Víctor del Árbol: «Lo que nos hace viejos no es la edad, es el miedo»
En su última novela, «Por encima de la lluvia», se adentra con coraje en la vida de dos ancianos que emprenden el viaje más importante de sus vidas.
En su última novela,«Por encima de la lluvia», se adentra con coraje en la vida de dos ancianos que emprenden el viaje más importante de sus vidas.
Un escritor se manifiesta en sus libros, con sus palabras, que son su escudo, su yelmo, su lanza y su espada. Para los lectores que deseen saber qué le ha quedado del domigo pasado, de los turbios momenos políticos actuales, solo tiene que leer esta frase, porque en ella está todo: «La religión, el nacionalismo, la política y el desprecio mutuo saqueaban el alma de aquel lugar que una vez fue de todos y de nadie». Se refiere a la ciudad de Tánger, pero podría hablar del alma de cualquiera. Puede encontrarse en la página 14 de su nueva novela, «Por encima de la lluvia» (Destino), una valiente «road movie» propia de un autor que prefiere conducir por la cuneta antes que seguir el trillado camino que pisan los demás. En esta ocasión se embarca en una historia protagonizada por dos ancianos, donde se habla de la vejez, sí; pero también del heroísmo y del optimismo de vivir.
–¿Por qué molesta tanto la vejez en nuestra sociedad?
–Es un nubarrón en el horizonte de la juventud, un destino hacia el que vamos. A nadie le gusta ver el final de sus días. La sociedad de hoy valora la innovación, la fuerza, cosas que se asocian a la pujanza de la juventud y no de la senectud. Además, tiene cierto pudor para hablar de cosas relacionadas con esta edad como es el deseo o la pasión.
–Los recuerdos, ¿ayudan a vivir?
–Los recuerdos son inevitables: Cuanto más vive uno, más recuerdos tiene. A partir de cierto meridiano es más fácil que la vida vaya hacia atrás que hacia adelante, uno tiende a refugiarse en ellos. El pasado, además, es un relato y lo vamos adaptando con los años.
–Un viaje de dos personas mayores. ¿Nunca es tarde para zanjar cuentas?
–Creo que no. Pero hay un momento en que no hay que ajustar cuentas, sino que hay que vivir. Es lo que les pasa a ellos. Se dan cuenta de que sobrevivir no es vivir. Acumular vida no significa que hayas aprovechado la vida hasta el final. Lo que nos hace viejos no es la edad es el miedo.
–¿Qué temes de la vejez?
–Perder la dignidad, justo la que la enfermedad te quita, y que es cuando acabas dependiendo de terceros. Pero también cuando la vida ya no te empuja hacia adelante y llegas al final de los días con cuentas pendientes. Hay que vivir con pasión, intensidad.
–¿Aboga por una muerte digna?
–Toda persona tiene derecho a morir con dignidad y decidir en qué momento ya no puede más y ejercer su voluntad para definir sus días. Pero los hombres somos muy egoístas y cuando queremos a alguien nos aferramos a tenerlo con nosotros, obligándole a vivir más allá de lo razonable, porque no deseamos sentir el dolor de la pérdida. Este debate ya está en otros países y aquí, en algún momento, habrá que abordar esta reflexión colectiva.. Cada vez vivimos más tiempo y alguien, en un instante, puede concluir que no quiere sufrir una enfermedad terminal.
–Miguel representa la lógica y Helena el instinto. Dos maneras de afrontar la vida. ¿Usted a quién se parece?
–Me identifico más con Helena. A pesar de que siempre intento buscar orden en mi vida y cierto pragmatismo, me decanto más por las emociones, con Helena, incluso por su humor, porque antes era muy intenso, pero tengo bastante sentido de la ironía y humor.
–El viaje es un camino del héroe. ¿Se puede serlo en la vejez?
–Estoy convencido de que sí. Y uno se puede redimir en la vejez. Ulises, en la «Odisea» cambia y vuelve convertido en otra persona, en un héroe a su pesar, porque los héroes siempre lo son a su pesar. Es la necesidad de los demás lo que te obliga a ser un héroe. A la gente le gusta la normalidad, pero hay situaciones extraordianrias que te empujan a serlo.
–¿Se puede vencer a la muerte?
–La única manera es con una buena vida, que al marcharte no tengas la sensación de que no has vivido lo suficiente. Los que llegan al final de sus días con la tranquilidad de mirar hacia atrás sin nostalgia son unos privilegiados. La única manera de derrotarla es vivir hasta el final.
–En una sociedad que solo valora el éxito, ¿es necesaria la derrota?
–Es necesaria. Yo tengo asumido el aprendizaje de la derrota. La cuestión es cuándo se levanta uno o si no lo hace. Las personas con una vida fácil no están tan preparadas para estas situaciones. El niño que ha visto derrotas, luego ve mejor las victorias. Tenemos que afrontarla con naturalidad.