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Coronavirus

¿Cuánto tiempo podemos vivir sin fútbol? Los psicólogos responden

El ritual comunitario de acudir al estadio se ha sustituido por los aplausos y las caceroladas en los balcones durante esta abstinencia forzada

La grada de Santiago Bernabéu, durante un Clásico Real Madrid-Barcelona
La grada de Santiago Bernabéu, durante un Clásico Real Madrid-BarcelonaPaul WhiteAP Photo

Hace ya más de un mes, exactamente 37 días, desde que el coronavirus borró de nuestras vidas el fútbol. Sin previo aviso, la expansión del COVID-19 cerró los estadios y dejó vacíos los programas de radio que antes cantaban los goles y ahora se reinventan como pueden a la espera de volver a tener materia prima. «Es como una abstinencia forzosa, con la ventaja de que se sabe que todo va a volver», explica Marcelo Roffé, psicólogo deportivo que ha trabajado para las selecciones de Argentina y Colombia. Respecto a todos estos días sin que el balón ruede añade: «La gente busca noticias que hablen de fútbol, ve partidos antiguos que ponen en los distintos canales, lee entrevistas a futbolistas que cuentan cómo llevan la cuarentena... Son pequeñas grageas que te conectan con el fútbol, aunque lo que falta es la pasión».

«No es que tengamos mono, que es una palabra demasiado gruesa, pero claro que se añora el gol, la emoción y los colores de tu equipo», argumenta la psicóloga Pilar Varela, que compara a los seguidores huérfanos de la pelota con esos jugadores que sufren una lesión que les aparta del terreno de juego durante muchos meses. «Así estarán muchos aficionados en estos momentos: desolados, pero regresará la Liga».

Lo que no ayuda, según los expertos, es no tener una fecha concreta de regreso de las competiciones. «Desmotiva no saber cuándo va a volver. Si te dicen que el 1 de junio, tienes algo a lo que agarrarte, pero al no tener esta certeza, al hincha le cuesta más», insiste Roffé, que advierte de que no existe un manual para afrontar esta situación, ni en el caso de los futbolistas profesionales, ahora parados, ni en el de los que disfrutan con su juego. «Esto que nos está pasando es nuevo, no está en los libros, así que los psicólogos tenemos que improvisar, no queda otra».

La pregunta sobre si podemos vivir sin fútbol puede soliviantar a ese 65 por ciento de la población que no está muy interesado en el día a día de los equipos y las competiciones, pero resulta pertinente en esta época tan rara. Pilar Varela lo ve como echar de menos a un muy buen amigo que se ha ido. «Para muchos, el fútbol es una razón de vivir. Seguramente no la más importante, pero sí una de las más interesantes porque, como he dicho mil veces, es mucho más que un espectáculo y que un deporte. Es diversión, hermanamiento, desfogue, emoción, alegría, cabreo, discrepancia, ‘’fair play’’ y brutalidad. El fútbol también es “pertenencia”, es la familia, el grupo y la identidad», asume Varela, convencida de que la afiliación futbolística también define al individuo. «Si pedimos a un grupo de personas que digan cosas sobre ellos, no nos sorprendería que después de la edad, profesión y situación familiar unos cuantos hicieran referencia a que son del Madrid, del Valladolid o del Inter».

El hueco que deja la ausencia de fútbol en las emociones se cubre también con raciones de éxitos pasados de los colores de cada cual. Unos se alegran la anodina mañana de confinamiento reviviendo en Real Madrid Televisión la final ante la Juventus que le dio a los blancos la duodécima Copa de Europa, otros cenan con los goles que Kanouté marcó para el Sevilla y algunos hasta se pusieron nerviosos cuando vieron otra vez a Iniesta marcar el gol del triunfo en el Mundial de Sudáfrica.

Así se mantiene la vinculación con el escudo que siente cada uno en lo personal, pero también hay una parte colectiva que ha quedado desactivada al no estar rodando el balón. Ahora las conversaciones de los lunes, aunque sean virtuales, no son sobre los resultados de la última jornada de Liga, y sí sobre el maldito coronavirus. «La epidemia nos ha hecho ver que podemos vivir durante una temporada sin cosas que eran habituales o pensamos que necesitábamos sí o sí: salir de cañas, tomar tapas o el fútbol, sin ir más lejos», explica el sociólogo Jacobo Blanco. Aunque no es que la gente esté exactamente viviendo sin ellas, sino que las reemplaza. «El ritual de las terrazas y los balcones nos da una sensación de comunidad y sustituye a grandes rituales comunitarios como el fútbol dominical en el estadio o la quedada en el bar a ver el partido. Sustituimos eso con aplaudir a las ocho de la tarde o cacerolear a las nueve», analiza.

«Y si nos fijamos, la hora viene a ser parecida: la del partido, del ‘‘afterwork’’... Ahora se aplaude en el momento del día en el que volveríamos a casa desde el trabajo, quedaríamos con los amigos a tomar una cerveza o nos iríamos a ver el partido. Es la hora dedicada a ese evento», añade Blanco, y subraya cómo hemos cambiado «la comunidad del fútbol por la de los balcones». «Estamos reencontrándonos con nuestros vecinos en lugar de esos amigos con los que sólo coincidíamos cada quince días cuando íbamos al estadio a animar a nuestro equipo. Es la reformulación de la socialización intermedia, lo que no son relaciones con familia ni amigos exactamente».

En alguna de las fases de la desescalada volverá el fútbol y el efecto del virus nos hará incluso mejores aficionados. «A muchos les parecerá que vuelve la vida y quizá durante un cierto tiempo todos los equipos nos parezcan buenos, hasta los adversarios», cierra Pilar Varela, que considera que esta situación de confinamiento extremo permite a las personas discernir muy bien entre lo que es superfluo, necesario o imprescindible. «El fútbol no es imprescindible (salvo para la gente que trabaja y vive de ello), pero, ojo, tampoco es superfluo». Y a falta de gradas, balcones.