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Laporta: entre la genialidad y la chapuza

La vuelta de Jan a la presidencia del Barça no es una buena noticia para el madridismo

Joan Laporta, junto a Jordi Alba en la inauguración de la Cruyff Court
Joan Laporta, junto a Jordi Alba en la inauguración de la Cruyff CourtAndreu DalmauEFE

Lo he dicho en esta misma columna en varias ocasiones y lo repetiré cuantas veces sea necesario: la vuelta de Jan Laporta a Can Barça no es una buena noticia para el madridismo. A los que le tildan de “chalado”, “iluminado”, “venado” y no sé cuántas injuriosas lindezas más, he de puntualizarles que este personaje sabe de qué va la feria. Lo mismo que un Florentino al que nadie tuvo que explicarle el tamaño ni la bravura de un morlaco llamado Real Madrid cuando regresó en 2009 por la puerta grande tras la corrupta “era Calderón”.

Y así como el segundo Florentino es infinitamente mejor que el primero -cuatro Champions frente a una-, no descarto que suceda tres cuartos de lo mismo con un Laporta que conoce perfectamente el fútbol de élite y que condujo al Barcelona a un éxito desconocido hasta entonces (2003) pese a sus 104 años de historia.

Un president que, además, cuenta con una ventaja de la que carecía antaño: tiene meridianamente claro qué errores no hay que cometer ni repetir y en qué charcos no se debe meter. Pero si hay algo que le ayudará sobremanera en esta hégira es esa convicción inherente a cualquier hombre de fútbol que pasa por no meterse nunca con esos mitos que son las superestrellas. Algo que olvidó Bartomeu. Los mitos son intocables para una hinchada que se guía más por la insobornable emocionalidad que por la racionalidad. Lo de invitar a su toma de posesión a Leo Messi y cederle todo el protagonismo es una jugada maestra del carismático Laporta.

El seguro “al 100%” adiós del rosarino ha devenido de dos semanas a esta parte en un “las cosas están al 50%”. Un servidor ya no descarta que el 10 se quede si antepone el cariño a los colores a la plata. Tan cierto es que el Barça de los 1.100 millones de deuda no le puede astillar los 75 kilazos netos que percibe anualmente como que ni el PSG ni París le dicen absolutamente nada. Vivir en Casteldefells mirando al mar con una temperatura cálida todo el año se antoja imbatible para un tipo con hijos pequeños y una mujer enamorada de Cataluña. París es la bomba, un casoplón en París debe ser la requetebomba, pero el frío siberiano que hace allá en invierno y el nulo glamour de la Ligue 1 son factores favorables a su permanencia.

La genialidad que demostró Laporta colgando a 150 metros del Bernabéu esa ya celebérrima pancarta con inequívoco lema, “Ganas de volver a veros”, le garantizó la presidencia cuando aún faltaban dos meses para la cita con las urnas. Pero Laporta tiene dos almas: la genialoide y la kamikazoide. Cuando tira de la segunda, el crack se convierte en catacrack. Algo de eso ha debido suceder esta semana con dos hechos que me dejaron boquiabierto: ladimisión antes de tomar posesión de su vicepresidente in péctore, el prestigioso financiero Jaume Giró, y ese aval conseguido en el minuto 93 como quien dice. Con todo, lo peor es la identidad del prestamista de los 30 millones que precisaba para completar los 124,6 de aval: el siniestro Jaume Roures. Un conflicto de intereses de tres pares de narices teniendo en cuenta que es el amo del fútbol televisado y, por tanto, la mano que mece la cuna de los horarios. Y de las imágenes del VAR. Consecuencia: remará a favor de su equipo y de su patrimonio. Consecuencia de la consecuencia: el Madrid se debe ir preparando para que le hagan toda suerte de putaditas con una competición que se puede alterar en un pispás repartiendo prevaricadoramente los días y las horas de descanso. Estas dos circunstancias me permiten adivinar que lo que aún no ha logrado es revertir esa espiral de chapuza y desgobierno que han llevado al Barça a protagonizar los mayores ridículos de su historia. Futbolísticos e institucionales. Eso sí: el madridismo haría mal en confiarse. Me da que con Laporta hay partido.