Vargas Llosa: "Esta novela me sacó las canas que tengo"
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El escritor desgrana los secretos creativos de "Conversación en La Catedral"en el 50 aniversario de su publicación, que se conmemora con una edición especial
"Comencé escribiendo episodios desconectados entre sí, con personajes distintos -un guardaespaldas, una sirvienta, un empresario exitoso, un muchacho de clase media-, trabajando además con una gran confusión, porque en ese momento no sabía cómo iba a ordenar todo eso. Pensé mucho y le di muchas vueltas, hasta que tuve la idea de que la columna vertebral de la historia fuera una conversación que tendría interrupciones porque otras conversaciones se meterían dentro de ella y luego saldrían". Así explicó Mario Vargas Llosa la génesis de "Conversación en La Catedral", una de sus novelas más aclamadas y más famosa. Comenzó su redacción en 1965 y añadió el punto final en noviembre de 1969. La primera edición se imprimió en Barcelona y vendió 5.000 ejemplares; la segunda, al año siguiente, 15.000. El título no gozó enseguida de una enorme popularidad, pero con ella el nombre de su autor ascendió un jalón dentro de su propia mitología, esa que había empezado a forjarse con "La ciudad y los perros"o "La casa verde", que editó en 1966. En posteriores tirajes se añadieron elementos que incrementaron la celebridad de esta narración. En 1972, con la sexta edición apareció en portada la fotografía de Carlos Malet: dos vasos de cerveza rodeados de colillas. Desde entonces, la narración va vinculada siempre a esa imagen entre desesperada, intimista y triste, pero siempre profundamente evocadora.
El cincuenta aniversario de esta obra, una de las que se sostienen en lo más alto del universo del "Boom", ha dado pie a homenajearla y sacar una edición conmemorativa que cuenta con un valioso anexo: fragmentos de cartas, escritos y entrevistas del propio autor. Unos testimonios que dan cuenta de los azares, confidencias y reveses que acompañó la gestión del libro. "Grandes novelas son, hasta cierto punto, las que se acercan a la novela de las novelas imposibles", comentó el novelista hace tiempo. Pero ayer, en Sevilla, en un acto enmarcado en el Congreso de la Asale, Mario Vargas Llosa admitió que "este es el libro que más trabajo me costó, por lo menos hasta que encontré la manera en cómo debía contarla. Es una novela que antes de escribirla, la viví; y también todos los peruanos que entre 1948 y 1956 aguantaron aquella dictadura. Para mi generación fue especialmente dañina. Yo era un niño cuando comenzó y cuando cayó, yo y mis amigos éramos hombres. La adolescencia se desenvolvió en un ambiente corrupto, la política era una mala palabra y la represión fue muy dura. Alguna vez pensé en escribir una novela contando los efectos de una dictadura en instituciones no políticas, en la vida profesional, la familia. De esta intuición inicial vino esta historia".
El narrador reconoció que durante el primer año estuvo inmerso en la confusión y que tampoco sabría ya precisar de dónde emergió la semilla de estructurarla alrededor de una conversación. "Escribía en el vacío y no sabía cómo conectar tantos personajes. Cuando encontré el punto de unión, ya todo resultó más fácil. El segundo año de la novela apenas me costó. Pero luego hice otra revisión para eliminar adverbios y adjetivos, que, como muchos saben, se han hecho para no usarlos", bromeó.
Con aquellos 29 y 30 años, Mario Vargas Llosa ensamblé ese enorme juguete literario, esa masa de nombres y protagonistas que entran y salen de la acción. Pero, desafiando las impaciencias de la edad, él todavía aguantó el manuscrito en su poder antes de enviarla al editor. "De esta manera vi con mayor claridad lo que sobra. Lo que hago es cortar, pero sin matar la vivencia y la credulidad. Y ahondé en unos episodios un poquito más". Durante estos meses colocó el original en una especie de tabernáculo laico, presidido por un retrato de Jean- Paul Sartre, "de quien leía todo con pasión y lo que es más grave: le creía todo".
En las misivas de ese periodo reconoce que la redacción "le sacó canas", algo que aún defiende, y que en dos ocasiones pensó que la había terminado. "Un soneto puede ser una obra maestra perfecta. Lo puede ser también un breve ensayo. Pero en una novela hay un elemento cuantitativo que es parte de la historia. ¿Por qué hemos convertido en catedrales novelas que son grandes en lo cuantitativo y cualitativo? Esto vale para "Guerra y paz"o "El Quijote". Yo creo que cuántas más experiencias se expresen en una historia y más se cubra la parte objetiva, las acciones, el pensamiento, las pasiones, los sentimientos, más rica y persuasiva es una obra. Cuando escribo novelas tengo la impresión de que si yo continuara todos los cabos sueltos que quedan, no terminaría nunca. Esto pasa cuando leemos unas páginas que nos fascinan. La novela debe ser una experiencia totalizadora de la vida humana, racional o irracional. Siempre he sentido ese infinito. Siempre he defendido el principio de que la novela total tiene que recoger lo humano en todas sus posibilidades. Es una meta que está en el corazón de un proyecto literario".
Vargas Llosa recordó a los amigos que le acompañaron en este tumultuoso viaje literario, las inevitables zozobras y dudas que agitaron su conciencia en esos meses de escritura frenética y, sobre todo, esa presencia que resultó definitiva, un rostro que él encarnó bajo el nombre Cayo Mierda, y que no es otra que la de ese Rasputín cruel y minúsculo que fue Esparza Zañartu. "Él fue quien politizó esta novela", sentenció. Después añadió: "Cuando viajé de Lima a Europa, a España, la idea de esta narración ya me la traje conmigo. Después he escrito varios libros sobre dictaduras, pero la verdad es que los temas de ellas han surgido de experiencias inesperadas. "La fiesta del Chivo"la escribí porque acudí a República Dominicana y escuché unas historias impresionantes sobre Trujillo, unas cosas tan desconcertantes... una de ellas recogía que en los momentos en que él recorría el país, los campesinos le regalaban sus hijas . Uno de los asistentes militares de Trujillo me lo confirmó y dijo que era un problema para el jefe porque no quería desairar a esas personas y por eso las casaba luego con militares. Estas historias, que me parecían tan imposible, me empujaron a escribir esta novela".
La dedicación y el esfuerzo de escribir, la esclavitud que supone amarrarse a la imaginación y la máquina de escribir cada día, fue objeto de una última reflexión por parte de Mario Vargas Llosa: "Un escritor trabaja con diferentes estados de ánimos. Cuando ha acertado y considera que un camino enriquece la historia, es sobrecogido por la exaltación; pero cuando descubre que la obra se ha empobrecido, porque la palabra no expresa la vida de esos personajes, porque quizá las palabra los robotiza, la desmoralización es enorme. Pero hechas las sumas y restas, nunca he sido tan feliz como escribiendo. Esta necesidad de hacer esquemas, fichas, de acometer la investigación del mundo en el que discurre la historia es emocionante, estimulante. La labor del escritor es difícil. Uno sufre gozando".