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Vidas de cine

Este viernes se estrenan en España los «biopics» de dos grandes de las artes: Auguste Rodin y Andrea Bocelli
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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Gema Pajares

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Este viernes se estrenan en España los «biopics» de dos grandes de las artes: Auguste Rodin y Andrea Bocelli.
Vicent Lindon: «Había algo bipolar en Rodin»
Bajo la dirección de Jacques Doillon protagoniza el filme sobre la vida del escultor, papel para el que vivió durante dos meses como en el siglo XIX
Hay algo de crispación en el tono de Vincent Lindon cuando llega tarde a la entrevista. Pide disculpas, es cordial, pero tiene pinta de no estar para monsergas, tal vez porque «Rodin», que concursó en sección oficial en el Festival de Cannes de 2017, no despertó demasiado entusiasmo entre la Prensa. Lindon es el clásico actor de método que le devuelve la pregunta al periodista como si las palabras que no le gustan rebotaran contra un muro que las doblega y las convierte en otra cosa. Estaría dispuesto a pegarle un par de tortas a quien osara recordarle su pasado como novio de Carolina de Mónaco. Nadie lo hace, claro: a estas alturas, cuando guarda como oro en paño un premio al mejor actor en Cannes por «La ley del mercado», eso forma parte de otra vida.
Hace años que se lo rifan cineastas como Claire Denis, Benoît Jacquot, Alain Cavalier y ahora Jacques Doillon, que ha hecho posible, con su connivencia como productor, que se convirtiera en Auguste Rodin. Viendo la película, da la impresión de que el escultor francés, adusto y apasionado, un adicto al trabajo, fue un antepasado del propio Lindon, hasta tal punto se ha sumergido en el personaje. «Me hicieron falta cuarenta, cincuenta páginas del guion para decidirme, y de inmediato me puse manos a la obra. Los responsables del museo Rodin, en París, fueron de gran ayuda. Todos los lunes por la mañana me hacían una visita guiada y me contaban un montón de anécdotas. Aprendí a esculpir, cuatro horas diarias durante cinco meses», cuenta con mirada penetrante. Quiere convencernos con los ojos: con este método, dice, cualquiera podría transformarse en Rodin. «Hasta tú, que me estás escuchando».
Pero Rodin no era un cualquiera, ¿no? «Había algo bipolar en él. Estaba su vida privada, sus mujeres: era parco en palabras, árido, tímido, no reconoció a su hijo, no se portó bien con su madre, y luego estaba su tormentosa relación con su alumna Camille Claudel, a quien le dio mucho más de lo que algunos libros dicen, aunque acabara en un manicomio», explica. «Y estaba su vida como artista: para él todo era trabajo. Era en sus esculturas donde podía expandirse, desplegarse como hombre, y podía defenderlas a capa y espada. Siete años estuvo batallando por imponer su visión en su estatua sobre Balzac. Pasión no le faltaba».
Contemporáneo de los impresionistas, Rodin se peleó con la escultura académica durante toda su vida, pero la película de Jacques Doillon no pretende levantar acta cronológica de sus cuitas. Para eso está Wikipedia. «Odio los “biopics” típicos», dice Lindon con un gesto de enfado. «Claro que vas a contar la vida de un genio, claro que tendrá sus zonas oscuras, pero detesto que se entienda el cine como una clase de Historia. Es como convertir la singularidad en algo previsible, lineal, que puede etiquetarse. El cine tiene que ver con la experiencia, con sentir el momento, y eso no se enseña en ningún aula». A los que les molesten las películas que no dan explicaciones, que sitúan la acción sin contextualizarla, que se preparen, porque «Rodin» no es para ellos.
