajes que resistan la imagen monolítica de cómo se supone que deben verse los nativos, cómo tenemos que sentirnos, hablar y vivir». Porque si hay algo contra lo que el escritor grita en cada una de las páginas de su obra son los estereotipos a los que han sido condenados. «Desde la punta norte de Canadá, la punta de Alaska, hasta el extremo más meridional de Suramérica, a los indios nos quitaron de enmedio y luego nos redujeron a una imagen con plumas», firma. Todo el que ha querido los ha definido a su manera, «y seguimos padeciendo difamaciones a pesar de lo fácil que resulta consultar por internet datos sobre la realidad de nuestras historias y sobre nuestra realidad actual como pueblo». No quiere hablar del personaje derrotado y triste salvado por Kevin Costner ni del masacrado por John Wayne. Esos son «la copia de una copia de la imagen de un indio en un libro de texto» o en la pantalla: «El cine ha relegado a los nativos al pasado, a la historia, y nos ha hecho monolíticos, una imagen única de un libro de texto obsoleto. El guerrero romántico, el triste pasado, la tierra espiritual, adorando a los paganos salvajes. Se muestra una realidad que los estadounidenses quieren olvidar por lo que sucedió, quieren hacer pretender que Estados Unidos tiene una historia pura y honesta». Sentimiento de injusticia hacia el pasado que Orange sufre por dentro por «seguir fingiendo que somos un país que defendemos algo más, que somos algo más que una nación corrupta dirigida por viejos hombres blancos interesados en dinero y poder».
–Una rabia que se nota en la escritura de la obra, ¿es así?
–Sí, pero también amor y un intento de transmitir lo que los nativos son como vivir ahora, en los tiempos modernos. Y sí, ellos también tienen rabia. Los años de eliminar a tu gente y de quitarte la lengua y la cultura te harán enfadar, enojarán a tus hijos y la ira continuará a través de las generaciones porque nunca se ha reconocido, está cubierta de mentiras.
Cuando los blancos llegaron
Habla Tommy Orange abiertamente de que «la herida se hizo cuando los blancos llegaron y se apoderaron de todo lo que se apoderaron y desde entonces nunca se ha curado». Ni siquiera hoy. Con 576 tribus reconocidas por el gobierno federal de Estados Unidos, una realidad por grupo. «Cada uno con su propio idioma, cultura e historia», reconoce. La de Orange es la de los cheyenes y los arapajós. De cuando huyeron de la masacre de Sand Creek (1864) con dirección a cualquier lado. Por su parte, los ancestros del autor se fueron hacia Oklahoma, por donde pasaron las generaciones hasta llegar a Oakland.
Un movimiento muy pensado por la otra parte: «Llevarnos a las ciudades iba a ser el último paso para nuestra asimilación, absorción, borrado, la culminación de una campaña genocida de quinientos años. Pero la ciudad nos renovó y nosotros la hicimos nuestra. No nos perdimos entre el desbarajuste de edificios altos, la corriente de caras anónimas, el incesante ruido del tráfico. Nos encontramos los unos a los otros, fundamos nuestros centros indios, hicimos florecer nuestras familias y nuestros “powwows”, nuestras danzas, nuestras canciones, nuestras labores de abalorios». Hoy, el 70% de los 2,4 millones de nativos americanos ya habita en las urbes. Unos con tradiciones, otros no. Pero la suya no es la voz de todos, «solo estoy tratando de contar una historia sobre personas de Oakland y cómo todas sus vidas convergen en un “powwow”».
Y es en uno de estos encuentros en el que Orange hace alusión a una pancarta que dice «Luchando contra el terrorismo desde 1492»: «No sé si fue una política heredada de Colón o de los españoles, sino más bien un rasgo heredado de la civilización occidental. Para conquistar y tomar y demonizar a alguien que no te guste, para subyugarlo, esta es la mentalidad occidental basada en un supuesto Reino de Dios o Cristianismo apoyado por hombres dispuestos a hacer cualquier cosa, mentir, robar, matar, con el fin de alcanzar el poder y el dominio».
Y es que para entender el dolor de Orange, que no deja de ser el de toda una comunidad, hay que conocer la situación de esos nativos americanos a los que se empeña en reivindicar. Un colectivo que tiene una amplia mayoría viviendo en la pobreza y con problemas de salud, «así como altas tasas de suicidio y la menor esperanza de vida de cualquier otro grupo en Estados Unidos», añade el autor. Más el racismo, diferente al que sufren los negros, «pero lo hay», confirma: «La gente piensa que no existimos, pero cuando descubren que sí, y si sacamos a relucir la historia, dicen que se ha superado, “ganamos y ustedes perdieron”. O piensan que todos obtenemos dinero de los casinos, o que somos borrachos, salvajes o estúpidos. Más otras muchas otras cosas».
Son muchos de los problemas de los rostros que Orange refleja en su libro «porque quería escribir personajes que parecieran reales, y las vidas de los nativos están llenas de sucesos atroces». Protagonistas muy lejos de la imagen romántica del indio como guerrero poderosos y valiente. «No creo que sea una imagen completa».
Se apoya así en condición trabajadora que trata de huir de los «problemas de blancos de clase media alta». Argumentos que encuentra en una industria que sigue muy de cerca y en la que ha metido la cabeza para aportar su propia voz. Fuera de toda norma: «Está surgiendo un cambio y está relacionado con Trump. La gente empieza a asimilar que en nuestro país y nuestra historia existe una faceta feísima, racista, supremacista blanca, y aunque creo que el mundo editorial sigue siendo superblanco, hay mucha gente que desea incorporar voces diversas –continúa Orange–. Lo que temo es que, si no cambiamos la hegemonía blanca en la industria editorial esta tendencia se revierta. Hay quien dice que primar la diversidad sobre la excelencia está resultando perjudicial para toda la literatura, como si ahora se publicaran voces diversas solo por el hecho de serlo. Resulta deprimente oír eso porque, como escritor de color, siempre tienes miedo de que no te publiquen por el mérito de tu trabajo, sino por discriminación positiva».
El aullido de los trenes
Un libro que ha servido para descubrir a Tommy Orange, pero en el que también se cuenta quiénes son hoy los indios. Personas que, como nosotros con el traje de gitana o el de chulapo, guardan las plumas para las ocasiones importantes, para los «powwows». Lo poco que les queda en una sociedad que mira hacia otro lado que no es el suyo y que no reconocerían los nativos de antaño. «Hemos acabado conociendo el perfil del centro de Oakland mejor que cualquier cordillera sagrada, los bosques de secuoyas rojas de las colinas de Oakland mejor que cualquier otro bosque más salvaje y frondoso. Conocemos el sonido de las autovías mejor que el de los ríos, el aullido de los trenes lejanos mejor que el aullido de los lobos, conocemos el olor a gasolina y al cemento recién echado o la goma quemada mejor que el de las tuyas gigantes, la salvia o incluso el pan frito con manteca, que nada tiene de tradicional, de la misma manera que las reservas no son tradición».

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