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Wagner, de cine

Un gran libro de la relación del compositor alemán y el mundo del cine, desde algunas películas mudas hasta la saga de «Star Wars», por medio de más de una veintena de ensayos que estudian su presencia y su influencia en el arte visual.
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Un gran libro de la relación del compositor alemán y el mundo del cine, desde algunas películas mudas hasta la saga de «Star Wars», por medio de más de una veintena de ensayos que estudian su presencia y su influencia en el arte visual.
En el teatro de ópera de Bayreuth, en Baviera, la música de Richard Wagner sonó y se divulgó más que nunca durante la primavera y el verano del año 2013; en aquella ocasión, para celebrar los doscientos años del nacimiento del compositor alemán, se realizó un concierto dirigido por su compatriota Christian Thielemann, y más tarde se representó «El anillo del nibelungo». A estos eventos se le sumaron docenas de muy diversa naturaleza que, aglutinados bajo el lema «Wagner para todos», buscaron sacar a la calle a este músico tan colosal como controvertido, muerto en Venecia en 1883 y siempre de actualidad editorial, como lo demuestra la novedad que acaba de publicar la editorial Fórcola, «Wagner y el cine. De las películas mudas a la saga de''Star Wars''», una extensa colección de ensayos, ilustrados con un nutrido pliego de fotografías, que estudian cómo el músico ha influido en el séptimo arte.
Y es que la mirada de Wagner, podríamos decir, ya era fílmica, como sugiere en la introducción Jeongwon Joe, profesora de Musicología en la Universidad de Cincinnati y coeditora del libro, junto a Sander L. Gilman, profesor de Artes Liberales y Ciencias en la Universidad de Emory, Atlanta, y especialista en estudios sobre judaísmo. Joe pone ejemplos de tal mirada a partir de las indicaciones operísticas de Wagner: «Algunas de las descripciones escénicas de Wagner pueden ser vistas asimismo como cinematográficas, ya que demandan efectos visuales muy difíciles de conseguir sobre un escenario, pero muy sencillos de obtener mediante el uso de técnicas cinematográficas». De hecho, el teatro de Bayreuth, empezado a construir en 1872 exclusivamente para la interpretación de las obras de Wagner, fue diseñado por él mismo para dar acomodo a sus ideas escenográficas y sonoras, con el auspicio de su gran admirador, el rey Luis II -fueron entablando una amistad basada en la mutua adoración-, y se inauguró cuatro años más tarde, con la representación completa de la famosa tetralogía.
El joven rey, que había visto «Lohengrin» en 1861, encarga a un súbdito que localice y traiga a ese Wagner de cincuenta y un años, por entonces «sospechoso de anarquista, mangante e intrigador». A Wagner le precede esta fama de hombre de fuerte carácter y genio abrumador, y Luis se empeña en ofrecerle todo cuanto esté en su mano para que se mantenga a su lado: una suntuosa paga y trato directo íntimo. Al parecer, la homosexualidad del monarca se quedó en amor platónico hacia el artista, aunque algo les uniría de por vida: «Bayreuth representa la obra maestra del dúo Luis-Ricardón», dice el musicólogo Blas Matamoro, que editó las wagnerianas «Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth» (2013).
Avaricioso y visual
El cineasta especializado en filmes sobre música y director de teatros de ópera Tony Palmer, que aporta un ingenioso prólogo, lo tiene clarísimo; tal y como le dijo el mismísimo nieto de Wagner, cuando Palmer estaba preparando la que sería su película «Wagner» de 1983 –con Richard Burton como protagonista–, «si mi abuelo viviese hoy, estaría sin duda trabajando en Hollywood. Hubiera sido incapaz de resistirse a la magia tecnológica a su disposición, ni a las hordas de trabajadores ni al dinero. Al dinero especialmente. Siempre iba directo a por el dinero». Y en efecto, tampoco se corta un pelo el propio Palmer, que tilda al músico de «antisemita, racista, avaricioso, deshonesto, poco fiable, falto de escrúpulos, un ladrón y un charlatán, y eso sólo los miércoles». Un músico cuya difícil y controvertida personalidad, por supuesto, no ha empañado el brillo de su arte, al que ha recurrido una y otra vez el mundo del celuloide, como se puede comprobar en la «Filmografía» que aporta al final el libro (de largometrajes en inglés): desde 1925, con «La quimera del oro», de Charles Chaplin, que usó una pieza de «Tannhäuser», hasta el año 2005, cuando sonó el «Coro de los peregrinos» de la misma ópera en «La novia cadáver», de Tim Burton.