«Es lo que me gusta del estilo de Doillon», afirma Lindon. Es imposible quitarle la razón, contradecirle, porque imprime a cada gesto un impulso un tanto inquisitivo, como el del propio Rodin ante sus esculturas inacabadas. «La duración de la escultura, para Doillon, es lo que importa. El tiempo y el esfuerzo que llevan a Rodin a obsesionarse con lo que hace, a casi volverse loco. Si Jacques no me hubiera filmado así, difícilmente me habría interesado por el proyecto. Ni habría estado dispuesto a pasarme los dos meses que duró el rodaje viviendo como en el siglo XIX. Si no hay compromiso con lo que cuenta el director, y por supuesto con el personaje, mejor quedarse en casa». Y bebe agua para aclararse la voz.
Michael Radford: «No quise hacer el filme hasta que conocí a Bocelli»
Admite que rodar la biografía de alguien que sigue vivo suponía un reto, pero que el carácter y fortaleza del cantante le convencieron
Llevar la vida de Andrea Bocelli al cine no es una idea que persiguiese el director Michael Radford. No estaba en sus planes, explica. El encargo le llegó de la mano de un productor italiano bastante conocido. «Le diré que al principio yo no quería hacer la película, no quería volver a rodar la vida de alguien que está vivo, pero todo cambió cuando conocí al artista, un hombre que es muy popular y muy querido, entonces pensé que sí, que sería una buena idea. Pero no es mi película, sino la de ese productor, y ha sido tan exitosa como podía haber llegado a ser. Ha gozado de bastante éxito allí donde se ha visto», explica el director de «El cartero y Pablo Neruda» (1984), «Un plan brillante» (2007) y «Elsa & Fred» (2014), entre otros trabajos cinematográficos.
Bocelli es un artista con gran tirón popular. Poner en imágenes su vida era enfrentarse con un personaje vivo. ¿Temía caer en al hagiografía?, le preguntamos al director, quien señala que no era ése uno de sus problemas «porque no era la intención que tenía. Yo solo debía filmar la vida del personaje. Lo que sí ha podido resultar difícil es hablar de alguien que está vivo». Sin embargo, el cantante, que perdió la vista de niño, no puso problemas al rodaje e, incluso, cuenta Radford, hizo algunas puntualizaciones al guion. Y su opinión se dejó oír. «A veces sí hizo alguna sugerencia, pero para preparar el filme hablé con mucha gente. Cuando le pude conocer me di cuenta de cómo era, de la manera tan determinante de su carácter, de lo fuerte que es debido a esa existencia dramática que ha tenido. Y leí también su autobiografía para llegar a él», explica.
El filme está basado en el libro que el propio Bocelli escribió a finales de los noventa y que arranca de su niñez. Para interpretar al personaje principal se ha contado con Toby Sebastian (Trystane Martell, el prometido de la hija de Cersei en «Juego de tronos»), arropado por sus padres, interpretados por Luisa Ranieri y Jordi Mollà. Uno de los papeles más destacados es el de Antonio Banderas como el profesor de música, un hombre quizá un tanto destemplado cuyos consejos sabios seguirá el artista aunque en ocasiones no los entienda. En un momento determinado le comenta que «el silencio es la más importante y difícil disciplina». ¿Tuvo Bocelli que callar para volver a cantar? Responde Radford que «no para cantar, sino para volver a hacerlo sin destruir su voz. Hay un momento en la película en que me parece que no es el profesor, sino el afinador del piano quien le comenta al joven que su voz está formada por capital e intereses, como si estuviera hablando en términos económicos, y que él lo que debe tener en cuenta para cantar no es hacerlo con el capital sino con los intereses», una frase que siempre repitió, por ejemplo, el gran Alfredo Kraus.
¿Qué le pareció a Bocelli que le interpretara Sebastian? Radford señala que en todo momento tuvo el beneplácito del cantante: «Le gustó mucho que fuera él. Toby convivió durante una semana con el personaje al que interpretaba, pues se trataba de conocerle mejor, aunque no tanto de llegar a entenderle, sino más bien de ver cómo se movía o qué gestos hacía. Resultó muy beneficioso para el actor, aunque Bocelli tenía ya 45 años y esto le supuso alguna dificultad, pero nada que no pudiera superar. Y algún consejo recibió de él».

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