Verne en la Luna
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La novela del autor francés «De la tierra a la Luna» ha pasado a formar parte de la cultura popular inspirando desde películas hasta cómics, o incluso proyectos científicos.
Verne y Hetzel se sentaron a una mesa. Uno escritor, el otro, un editor atrevido que había visto un filón en el borrador de una novela titulada «Cinco semanas en globo». Hetzel le pasó un contrato al joven Verne para que escribiera tres novelas anuales dirigidas a la juventud, que se publicarían por entregas en sus revistas. Los textos debían «resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos –escribió después Hetzel– amasados por la ciencia moderna». La serie de novelas llevaría el título de «Viaje a través de los mundos conocidos y desconocidos». De esta manera, el 14 de septiembre de 1865 apareció la primera entrega de una novela que haría historia y que quedaría en la cultura occidental para influir mucho tiempo después en libros, cine y cómics: «De la Tierra a la Luna».
Jules Verne forjó entonces un estilo propio, basado en tomar las realidades científicas de su momento, imaginar una ficción con ellas, ver hasta dónde se podía llegar, y utilizarlas en la aventura del hombre por romper fronteras. Se convirtió así en uno de los padres de la ciencia ficción. Este francés de Nantes, nacido en febrero de 1828, había visto en el mar desconocido y evocador una fuente de inspiración. La profesión de abogado a la que le obligó su padre le aburrió, y pasó años escribiendo poesía y teatro amurallado detrás de libros en las bibliotecas de París. Hizo un mal matrimonio y decidió huir de ella viajando por Escocia, Noruega y Dinamarca. Eso le proporcionó una visión del mundo y de la gente, un conocimiento global, que insufló vida a sus novelas.
Una serie de revista
«De la Tierra a la Luna» apareció serializada durante un mes en la revista «Journal des débats politiques et littéraires». A los pocos días apareció la novela en las librerías. La historia se sitúa al final de la Guerra de Secesión norteamericana, y comienza en el Baltimore Gun Club, una asociación de entusiastas de las armas. Su presidente, Impey Barbicane, inspirado en Lincoln, emprende el proyecto de construir un cañón que lance un proyectil hasta la Luna. La incorporación al plan del francés Michel Ardan, personaje basado en un amigo de Verne, lo cambia todo: será una misión tripulada. La idea de Barbicane es incorporar el satélite a la Unión, como un Estado más que, convenientemente aireado por la Prensa, se convierte en un asunto popular. El proyectil sale y se pierde de vista hasta que el Observatorio de Cambridge anuncia que ha visto la nave en la órbita del satélite. La novela termina en suspense: ¿alunizarían? Verne mantuvo la incógnita hasta 1870, cuando publicó «Alrededor de la Luna».
En España se publicó por primera vez en 1867, en la colección «Biblioteca económica de instrucción y recreo», y en pocos días se agotó la primera edición. El Boletín bibliográfico español, de Madrid, decía entonces que Verne resolvía un difícil problema: «instruir divirtiendo, y divertir instruyendo». Y no era la primera vez que se escribía sobre un viaje a la Luna. Ya lo había hecho el clérigo inglés Francis Godwin en 1638 con «Un hombre en la Luna», Bergerac en «Los Estados e Imperios de la Luna» (1657), e incluso Poe con «La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall» (1835). Pero ninguna tuvo la influencia de la obra de Verne; ni siquiera H. G. Wells con su libro «Los primeros hombres en la Luna» (1901). Era un fenómeno de masas, hasta el punto de que se realizó un costoso montaje operístico en París en 1875.
Obras inspiradoras
Georges Méliès se basó en la novela de Verne para su película «Viaje a la Luna» (1902), cuyo fotograma del satélite como una cara con un proyectil clavado en un ojo forma ya parte del acerbo cultural. El éxito del filme ha dado lugar a numerosas adaptaciones. El dibujante belga Hergé se basó en la obra de Verne para dos álbumes de las aventuras de Tintín, que aparecieron en 1958 y 1959. Y es que los problemas planteados por Julio Verne en su novela, y en la continuación, fueron tan reales que los tuvieron en cuenta los científicos de la NASA en su programa espacial «Apolo». Las coincidencias sorprenden. El cañón de Verne se llamó «Columbia», como el módulo de mando del Apolo XI. La tripulación estaba compuesta por tres hombres en la ficción de Verne y en la misión de la NASA. Las dimensiones de la nave eran similares. El lugar escogido para el lanzamiento fue Florida, y el del regreso también el mismo: el océano Pacífico. La deuda literaria se cobró en 2008, cuando la Agencia Espacial Europea bautizó a la nave más compleja de su historia con el nombre de «Jules Verne».
«De la Tierra a la Luna» creó una nueva manera de hacer literatura, basada en la ciencia y la especulación, pero salpicada de aventuras, capaz de despertar la imaginación y la emoción. Porque, como escribió Verne al final de su novela: «¡Qué situación preñada de misterios reserva el porvenir a las investigaciones científicas!».