Una infinidad de películas
El listado está lleno de películas comerciales y populares, por lo que potencialmente han sido millones los que han presenciado cómo la música de Wagner casaba bien con infinidad de secuencias cinematográficas de historias de todos los géneros: «El gran dictador», «Ciudadano Kane», «Al este del edén», «Rebelde sin causa», «Ocho y medio», «Aterriza como puedas 2», «Las minas del rey Salomón», «Memorias de África», «La chaqueta metálica», «El padre de la novia», «Novia a la fuga», «El diario de Bridget Jones» o «Mi gran boda griega», por no hablar del cine de Woody Allen. Es el caso de «Misterioso asesinato en Manhattan», en que el propio actor y director, saliendo prematuramente de la ópera y en respuesta al personaje que encarna Diane Keaton, cuando ésta le dice que habían acordado que ella asistiría a un partido de hockey si él la acompañaba al teatro, afirma: «No puedo escuchar tanto Wagner. Me dan ganas de invadir Polonia».
Con todo, si hemos de relacionar cine y Wagner cabe referirse enseguida a «Apocalypse Now» (1997), de Francis Ford Coppola: la escena famosísima en que suena la «Cabalgata de las valquirias», perteneciente a la ópera «La valquiria», mientras un grupo de helicópteros ametralla una aldea vietnamita. A este respecto, en la introducción, Joe alude a cómo este empleo de la música wagneriana fue tan memorable que «sirvió de inspiración para el ataque aéreo sobre Irak por parte de las fuerzas estadounidenses el 21 de junio de 2003», como así lo detallaba un informe de la agencia de noticias Reuters, que habló de una «extravagante “reprise” musical de la película» antes de que los soldados irrumpieran en territorio iraquí «con la “Cabalgata de las valquirias” de Wagner todavía resonando en sus oídos». En el otro extremo, sin embargo, también se usaría esa misma música para películas infantiles, como «Smoochy» (2002), de Danny DeVito, con Robin Williams de protagonista.
Esta querencia del cine por el compositor de Leipzig viene, como ya indica el subtítulo de «Wagner y el cine», desde los albores de este arte. Scott D. Paulin, especialista en la historia del sonido grabado del siglo XX, habla de cómo su nombre aparece regularmente «entre las recomendaciones para el acompañamiento musical que pueden encontrarse en las listas de entradas preparadas para las películas americanas del período mudo de finales de la década de 1910 hasta bien entrada la de a 1920» (destacaba en ello la «Marcha nupcial» de «Lohengrin»). Y precisamente, el libro, en su primera parte, está dedicado a estudiar la presencia del músico en el cine mudo, por ejemplo, el corto de 10 minutos dirigido por Georges Méliès en 1899, «L’Homme Protée», obra en que el transformista y cantante italiano Leopoldo Fregoli interpretaba a Wagner. A continuación, otros ensayistas analizan otros asuntos que despertarán la curiosidad del lector interesado, como la influencia de Wagner sobre compositores de bandas sonoras, en especial Max Steiner, uno de los más importantes en la época dorada de Hollywood (1930-1960), así como las intenciones ideológicas que pueden darse, ya que en un momento dado los estudios de cine realizaron una politización de la música wagneriana; ejemplo de ello son los paralelismos entre «Gladiator» y la República de Weimar y la Alemania nazi, uno de los asuntos más espinosos alrededor de la figura de Wagner que se arrastrarán por siempre.